“Puigdemont estaba y de pronto no está. Son las 9:28 de la mañana, las 8:28 en Canarias”, narró José Luis Sastre en la SER. Las dos partes de la declaración describen dos versiones de la misma realidad. La primera muestra un mundo independentista que ha pasado del autoengaño al delirio; y en los delirios no se cree, se habita. Con la segunda parte percibimos en el locutor la tensión por mantener un anclaje en la realidad para que el oyente pueda seguir orientándose en el mundo: Sí, podemos afirmar que son las 9:28 de la mañana. Aun así, el resultado es la estupefacción. Ya a esa hora la representación política gravita en torno a una investidura y el trasfondo de un puro simulacro en el que un prófugo, Carles Puigdemont, dice que vuelve sin volver y algunos mossos dicen que lo buscan… Aunque quizás no. ¿Cómo afrontará la estupefacta ciudadanía la creíble (o increíble) explicación de que una persona perseguida por tierra, mar y aire haya conseguido burlar los dispositivos policiales de la alegremente llamada Operación Jaula? ¿Qué nueva dimensión de la posverdad se nos abre?
Más que realidad, hacen falta muchas dosis de normalidad en la política catalana. Especialmente porque hasta ahora la excepcionalidad ha sido el MacGuffin que lo justifica todo. Incluso hasta el punto de convertir proyectos políticos en vivencias colectivas (¿cómo se negocia con una vivencia?). La imago con las dos versiones de la realidad ofrecía a un candidato tratando de dar esa pátina de normalidad a la investidura frente a quien desde la calle intentaba la peripecia de poner una mirada solemne en un mitin y un encuentro que rozaban el folklore de sainete. La altura de los desafíos que Illa enumeraba en su discurso es tan grande como la mezquindad de un líder que ya milita en el heroísmo de los pusilánimes y persevera peligrosamente en el afán de arrinconar la política en el letal entretenimiento o en la carne de meme.
El candidato socialista reivindicó el acuerdo alcanzado con ERC destacando el “nuevo modelo de financiación singular para Cataluña” con una profundización de su autogobierno, aunque pasó de puntillas por él. El guiño a las federaciones socialistas que también están poniendo toda la carne en el asador con su investidura se limitó a describir una “España plurinacional dentro de una Europa federal”, esto es, balcánicos por dentro, federales por fuera. Y, sin embargo, es difícil no ver que Illa es el político que Cataluña necesita en estos momentos.
Pero este jueves han pasado al menos dos cosas más. El independentismo escenificó su ruptura. De hecho, en la balanza de Puigdemont y su fugaz (no)regreso no sabemos si pesaba más boicotear la investidura de Illa o la declaración oficial de guerra a Esquerra, que pasa a consolidarse —y esta es la segunda conclusión— como el socio nacionalista preferente del socialismo en las Cortes y en Cataluña. La buena noticia para Illa es que él no necesitará al partido del prófugo que vuelve sin volver para aprobar los Presupuestos.
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