Vaya por delante que creo que si hay sentencia firme contra Begoña Gómez, el Tribunal Constitucional la anulará. Lo ha hecho con los ERE a pesar de que Griñán, Chávez y Magdalena Álvarez no son de la Familia Sánchez-Gómez, que menos que hacerlo con la «presidenta». Ya tienen jurisprudencia populista para anular lo que sea: todo lo que vaya contra el PSOE de Sánchez es fango de la ultraderecha para provocar un lawfare y ganar con trampas lo que en buena lid no pueden en las urnas. El relato es repulsivo, digno de Trump o Maduro, pero lo hemos normalizado.
Nuestro umbral de aguantar sandeces se ha puesto muy alto. Demasiado. Pagamos a un tipo que se hace pasar por ministro de los tres poderes para que salga a decir, aguantando lágrimas y tragando mocos, que Bego, nuestra progresista Bego, es víctima de una «persecución cruel e inhumana». Bolaños, en su prescindible laboriosidad al frente de Justicia, Presidencia y Relaciones con las Cortes, todavía tiene tiempo para dedicarse todo el día a pensar en el sufrimiento de la «presidenta». No importa esa dejación de funciones. No hay perjuicio público en su indolencia o desvío de atención. En realidad son tres ministerios que deberían desaparecer por inútiles. Pero esto ya lo sabe Sánchez y le da igual porque lo que quiere son portavoces de su argumentario. Cuantos más, mejor.
«Tenemos en La Moncloa a una familia que se cree víctima de la democracia»
La trama es tan amplia que las palabras se repiten en boca de los ministros y sus periodistas, como persecución, crueldad, ultra, infundado y bulos, cuando hablan de un juicio corriente a una ciudadana sin cargo público alguno. Y lo hacen sin vergüenza, sino con arrobamiento y devoción. Consideran que es un orgullo dar hasta la última gota de dignidad por el Gran Timonel del Progreso. Piensan que no hay mayor servicio que estar a disposición del Caudillo, como los procuradores de Franco en las Cortes Españolas. El problema entonces no era aplaudir, sino hacerlo bajito, sin ostentación. Hoy es parecido. Por eso, cada vez que habla Sánchez, María Jesús Montero rompe palmas por soleá, luego por bulería, continúa por alegría y acaba con una seguiriya .
El caso es que los españoles tenemos en la Moncloa a una familia que se cree víctima de la democracia. Si lo democrático es que la ley sea igual para todos, y que un indicio de corrupción y tráfico de influencias sea investigado, el sanchismo piensa que no merece la pena eso que llamamos sistema del 78. La democracia, dicen, es la «soberanía popular» que reside solo en el Congreso que, a su vez, la ha delegado en el Consejo de Ministros, cuyos miembros son portavoces dóciles de Sánchez.
«Es inaguantable el histrionismo ministerial para victimizar a la familia presidencial»
En suma, si la democracia es algo en este país es porque responde a la santísima voluntad del presidente del Gobierno. Nosotros, pobres mortales que no comulgamos con Su Sanchidad, que nos parece un populista barato que daña a la democracia y a la convivencia, no tenemos la suficiente sensibilidad para comprenderlo. No atinamos a vislumbrar el bien que hace a España, a Europa, a la Humanidad, incluso al Planeta. Por eso, que un juez por muy Peinado que sea, investigue la labor de Bego es visto como un acto criminal, quizá tanto como el saludo cobra de Carvajal.
El problema que tenemos es que Sánchez es un populista autoritario que ha colonizado el Estado para ponerlo a su servicio. El asunto se agrava cuando comprobamos que tiene una red de servidores en la administración y en las instituciones que no pestañean a la hora de poner los recursos públicos a favor de la causa del líder. Esto debería ser un riesgo para la democracia que se debería saldar en las urnas, pero ya sabemos que es muy difícil por el fanatismo y la polarización, bien alimentadas por el sanchismo. Ahora bien, lo que es ya inaguantable es el histrionismo ministerial para victimizar a la familia presidencial. Ahí prefiero que caiga el Código Penal como un plomo en el estanque.