En la ciénaga del Congreso en la que se representan las sesiones de control es imposible ya debatir de nada que no sea sobre el pus de la corrupción. El tufo es insoportable. Ninguna discusión útil es viable. Lo intentó, en un momento oasis, un diputado del PNV sobre las carencias de tripulaciones para mantener la pesca y casi resultó una caricatura, como luego le reprochó un portavoz del PP que le ubicó como otro más de los cómplices “atrapados en la red” de los casos que están sepultando al Gobierno. Otro parlamentario popular lo probó sobre los malos datos micro de la tan cacareada macroeconomía del país y el obviado ministro Carlos Cuerpo tuvo que reseñar que el PP llevaba 537 días sin interesarse en esos duelos dialécticos ni en él ni por su materia.
Todo da ya igual y en el hemiciclo se puede escuchar cualquier blasfemia o incriminación, sustentada o aparente, que parece que no pasa nada. Pero sí pasa. La vicepresidenta primera, María Jesús Montero, se lo afeó al mayor hincha de las algaradas del PP, Miguel Tellado, que abusó de la nueva categoría para sentenciar socialmente a cualquier rival: “los implicados”. No hace falta ni ser investigado, imputado, procesado, juzgado o condenado. Todo eso es ya demodé. La gravedad de lo ya sabido por el caso Cerdán&Ábalos es de tal nivel que recurrir a la “quironesa Ayuso”, el Mazón de sobremesa sin fin en El Ventorro o el abultado álbum de fotos de Feijóo con el narco Dorado apenas recoge ningún eco. Y se intuye un reguero aún peor de excrementos y descubrimientos que no se pueden eludir como meras anécdotas.
En ese magma se ha perdido cualquier perspectiva. Es lo mismo haber desviado al bolsillo propio de algunos relevantes cargos socialistas muchos millones de euros públicos con mordidas que proferir comentarios chabacanos sobre modelos y señoritas, inimaginables e inasumibles en un partido que se define como feminista. Esas chanzas machistas han roto de manera brutal el pedigrí y el corazón de las ministras y cargos del PSOE y Sumar, que no soportan esa vergüenza ajena.
El Congreso votado por los ciudadanos en las últimas elecciones transmite así una percepción oscura de fin de ciclo, que asumen ya muchos de los socios de este primer Ejecutivo de coalición que durante media legislatura pareció en pruebas y ahora se retrata en desbandada. Aunque algunos y algunas no quieren aparecer en esa foto que se revela tan velada.
La secretaria general de Podemos, Ione Belarra, da por acabado este mandato. El portavoz de ERC, Gabriel Rufián, admite que están por aprovechar “el tiempo que queda”. La dirigente de Junts, Míriam Nogueras, negocia lo suyo y lo de Puigdemont como si se tratase de un convenio internacional y se permite ser condescendiente como si las comisiones ilegales nunca hubieran anidado en ningún partido en Cataluña: “Me da pena por vosotros, los españoles, pero es que esto os ha pasado siempre en vuestro país”. La vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, ni acudió este miércoles al Congreso porque formalmente no tenía pregunta qué contestar. Ha reconocido, en TVE, que le “estalla la cabeza” ante lo que está oliendo. Este miércoles hizo absentismo fotográfico reivindicativo.
Las Cortes emiten una sensación pringosa, grave, dañina. Lo reconocen todos, de cualquier bancada, pero con distintos ánimos. Los únicos que se ofrecen en teoría alegres son los responsables del PP, que sonríen mucho, se despliegan por los corrillos con cualquier chascarrillo sobre Ábalos o Cerdán, y vaticinan al fin el ocaso definitivo del sanchismo, ahora, tras el verano o ya en otoño, con unas elecciones que vislumbran inevitables. En ese escenario, filtran que su única preocupación es cómo prospera en este cenagal Vox, el partido ultra, con el que anhelan no tener que negociar nada en ese futuro hipotético.
Los ministros que sí se atrevieron a confrontar en la jornada parlamentaria monográfica de la corrupción se mostraron avergonzados y humillados por la traición de los que tanto aplaudieron en el reciente pasado. El argumentario oficial del PSOE se remitió a contraponer una y otra vez que mientras este Gobierno es “contundente” y expulsa rápido a sus corruptos en el PP los tapan. Fue el guion que marcó el presidente Sánchez, pero convenció poco. Feijóo tampoco entusiasmó a los más comedidos de los suyos, que lo justificaron en que no quería ensañarse por su nivel de Estado, que ya estaría ensayando ante sus inminentes nuevas responsabilidades. Los demás contendientes repitieron consignas, con más o menos entusiasmo o salvajismo, sin llegar nunca a los niveles de Tellado, que interrumpe incluso cuando él es el que interviene.
Los únicos que levantaron algo los ánimos destruidos de los dos partidos en el Gobierno fueron los ministros de Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes, Félix Bolaños, la de Educación y Deportes, Pilar Alegría, y el de Derechos Sociales y Agenda 2030, Pablo Bustinduy. Los tres se confesaron abochornados y cumplieron sus roles. Bolaños exigió con pasión respeto para los miles de cargos, militantes y representantes de un partido “honrado” que es mucho más que tres sinvergüenzas. Alegría fue más al combate directo y se negó a “ponerse de perfil”. Los dos encendieron algunas chispas de orgullo en los necesitados escaños socialistas. Bustinduy reivindicó la honradez de la izquierda más allá del PSOE, que no ha cosechado ningún escándalo en estos años pese a tener presencia en algunos gobiernos, y la lealtad de sus principios con los trabajadores. Le aplaudieron hasta los del PSOE. En la cúpula de Sumar remacharon: “Tiene razón Rufián, la izquierda no podemos robar, no nos podemos permitir moralmente el baldón de la corrupción, la derecha sí”. Ya no se atendió a nada más.