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corrupción y vigilancia, por Segismundo Álvarez

by Marko Florentino
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Ha muerto Daniel Kahneman, psicólogo israelí-estadounidense y Nobel de Economía. Junto a su amigo Amos Tversky desarrolló la teoría de los sesgos cognitivos, es decir la idea de que la mayoría de las decisiones las tomamos de manera inconsciente, siguiendo patrones de conducta evolutivos. A través de ingeniosos experimentos, desmintieron la idea de que tomamos las decisiones económicas siempre maximizando el beneficio, pues por ejemplo, nos molesta más perder 100 que nos alegra ganar 100 (aversión a la pérdida), o valoramos más lo que ya tenemos que lo que podemos adquirir (endowment effect). Les recomiendo descubrir estos sesgos leyendo su conocido libro Thinking fast and slow, y también la apasionante biografía de estos dos genios que escribió Michael Lewis.

Como homenaje quiero traer aquí uno de los muchos experimentos sociales que contiene el libro de Kahneman, para aplicarlo a la España de hoy. Durante años, los miembros del departamento universitario británico habían pagado el café que tomaban en la oficina depositando la cantidad de dinero fijada en un cartel en una «caja de honradez» (una simple hucha sin control humano ni mecánico). Un día se colocó un póster justo encima de la máquina de café, sin ninguna advertencia ni explicación. Durante diez semanas se alternaban imágenes de flores o de ojos que parecían mirar directamente al que se servía el café. Nadie comentó nada pero la recaudación se multiplicó por tres cuando la imagen era de unos ojos.

Este sencillo experimento ofrece dos lecciones.

La primera es previsible. Ya a principios del XIX decía el filósofo utilitarista Bentham que «cuanto más te observo, mejor te comportas». Lo que aporta el experimento es que basta la sensación inconsciente de sentirme observado para que me porte mejor. Muchos otros experimentos, en particular los de Dan Ariely, han confirmado que la falta de vigilancia favorece el fraude.

La segunda puede sorprender a muchos, y es que el fraude es generalizado. Si la recaudación se multiplicaba por 3 -y seguramente muchos pagaban menos del precio pero sí algo- significa que más del 80% no pagaban la cantidad fijada. Estos altos porcentajes se confirman en los experimentos de Ariely y en otros estudios realizados en colegios y universidades de EEUU.

«La gran mayoría de las personas actúa de manera deshonesta si pueden hacerlo sin ser observados o castigados»

Estas realidades nos pueden resultar más o menos deprimentes, pero como decía Serrat, «nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio». Quizás los seres humanos no tengamos remedio, pero el experimento demuestra que se pueden tomar medidas para que la mayoría pague su café y por tanto también para que los que manejan los fondos públicos no se lleven la hucha.

Por supuesto, los políticos de uno y otro lado intentan nos cuentan otras historias. La primera, que la corrupción es algo del otro partido, lleno de sinvergüenzas sin principios. Pero la verdad, como hemos visto, es que la gran mayoría de las personas actúa de manera deshonesta si pueden hacerlo sin ser observados o castigados. Por supuesto, da igual de qué partido sean: un estudio del Pew Institute muestra que demócratas y republicanos difieren en la valoración de distintas cualidades para ser líder político, pero coinciden en valorar la honestidad por encima de todas, con idéntico porcentaje.

La segunda rueda de molino que nos sirven, -cuando ya es evidente un caso de corrupción propia- es la de la «manzana podrida»: Koldo, Bárcenas, eran ovejas negras en medio de un partido de ángeles. La realidad es que las tramas de corrupción suelen incluir a multitud de personas, pero todo vale antes que reconocer que no se ha establecido la vigilancia adecuada o que, deliberadamente, se miraba para otro lado.

Es necesario, por tanto, que muchos ojos estén permanentemente mirando a nuestros gestores del dinero público. A ello ayudan la normativa de transparencia, la protección de denunciantes de corrupción y la creación de órganos independientes y especializados de control. Por eso resulta preocupante la nueva ley del Gobierno PP-Vox de Baleares, que reduce la transparencia y cierra la Agencia Antifraude. Se alega que funcionaba mal, pero en ese caso lo que procede es reformarla para mejorar su independencia y eficacia. Tampoco el Gobierno nacional parece tener mucho interés en este control: hace más de un año que se aprobó la ley de protección del denunciante de corrupción y el Gobierno sigue sin constituir la Autoridad Independiente de Protección al Denunciante que la ley prevé y la Directiva europea exige.

No quiero terminar sin recordar que la moral personal es importante: algunas personas no hacen trampa nunca y en ellas nos tenemos que mirar. Pero mientras nos hacemos perfectos, o al menos ejemplares, debemos aprender las lecciones del gran Kahneman y promover la vigilancia de los que manejan nuestro dinero.





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