
El pasado miércoles 22, en su cuenta en X, el Ministerio de Educación publicó un post utilizando una cita falsamente atribuida a Einstein, que luego se vio obligado a borrar. Leemos: «Como decía Albert Einstein: ‘La educación es lo que queda después de olvidar lo aprendido en la escuela’. Desde el Ministerio de Educación apostamos por un aprendizaje que trasciende la memoria: comprender, crear y conectar saberes con la vida». Incluso asumiendo la mejor de las intenciones, este mensaje condensa varios principios problemáticos de la pedagogía que se ha ido instalando en el sistema educativo español, a saber: la desmemoria como valor; el olvido voluntario como clave de bóveda de no se sabe muy bien qué; la ausencia de un núcleo duro de conocimientos, sustituido por el prestigio de una creatividad ex nihilo o, peor aún, por una paleta emocional que se confunde con el pensamiento crítico. En gran medida, nada más que retórica vacía.
Y no hablo de ideología. La ideología forma parte del combate político, pero no del saber. No al menos en el sentido que plantea el citado post. El ministerio que dirige Pilar Alegría dice apostar por una educación «que trasciende la memoria». Entender, crear, relacionar…, en definitiva, ser críticos: todo ello –sin contexto alguno– forma parte del seductor vocabulario de los gurús de la autoayuda. Oímos insistentemente estas palabras en los vídeos virales de TikTok o en los shorts de YouTube. Antes hubiéramos hablado de una simplificación propia de la cultura PowerPoint, pero hoy ni siquiera alcanzamos ese nivel de síntesis. ¿No será que, al emanciparnos de la memoria, lo que llega no es la libertad prometida sino una especie de amputación que nos hace más frágiles y nos deja sin otros referentes que la última moda del momento? La memoria, bien integrada, constituye el humus de un pensamiento riguroso.
«Entre 2012 y 2022, España ha perdido 24 puntos en Matemáticas y 38 en comprensión lectora»
En ese contexto debe enmarcarse el aforismo –insisto, seguramente apócrifo– de Albert Einstein, que no es sino un eco de la distinción (formulada ya en el Idealismo alemán) entre la Bildung, entendida como formación plena de la persona, y el Wissen, consistente en un saber factual más efímero. La verdadera Bildung incorpora el Wissen sin negarlo ni rechazarlo. Precisamente porque, sin memoria, todas las capacidades superiores de la inteligencia asentadas sobre ella se derrumban.
En el contexto español, esta deriva adquiere contornos trágicos. Los sucesivos informes PISA dibujan una realidad distinta al optimismo gubernamental: entre 2012 y 2022, España ha perdido 24 puntos en Matemáticas y 38 en comprensión lectora, justamente las competencias que requieren de una base sólida de conocimientos plenamente interiorizados. Es un hecho que el olvido nos vacía interiormente. Esconde tras de sí una suerte de hybris gnóstica en la que se confunden los destellos de la intuición con el saber real a la vez que desdeña la necesidad del esfuerzo.
Nadie pide volver a la memorización del Código Napoleónico, es decir, a la memoria por la memoria. Lo que se reclama es no ceder a la ignorancia cultivada por los memes. La alta cultura nos enseña a olvidar con discernimiento y a escuchar con atención. Hay que ser creativos a hombros de gigantes y aprender a pensar con los grandes: junto a ellos y, si se tercia, también contra ellos, pero conociéndolos antes y respetando el filo –bello y acerado– de una cultura que sabe que el hombre siempre puede más y mejor.
