Celestino Torres era «un intruso, un desclasado, pues ni pertenecía a una familia con abolengo empresarial ni era egresado de una universidad de prestigio ni hablaba inglés ni apenas sabía moverse en sociedad». Sin embargo, «quería estar, quería imponer su presencia» en las «grandes ligas».
Desde su triple atalaya de periodista, profesional de la comunicación y escritor, Juan Francisco Polo (Madrid, 1957) ha observado con atención una de las épocas más fascinantes de nuestro país, la de la burbuja del ladrillo, para terminar encarnándola, con la experiencia ya atemperada, en Celestino (Círculo Rojo).
Novela de la estirpe de El gran Gatsby, salvando las distancias, narra el auge y la caída de un héroe criado a los exánimes pechos de la España rural de los 50, donde «la vida era seca y dura como el pedestal», e hipnotizado por un vuelo que se reveló tan frágil como las plumas que sostienen las alas de quienes no pertenecen a una élite inalcanzable.
Como su héroe, tan castellano, el estilo de Polo no tiene nada que ver con el lirismo deslumbrante de un Francis Scott Fitzgerald. En el prólogo, José Antonio Zarzalejos advierte: «No le pidan al autor recursos literarios sofisticados, juegos brillantes de palabras, metáforas que epaten al lector», porque «su prosa es sencilla, llana, accesible pero tan auténtica que resulta especialmente sugestiva».
Tampoco destila Celestino la acidez de Rafael Chirbes en Crematorio (Anagrama). El desarrollo de la peripecia de su protagonista tiene un punto naif. Celestino es, básicamente, un buen hombre. Con ambiciones, pero sin mayores retorcimientos. Aferrado a unos valores tradicionales, amante de su familia, solo quiere prosperar.
Estallido de la burbuja
Pese a sus obvias limitaciones, la ingenua sencillez de este libro, con sus apenas 200 páginas, deja un regusto refrescante. Es algo distinto, leve y divulgativo. Porque el lector puede encontrar un apretado resumen de aquella época en que nuestro país era el más propicio para hacerse millonario, como dijo el ministro (supuestamente) socialista Carlos Solchaga.
Polo describe las condiciones sociales y culturales que permitieron al sector inmobiliario crecer hasta suponer el 20% del PIB nacional. También las operaciones mercantiles de quienes explotaron la oportunidad. Lo hace sin mucho detalle -no es este un libro para lectores de sesudos manuales económicos-, solo los mínimos trazos suficientes para entender el trayecto del protagonista.
El primer capítulo, La caída, lo muestra en ese momento trágico en el que «todo lo que era sólido» –Polo cita textualmente a Muñoz Molina– se desmorona. La portada del libro elige el momento clave, con el empresario, traje y maletín en ristre, agacha la cabeza. Más adelante averiguaremos que un fotógrafo avispado lo captura para crear una portada icónica, el resumen del estallido de esa burbuja que tantos se obstinaban en no ver.
Desde ahí, la trama va y viene en el tiempo para mostrar los episodios clave en la vida de Celestino. El primero, y más sugerente, nos introduce en el cenáculo oficioso del poder: el palco del estadio Santiago Bernabéu. Celestino llega a presidir el Real Madrid, pero no dura más de dos meses en el cargo, apuñalado por la flor y nata de la sociedad: el todopoderoso Prudencio ha utilizado al «paleto» para apuntalar su posición tras una crisis.
Corrupción
Aunque aún queda para el desenlace, el abismo empieza a entreverse en la gran desilusión de Celestino, madridista apasionado. Significativamente, el siguiente capítulo nos lleva al Burgos de la Transición, donde nuestro héroe entra en contacto con la política. De forma natural, por la coincidencia con las necesidades urbanísticas de un país en remodelación, comienza a familiarizarse con la gestión del suelo, la promoción inmobiliaria…
El siguiente capítulo no puede ser más explícito desde el mismo título: El dinero. Celestino se muda a Madrid y comienza a prosperar en un negocio que le va como anillo al dedo a su personalidad emprendedora y concienzuda. Polo no elude el espinoso tema de la corrupción, aunque tampoco se recrea en él. A Celestino no le hace ninguna gracia, pero queda claro que los políticos quieren «su parte».
In media res, La novia nos hace retroceder en el tiempo, en este caso a la Salamanca de los años 60, donde Celestino conoce al amor de su vida mientras estudia Derecho. Un amor de los de antes, formal y sin estridencias. Pero el siguiente capítulo, La operación, nos devuelve a lo más abrasador de la burbuja, con un Celestino al que el rejón de su fracaso en el Real Madrid le ha convertido en una especie de Capitán Ahab: su Moby Dick es la compra de una compañía que le permita acceder al Íbex 35, el éxito definitivo.
Con su familia cada vez más acostumbrada al lujo y con él mismo embebido en sus ambiciones, repentinamente viajamos al pequeño pueblo castellano de los años 50 en el que el héroe da sus primeros pasos. Un escenario a lo Delibes que termina de mostrarnos el material del que está hecho Celestino y da pie al derrumbe definitivo.
Como Ícaro, Celestino había volado demasiado cerca del sol. Y en la caída, nadie quiere acompañarlo. «Solo, siempre solo», concluye el dramático capítulo La ruptura, pero aún queda otro, cuyo título, La lucha, deja abierta una puerta, y más conociendo ya como conocemos a Celestino, antes de que Al sol cierre con el tono crepuscular que procede en el género.
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