Para conservar su poder, el Gobierno de la nación se apresta a dar otro trato de favor a quienes residimos en una de las regiones más ricas. Muchos creen que los ciudadanos no vamos a tolerar semejante injusticia; pero permítanme dudar de la tolerancia del contribuyente español, habituado como está a tragar ruedas de molino. No sólo porque lleva décadas tolerando sin rechistar que los residentes en el País Vasco y Navarra cobren en vez de pagar por los servicios que les presta el Estado, sino porque mucho contribuyente español vive en la oscuridad fiscal, ya que paga la mayoría de sus impuestos sin saberlo.
Tenemos buena conciencia del sueldo neto que llega a nuestra cuenta corriente, pero muy poca de los impuestos sobre la renta que ha pagado nuestro empleador a Hacienda y aún menos de las «cargas» que ha pagado a la Seguridad Social. El contribuyente suizo es el más consciente del mundo porque no padece este régimen de «retenciones», ‘reinventado’ para su eterna desgracia por Milton Friedman, en lo que él mismo consideraba su gran error. Un régimen que nuestra Agencia Tributaria ha perfeccionado, manipulando las retenciones para que a la mayoría de los obligados a declarar les salga un IRPF «a devolver», con lo que encima creerán que Hacienda les hace un regalo. Sucede igual con lo que paga todo trabajador por cotizaciones sociales, escondido en su mayor parte en ese 35 % que representa en promedio la cuota de seguridad social que nos dicen que va «a cargo de la empresa» frente al 6,45 % «a cargo del trabajador» (la mayor diferencia de los países cercanos).
De modo similar, sabemos bien el total que pagamos por la compra, la luz o la gasolina pero ignoramos cuánto de ese total son impuestos: más de la mitad en el caso del combustible. Una directiva europea obliga a las empresas a publicitar sus precios con el IVA incluido, de modo que el ciudadano sabe bien cuánto paga en total, pero ignora cuánto de lo que paga son impuestos, y tiende a olvidar que el vendedor es un recaudador forzoso y gratuito de Hacienda. Quienes hayan vivido en Estados Unidos recordarán lo educativo que resulta abonar una cuenta cuando al precio publicitado sólo le suman los impuestos en la caja. No sucede así en la Unión Europea, donde el legislador se preocupa mucho de que estemos informados como consumidores, al comprar, pero no como contribuyentes, a la hora de votar.
Salvo Suiza y algunos países del Este, que pasaron 45 años vacunándose, casi toda Europa padece estas ocultaciones sistemáticas. Pero en España el grado de ocultación es aún mayor y afecta a todo el sistema fiscal, lo que ayuda a explicar sus paradojas e ineficiencias estructurales, así como el que toleremos sin rechistar anomalías tan injustas como los conciertos autonómicos.
Como pauta general, nuestros impuestos tienen tipos elevados junto con costosas excepciones y privilegios, lo que no sólo reduce su capacidad recaudatoria e influye en que nuestro sector público tienda a gastar más de lo que recauda, sino que anima a todos a buscar tratos de favor, dificultando el control democrático.
«Mientras sigamos pagando la mayor parte de los impuestos sin saberlo, seguiremos padeciendo todo tipo de irracionalidades e injusticias, incluido el privilegio vasco navarro y, quizá muy pronto, el concierto catalán»
En el IRPF, el porcentaje a pagar o «tipo» crece al aumentar los ingresos (se dice que son tipos «progresivos») y, en nuestro caso, lo hace rápido desde niveles relativamente bajos de ingresos, con la consecuencia de que se desaniman tanto el esfuerzo como las inversiones en formación. Gozamos también de todo tipo de beneficios fiscales, pero éstos de carácter fijo, invariable con la renta, por lo que el impuesto tradicionalmente ha recaudado poco y ha sido ineficaz en su función supuestamente redistributiva o igualadora. Muchos expertos creen que, con independencia de cuánto queramos recaudar, procedería reducir esos beneficios fijos y aliviar en cambio los tipos más desincentivadores. Pero, desde 2021, los tipos han aumentado notablemente de forma subrepticia, con escasa discusión pública. Para ello, al Gobierno le bastó con no ajustar los tramos y beneficios fiscales a la inflación, con lo que provocó una rápida «progresividad en frío»: pasamos a pagar tipos más altos por los aumentos de renta nominal, lo que elevó tanto los tipos medios efectivos como el peso de la recaudación en el PIB.
En el IVA, nuestro tipo ordinario, del 21 %, también es similar al de los países vecinos. Sin embargo, también recaudamos poco porque muchos bienes y servicios disfrutan de un tipo reducido, del 10 % (como la hostelería, el cine o los conciertos musicales); superreducido, del 4 % (desde el pan a los libros y las compresas); o están exentos, como la educación, la asistencia sanitaria y diversos servicios, incluidos los deportivos y financieros. Como consecuencia, el tipo implícito medio sobre el consumo fue en 2022 del 14,2 %, muy inferior al 16,8 % de la Eurozona.
La ocultación se extiende a los impuestos sobre la propiedad. En total, la recaudación es superior en España (2,8 frente a un 2,3 % del PIB), quizá porque son más bajos y pesan menos los impuestos recurrentes, que son los más visibles, sobre todo el IBI. En total, estos impuestos anuales recaudan en España el 1,1 % del PIB, mientras que los ocasionales, que son menos visibles para la mayoría, por estar ligados a transmisiones, sucesiones y plusvalías, recaudan el restante 1,7 %. Ambas cifras están mucho más próximas entre sí en la gran mayoría de países europeos.
Al final, es comprensible que mucho ciudadano no sepa qué impuestos paga. Lógico que algunos piensen que pagan de más y otros de menos, o que los pagan otros, o que los otros no pagan, o que con su partido sólo pagarían «los ricos». La buena noticia es que el problema tiene fácil remedio, porque el asunto no es en verdad mucho más complicado que el de las cuotas de una comunidad de vecinos. En ambos casos, hemos de decidir cuánto gastar y cómo repartir ese gasto, empleando criterios como la superficie, el uso del ascensor o, allí donde son comunitarios, el consumo de agua o de calefacción. Cierto que en las comunidades hay conflictos y dificultades, pero tenemos muy claro que han de tomarse las decisiones con cierta lógica y a la vista de todo el mundo. Hasta que no aprendamos a ser igual de transparentes, mientras sigamos pagando la mayor parte de los impuestos sin saberlo, seguiremos padeciendo todo tipo de irracionalidades e injusticias, incluido el privilegio vasco navarro y, quizá muy pronto, el concierto catalán.