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Con Montoro hemos topado, por Fede Durán

by Marko Florentino
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Al tratarse de la institución más temida y eficaz de España, dirigir Hacienda desde un ministerio debe insuflar al timonel adrenalina, dopamina y serotonina a raudales. Quizás así se explique no sólo la chulería inherente al cargo, sino que del muladar que habitualmente es la política surjan casos de corrupción como el de Cristóbal Montoro.

Existe, desde luego, una asincronía que coloca a Alberto Núñez Feijóo fuera de la zona nuclear. Él no estaba allí cuando Montoro hacía y deshacía de una manera curiosamente similar a la empleada desde el Gobierno actual para redactar la Ley de Amnistía: era el cliente del ilustre bufete del ya expopular quien redactaba los textos que posteriormente quedarían incluidos en el sagrado cuerpo normativo, adaptando el interés general al particular en lugar de proceder al revés.

«Desde la perspectiva de la ética, PSOE y PP visten el mismo traje y recurren a las mismas excusas»

El problema derivado de las maquinaciones del exministro es que confirman lo que todos sabemos: la lucha de partidos es en realidad una lucha entre sofistas. De medio pelo, sí, pero sofistas al fin y al cabo, individuos entrenados para vencer y convencer de palabra más que con la verdad en la mano. Si la verdad no importa, todo es posible. Pedro Sánchez es la mejor prueba de ello.

Para Feijóo y su relato regeneracionista, el Montoro-gate es una faena porque acredita el vigor de la gran sospecha hispana. Desde la perspectiva de la ética, PSOE y PP visten el mismo traje y recurren a las mismas excusas. Por ejemplo, que el número uno, enfrascado en cientos de miles de frentes, es incapaz de controlar a su prole, aunque haya matices tan sensibles como el parentesco en unos casos y la amistad en otros. Lo que sí podría sugerirse, y en esto un pacto de Estado aún cabría en el erosionado zapato colectivo, es una reformulación del ejercicio político con nuevas leyes, cláusulas y cortafuegos, aprobada en ambas Cámaras con generosas mayorías y destinada a transmitir a la ciudadanía que la clase dirigente comprende sus errores culturales y morales y está dispuesta a enmendarlos.

Si, por el contrario, el menú permanece inalterable y al leerlo ya sabemos lo que vamos a tomar, esa monotonía genera dos afluentes: uno convierte el sufragio universal en una prolongación de la religión. Se es católico, protestante, musulmán, budista o judío, y esa fe no se cambia cada cuatro años, sino que acompaña al creyente a la tumba. El otro, cada vez más frecuente en Europa, rellena el cauce de las fuerzas situadas en la periferia del espectro ideológico, que es donde se sitúan Vox a la derecha y Sumar-Podemos a la izquierda. Los primeros han sabido convertirse en una especie de propuesta antisistema (posible lema: todo mal), mientras que los segundos se diluyen en la atomización que siempre les ha caracterizado.

En uno de sus cuentos (Eso no se hace), el escritor polaco Slawomir Mrozek describe la situación de un ciudadano recién jubilado a quien las autoridades exigen una fotografía actualizada como parte de la carga burocrática necesaria para obtener la pensión. Muy consciente del contexto en el que vive, el administrado escribe una carta al administrador recordándole que el país está monitorizado desde el espacio con potentes satélites capaces de obtener una imagen nítida de cualquier compatriota. Ante esta impertinencia, la autoridad se enfada. En una segunda carta, advierte al insensato de que pone en riesgo sus euros. El hombre contraataca a su vez: en lugar de enviar su retrato, coge el autobús, se baja en la última parada, pasea hasta un campo sembrado de trigo, se baja los pantalones y apunta el culo hacia uno de los perversos satélites.

La analogía está clara. Montoro, como Ábalos, Bárcenas o Cerdán, representa al poder que exige; mientras que el pensionista asume el rol del elector, quien no pasa de ser un receptáculo de regulaciones e impuestos. Con demasiada frecuencia, el espíritu servil se impone al alma guerrillera y el votante acude ufano a las urnas con su papeleta y sus convicciones. Pero a veces una chispa prende en el alma y ocurre lo que ocurre. El satélite todopoderoso capta la pedestre silueta de un trasero peludo y al vigilante se le queda cara de tonto. Si Feijóo piensa que ese culo sólo se mofa de Sánchez, comete un tremendo error.



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