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Cárcel o exilio, por Ricardo Cayuela Gally

by Marko Florentino
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Adam Michnik llevaba dos años en «prisión preventiva», a la espera de juicio, cuando recibió la oferta de una rápida salida de la cárcel si aceptaba un exilio dorado en la Costa Azul. La propuesta era la respuesta del Ministerio del Interior polaco a una carta previa de Michnik, en la que se quejaba del trato vejatorio que recibía en la cárcel y de la confiscación arbitraria de sus libros. Michnik no estaba encarcelado por haber cometido un delito. Era un preso político del régimen comunista del general Jaruzelski, que había desatado su furia represiva contra el sindicato Solidaridad, del que Michnik formaba parte. La propuesta le advertía además de que, si se celebraba el juicio, saldría condenado con toda seguridad. Y ya no podría haber clemencia del gobierno. Exilio dorado o cárcel permanente, era la disyuntiva.

​La respuesta de Michnik, fechada el 11 de diciembre de 1983 –e incluida en la antología Elogio de la desobediencia, preparada por el periodista Maciej Stasiński, de próxima aparición en Ladera Norte, editorial que fundé con Antón y Sira Casariego–, no solamente es el documento político más relevante de la lucha por la transición democrática en Polonia, sino que resulta de plena vigencia para lo que ha sucedido en Venezuela.

Con humor negro, Michnik explica primero las coincidencias con el ministro:

«Admite Ud. que la sentencia condenatoria está decidida de antemano, mucho antes de que comience el juicio. Comparto esta opinión. Admite Ud. que la acusación del obediente fiscal y la condena a dictar por unos jueces obedientes serán tan absurdas que no llevarán a nadie a equívoco, y que a los condenados les cubrirá de gloria, y de vergüenza a quienes les condenen. Comparto esta opinión. Admite Ud. que el procedimiento penal emprendido por el régimen tiene por único objetivo deshacerse de adversarios incómodos, y no cumplir con la ley. Comparto esta opinión. Hasta aquí nuestras coincidencias».

Después, marca las diferencias, con la justa dosis de rabia que su situación ameritaba: 

«En mi opinión, hay que ser imbécil para reconocer con tanta franqueza que se pisotea la ley. Hay que ser un cerdo para –siendo el jefe supremo de los carceleros– proponer la Costa Azul a cambio de un suicidio moral a una persona que lleva dos años presa. Hay que imaginar a toda persona como algo así como un topo policial para pensar que yo pueda aceptar semejante oferta».

Y le explica por qué piensa que ha recibido esa propuesta indecorosa:

«Yo sé perfectamente, mi general, para qué quieren que nos vayamos. Para poder decir a los polacos: ‘Miren, hasta estos han claudicado. Incluso ellos han perdido la fe en una Polonia democrática y libre’. Y, ante todo, para maquillar su propia imagen y poder respirar con alivio: ‘Estos son iguales que nosotros’. Porque a ustedes les perturba la mera existencia de personas para quienes Polonia no significa una sinecura de ministro, sino una celda presidiaria, y prefieren las Navidades en prisión que en la Costa Azul. Porque ustedes no creen que personas así puedan existir. Sois canallas, y queréis rebajarnos a vuestra categoría».

«Con María Corina Machado, el anhelo de justicia, verdad y democracia del atribulado pueblo venezolano terminará triunfando, más pronto que tarde, sobre la dictadura»

La negativa definitiva de Michnik fue expresada con estas palabras: 

«¡Pues, no! No os voy a agradar. No adivino el porvenir y no sé si viviré para ver el triunfo de la verdad sobre la mentira, el triunfo de Solidaridad sobre la dictadura antiobrera. Pero para mí, mi general, el sentido de nuestra lucha no reside en las promesas de triunfo, sino en el valor de la causa en cuyo nombre la hemos emprendido. Ojalá este gesto mío de negativa sea una piedrecita que contribuya a la dignidad y el honor en este país, que estáis sumiendo en la desgracia. ¡Y ojalá que sea sentida por vosotros, comerciantes de libertades ajenas, como una bofetada!».

La respuesta de Michnik recuerda a Joachim Fest en su libro Yo no, donde cuenta cómo vio convertirse al nazismo a familiares, vecinos y amigos, pese a su obvia y explícita vocación criminal. Michnik explica el valor del no de una sola persona:

«Uno puede ser un poderoso ministro de Interior, mi general; uno puede tener una superpotencia detrás que se extiende desde el Elba hasta Vladivostok, y bajo sus órdenes toda la policía, a millones de soplones y espías, millones para comprar pistolas, cañones de agua y aparatos de escucha, serviles lacayos, reptiles delatores y escribas bajo los pies y, sin embargo, de repente alguien, un transeúnte desconocido, va a emerger desde la penumbra ante Ud. y dirá: ¡No lo haré! He aquí lo que es la conciencia».

Michnik no es ingenuo, pero está dispuesto a aceptar las consecuencias de sus actos: 

«No me sorprenderá ninguna reacción suya. Sé que pagaré cara esta carta. Sus subordinados harán lo imposible para hacer que compruebe la capacidad del sistema penitenciario del país que está construyendo el comunismo. Pero yo también sé que debo respetar la verdad».

Y se despide con este alegato, que acabó siendo una feliz profecía:

«Y me deseo a mí mismo que, cuando un día Ud. se sienta amenazado, yo pueda llegar a tiempo para acudir en su auxilio, como logré ayudar a unos subordinados suyos a salvar la vida hace unos años. Para que una vez más yo sepa estar del lado de las víctimas y no de los victimarios. Aunque luego vuelva Ud. a encarcelarme y a sorprenderse ante mi estupidez».

Efectivamente, Michnik pudo cumplir esa última aporía moral, ya que renunció a perseguir a los comunistas con los mismos métodos con que ellos trataron a los disidentes, a diferencia de los anticomunistas de última hora, que castigaron con el «celo del converso» a sus antiguos camaradas. De hecho, renunció a formar parte del poder democrático, al que tanto había contribuido, para fundar un diario, la Gaceta Wyborcza, que es, desde su nacimiento en 1989, el azote de todos los gobiernos polacos, de un signo y de otro. El compromiso de Michnik sigue siendo con la verdad, no con el poder

​Como ha escrito Arcadi Espada, Edmundo González no es un héroe. Es un hombre bueno y justo, pero que no pudo, por entendibles razones personales, estar a la altura que el destino, de manera azarosa, puso en sus manos. Es cierto que la Fiscalía, los jueces y el Tribunal Supremo venezolanos están controlados por el dictador Maduro. Y que las acusaciones contra González llevaban implícita su condena. Pero, si Maduro facilitó y celebró la salida de Edmundo González, con la ayuda pestilente de Zapatero, fue porque sabía que el costo de encarcelar al presidente electo de Venezuela era demasiado grande y que seguramente una acción así habría precipitado su caída. La buena noticia es que el héroe Michnik –en la segunda acepción de «héroe» del María Moliner, «alguien que es capaz de realizar una hazaña extraordinaria y para la que se requiere mucho valor»–, sí tiene un equivalente venezolano. No es un hombre, sino una mujer. Se llama María Corina Machado. Y con ella el anhelo de justicia, verdad y democracia del atribulado pueblo venezolano terminará triunfando, más pronto que tarde, sobre la dictadura





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