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Chappell Roan reina en la última noche del Primavera Sound: fantasía para un mundo que asoma | Noticias de Cataluña

by Marko Florentino
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En la primera jornada fueron las camisetas y los trajes verdes quienes motearon el paisaje humano del Primavera Sound. Los invocaba Charli XCX con su estética “brat”. En la última se lucieron ropa y aderezos rosas, con preeminencia de sombreros que llevaban tanto ellas como ellos, en una muestra de adhesión y simpatía por Chappell Roan, reina incontestable de la última jornada completa de festival. El pop es mucho más que música, es actitud, también vestimenta que va bastante más allá de las camisetas con el nombre estampado del artista en cuestión. Y como en el caso de Chappell Roan el discurso queer se activa musicalmente, el aspecto visual deviene comunicación no verbal.

Suya fue la jornada, y no se la discutieron ni los guitarrazos de Fontaines DC, los más activos propagadores de la causa palestina en el festival, ni Anohni, ni Black Country New Road y su intelecto, ni LCD Soundsystem y su apelación al baile ni un invitado de última hora al éxito, el rapero Aminé que organizó un fiestón en su atiborrado escenario justo antes de LCD. Sí, estaba cantando quien ganaría, y lo hizo.

Chapell Roan cantó bien, con poder, convicción, deseo y capacidad. E hizo cantar a la masa en una especie de llamada respuesta en la que ella lanzaba una frase y el público, con abrumadora presencia de los agudos de ellas, jefas de la audiencia, respondían como quien se autoafirmaba, que lo hacían, en cada palabra. Pero antes, Chappell ya movió las nalgas, sacudiéndolas con soltura en Super Graphic Ultra Modern Girl, primer tema del concierto. En el segundo, Femininomenon ella cantaba “señoras, saben a lo que me refiero / y sabes lo que necesitas y él también/ ¿pero sucede?”, y entonces, miles de gargantas respondieron “nooooooo”, en un gesto de autoafirmación y de identificación tanto con la propia persona como con quien preguntaba desde allí arriba. El Lloyd Bridges de Aterriza como puedas hubiese dicho como “elegí un mal día para ser un señoro”. Chappell Roan estaba en modo Jumbo sobrevolando la explanada del Fórum calentando el ambiente con sus motores.

El festival construyó la producción de estadio de la norteamericana, una suerte de castillo de la bruja con pasarelas, torre y acento gótico. La banda, todo mujeres, en primer plano, nada de escondida en tercero o directamente inexistente. Chappell vestida de fantasía, con un maquillaje que era una obra pictórica de drag queen repartiendo colorido hasta los pómulos, melena bermeja cayendo en cascada. After Midnight cerraba el trío de primeros temas y saludaba en castellano con un “hola Barcelona” destinado a un 65% del público venido del mundo.

Los locales, aunque no conociesen el inglés, usaron el sentido común para entender lo que la masa gritaba con Chappell en el siguiente tema, un “touch me baby” que muchas personas acompañaban con un recorrido manual por su propio cuerpo, para aclarar aún más la idea expuesta en Naked In Manhattan. Pop con base en los ochenta, sintético, alegre y saltarín. Tras alguna balada y el estreno de un nuevo tema no más que regular, The Subway, de nuevo estalló la complicidad de la audiencia en Hot To Go, y un océano de brazos construyó con ella las letras del título en una estampa coreográfica que el gobierno chino debería considerar para remozar sus despliegues de masas.

A todo esto Chappell se iba cambiando de vestuario y luciéndolo con esmero, como cuando en una versión hard rock, Barracuda, que pegaba allí como un sello en el barro, mostró el colorismo de la liberación de género estampado en su ropa interior. Tras Picture You, una balada estupenda que recuerda a KD Lang y otra, Kaleidoscope más tibia, comenzó la recta final. Todo el mundo bailó, bien, saltó, con Red Wine Supernova, los más viejos del lugar pensaron en Righeira al escuchar los sintetizadores que introducen Good Luke Baby y Pink Pony Club puso fin a ese repaso actualizado de los ochenta, del descaro, la personalidad y la intención de esta nueva diva del pop que regurgita también los dos mil en una propuesta que apabulló en el Primavera.

Público durante la última noche del Primavera Sound, este sábado.

Antes de Chappell la audiencia más conspicua se dejó atrapar por la hiedra de Black Country New Rock, una banda inclasificable por muchos adjetivos que se le apliquen. Con una amplia panoplia de instrumentos que sus seis componentes utilizan, su rock se enreda y desmadeja resultando tan imprevisible como el vuelo de un insecto. Las canciones pueden iniciarse suaves, con armonías vocales y evolucionar luego hacia los sonidos progresivos, el folk o el pop barroco, escapando de la linealidad como si fuese un anatema. Delicados y exigentes, el concepto de estribillo habría que reconsiderarlo con estos ingleses en el fondo tan deudores de la tradición musical de su país. Tocaron todo su último disco dejando la convicción de que son diferentes a casi todo, un grupo del presente que no necesariamente deja de sonar a tiempos pasados, una banda capaz de acariciar con aires pastorales y someter con turbulencias angulosas que no hacen prisioneros. Siempre merecen la pena, aunque sólo sea que obligan a una escucha detallada, de esas que ahora no se llevan. Y tiran de ironía, usaron un tema de Bon Jovi para ambientar su salida a escena.

La banda Fontaines DC, durante su concierto en el Primavera Sound.

Por su parte, en uno de los escenarios principales, Fontaines DC se marcaron un concierto bastante aplastante. Hubo momentos en que parecían una banda de brit-pop, Favourite, otros a un lejano primo de The Fall o de Sleaford Mods, Boys In The Better Land y casi siempre con esos bajos sobrinos de The Cure. Se pueden añadir más nombres, y siempre estaríamos mirando hacia atrás, ojo, no es desdoro. Su concierto recuperó el poder de las guitarras, véase Here’s The Thing, amén de recordar en varias ocasiones, mediante palabras, rótulos en las pantallas acusando directamente a Israel del genocidio y a todos por nuestro silencio o con una bandera en el teclado, que en Gaza los civiles siguen muriendo.

Un concierto que cerraron con Starburster, de su último y más representado álbum en su repertorio. Antes, Kim Deal hizo un concierto para mostrar los matices de su último álbum, con cuerdas y dos metales, pero como era de esperar fue con temas de sus ex grupos, Breeders, Cannonball y Pixies, Gigantic con los que logró mayor impacto en las horas en las que el sol lucía. Para limitar sus efectos, la organización repartía agua gratis en unos puestos que funcionaron de 18:00h a 02:00h y que registraban más colas que ningún otro espacio del festival, exceptuando los lavabos.

Y entre concierto y concierto, o incluso durante, el público aprovechaba que en un festival no sólo hay música. Unos jugaban a las cartas, singular la idea de llevar un mazo a un festival, otros se peinaban en una peluquería montada por una marca que parece el apellido de un primo de Schwarzenegger, los posados ente los escenarios o frente a las Supernenas de la entrada del recinto eran moneda común y algunos disfrutaban, ya de noche, de las fantásticas vistas bajo la placa fotovoltaica, desde donde se domina todo el festival, algo parecido a un ser con varios corazones bombeando ritmos simultáneamente. El toque natural lo ponía un grillo que estuvo haciendo su aportación sonora. Alguien lo debería samplear. La naturaleza es irreductible.

Aunque a Anohni le preocupe, y con argumentos de peso, su deterioro. En su concierto el mar y la Gran Barrera de Coral y su emblanquecimiento, aquí símbolo de muerte, pautaron su actuación, ambientada con filmaciones de fondos marinos. Iba de blanco, cabello incluido cayéndole lacio sobre los hombros, aunque más bien recordaba a una virgen de aquellas fluorescentes que se ponían en las mesillas, y con su dolorido lirismo embocó un recital donde el sufrimiento fue el motor que alimentó las canciones. Con una instrumentación que incluía cuerda y piano acústico, Anohni encarnó la tensión emocional, expresada en un rostro que se hacía mueca al proyectar su voz de contralto y que crispaba sus enguantadas manos. Belleza e inquietud iban de la mano, generando una tensión que al mismo tiempo resultaba hermosa y tenía, aunque parezca un contrasentido, algo de curativo, una especie de sanación en el dolor mismo. Maravillosa su toma de It Must Change y la final Drone Bomb Me, reconvertida en una especie de vistoso pop electrónico hasta bailable.

Concierto de LCD Soundsystem durante la última noche del Primavera Sound.

Pero para baile, en la parte final del festival, con Aminé en un escenario y luego LCD Soundsystem. El primero, beneficiado por parte del público que hacía tiempo para el segundo, puso en solfa a la multitud primero con su dj pinchando entre otras cosas Bad Bunny y luego con temas tan festivos e infecciosos como Sossaup, en una toma más cruda de la que luce en el disco que tiene al alimón con Kaynatrada. Hip-hop festivo macerado por momentos en pop-soul, I Think It’s You, o temas irresistibles como Vacay, óptimos para una multitud que no sólo había bebido agua.

Uno de esos momentos que hacen de los festivales plataformas masivas de felicidad, brazos al aire, miradas buscando complicidades y cuerpos abandonados al sudor. Más tarde, en formato más seco, LCD Soundsystem agotaron las reservas de energía con su cuadratura del ritmo, puro ángulo recto y el festival caminó hacia su despedida con la reiteración de All My Friends. Mientras, a lo suyo, el grillo seguía frotando sus alas en la zona más elevada del recinto. Un maravilloso broche final.



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