El pasado martes dejó de ser presidente de México Andrés Manuel López Obrador, AMLO, con todo un debate en torno a la no presencia del Rey de España en el acontecimiento de cambio de presidencia a la señora Claudia Sheinbaum; a partir de una serie de cuestiones manidas y quejumbrosas, del saliente jefe de Estado de México. Con un lamentable desprecio de la Historia y del sentido común, y con efectos perniciosos para la relación de dos países que están unidos por una larga andadura común. AMLO quiere que el Rey de España pida perdón por la conquista y sus ulteriores secuencias, sin precisar si debería hacerlo ante un altar de Huitzilopochtli, rodeado por sacerdotes aztecas, dominantes en el Valle de México sobre otras etnias. A las que hacían sufrir los maltratos más antihumanos, seleccionando doncellas o infantes para sacrificios a los dioses, y posteriores prácticas de su reconocido canibalismo. Ya se ha dicho muchas veces, con bastante sentido, y cuesta trabajo tener que repetir tales argumentos: no hay nada que perdonar entre España y México.
AMLO, expresidente de México, tras un sexenio de estancamiento económico (1,1 por ciento de crecimiento anual medio en los seis años), deja un país con más desigualdades que nunca entre mexicanos, de separación personal del presidente de casi todo el mundo tras vender el avión presidencial (¡!), y con una criminalidad ligada al narco en fuerte aumento: cerca de 200.000 homicidios, más de 115.000 desaparecidos, y 500 denuncias por crímenes de Estado; esos son los números rojos de AMLO al cierre de su sexenio. Con visitas fuera de México casi exclusivamente a EE.UU., se supone que para recibir indicaciones de un imperio que hoy debería preocuparle más que el español de los siglos XV a XIX. Tiempos de convivencia, si no feliz, bien trabada en un virreinato que ahora se desprecia.
A muchos nos gustaría que AMLO después de irse, además de escribir sus felices memorias –dice que se va muy contento, apoyando a Maduro a tope en Venezuela—, volviera a leer (seguramente ya lo habrá leído, pero igualmente olvidado) libros como los de José Luis Martínez (‘Hernán Cortés’) y Juan Miralles (‘Hernán Cortés, inventor de México’), ambos historiadores mexicanos; superconocedores del conquistador y creador de la Nueva España como nadie. Y por si no fuera suficiente, podría dar un repaso a Vasconcelos en varios de sus trabajos, a Octavio Paz, y de los últimos tiempos a Enrique Krauze.
Pero es más fácil emborronar la Historia y tergiversarla, buscando votos seudoindigenistas con una historia inventada, sobre todo a partir de 1821. Cuando los criollos ganan por fin la independencia, y convierten a Cortés y los tres siglos de historia del virreinato de la Nueva España en la nada. Se han olvidado que las luchas intermexicanas de la conquista, con el apoyo a los invasores por parte de tlascaltecas, cholultecas, etc., etnias que como otras muchas, veían en los aztecas un enemigo y un opresor común, contra el cual se asociaron a los dichos invasores.
Por lo demás, 1821 es la fecha del expolio de las comunidades indígenas por los criollos, conociéndose a Tlaxcala como provincia traidora y a Malinche y Cortés como genocidas. En tanto que los compañeros de viaje de los AMLO marcan el desprecio de esos tres siglos de presencia española y mestizaje. Cuando México era un país más del doble de extenso, con pérdida de territorio por los criollos y sus asociados.
Yo le recomendaría a AMLO que después de dejar la presidencia se diera una vuelta meditante por la plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, para revivir lo que es la naturaleza actual de México. Y para restablecer las mejores relaciones entre españoles de hoy en México, que no fueron nunca de conquista para allá, y de mexicanos que no vinieron nunca a España con misión análoga. Ellos son los que importan de cara al futuro, y en vez de buscar los votos con mentiras en la Historia, podrían encontrarlos en convivencia con un legado de grandes obras materiales de esos tiempos tan odiadas oficialmente: iglesias, catedrales, hospitales, acueductos, universidades, escuelas, jardines botánicos, industrias innovadoras. Y un elenco de personas como el Tata Vasco de Quiroga o Juana Inés de la Cruz. Con la mejor utilización de una lengua común, en la que México ya es el primer país hablante, y las lenguas nativas preservadas durante los tres siglos de novohispanos con gramáticas y diccionarios propios. Muchos durante el dominio español.
Pedir perdón a quién. Para qué. Mejor es buscar las dos mitades de la convivencia hispano-mexicana y la tercera fase de una historia como países independientes. Con una historia en paralelo que no tiene parangón en todo el planeta en cuanto a riqueza humana y sentido de la vida. Y seguro que con el escándalo de algunos, no estaría mal decir: «¡Despierta de tus problemas inventados, México, tan cerca de AMLO, y tan lejos de la Historia verdadera!».
A todo lo anterior debería agregarse que si escribo esta carta abierta a AMLO, ello se debe a que durante varios años dediqué gran parte de mi atención al nacimiento de México en mi libro ‘Hernán Cortés, gigante de la Historia’, ahora en su octava edición. Del cual envié un ejemplar a AMLO a través de la entonces embajadora de México en España, señora Roberta Lajous. Sin ninguna clase de recibo de usted, señor presidente.
En definitiva, ahora tiene usted tiempo para reparar lo mucho y malo que ha producido de polémica dentro del mundo hispanoamericano. Con su posicionamiento ante el Rey de España y su exigencia de perdón. Esas peticiones me hacen pensar qué pensaría si a usted le exige Felipe VI que pida perdón por las ofensas a los 61 virreyes, desde 1535 con Antonio de Mendoza, hasta 1821 con el número 61, Juan José Ruiz de Apodaca; cuando al final los españoles dieron la independencia a México sin más guerras.
También he de recordarle a AMLO que cuando abdicó el Rey Juan Carlos I como Rey de España, en 2014, uno de los presidentes iberoamericanos más distinguidos, el uruguayo Julio María Sanguinetti, dijo textualmente que el entonces saliente Jefe de Estado de España era «el verdadero rey de Iberoamérica». Y lo dijo con una convicción total. Por lo mucho que Juan Carlos I se había distinguido en los trabajos de la Conferencia Iberoamericana, y por lo que España representa dentro del conjunto de una veintena de naciones que hablan la misma lengua y tienen el mismo tronco histórico y cultural. Por eso es especialmente lamentable que el mayor país hispanohablante en este momento, México, al relanzarse la Conferencia Iberoamericana, se presente con tan patéticas proposiciones como lo hace AMLO, al final de seis años de haber presidido a más de 130 millones de mexicanos que cada día se buscan la vida.
Disculpen los lectores la longitud de este artículo, pero realmente creo que merecía la pena ante los exordios escuchados del ya expresidente de México. Y la inoperancia de un Gobierno como el de Pedro Sánchez, con un ministro de Asuntos Exteriores (Albares), que ha creado las peores relaciones diplomáticas con países hermanos como Venezuela, México, Argentina… ‘Sic transit gloria mundi’.