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Cuando convertimos a un nazi en el padre del año, por Jasiel-Paris Alvarez

by Marko Florentino
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Hace exactamente un año que las redes sociales encumbraron como «padre coraje» a Alberto «Pugilato», auto-proclamado «activista NS» (siglas de «Nacional-Socialista», o sea «nazi»). Este episodio lo convirtió en un influencer relevante que aprovecha su fama para patrocinar a Núcleo Nacional, el grupo neonazi más grande de España (y el favorito del PSOE para asustarnos con «que viene el lobo»).

La historia es la siguiente. Tras subir una foto «Pugilato» con su hijo de pocos meses, un cómico de nombre Jaime Caravaca decidió que era momento y lugar para escribirle un repugnante comentario que venía a decir, traduciéndolo a estilo periodístico, que ese hijo suyo podría, cuando fuese mayor, hacerse homosexual y además mantener relaciones interraciales, para horror de un padre al que suponía homófobo y xenófobo (que nunca se hubiese escandalizado si le hubiesen escrito que su hijo cortejaría a muchas hembras «arias»).

La siguiente escena es historia de internet: «Pugilato» se presenta en un espectáculo de Caravaca para agredirle, vendiendo como un acto heroico lo que más bien fue una penosa farsa. «Pugilato» quiso copiar un popular episodio de semanas previas protagonizado por el boxeador Antonio Barrul (curiosamente, el modelo de «Pugilato» es un gitano). Aquel boxeador se había peleado en una sala de cine contra el agresor de una mujer y una niña, disculpándose luego con la audiencia.

Mientras que el boxeador se medía contra un abusón violento que insistía en amenazarle, el honorable «Pugilato» iba a por un cómico gordo y acobardado. Lo del cine fue espontáneo y se podía entender como un calentón del momento ante una situación indeseada pero inevitable, con unas formas de las que además Barrul se arrepintió posteriormente. Por el contrario, Pugilato nunca reevaluó en conciencia ni matizó nada sobre sus actos (la soberbia es el pecado capital del nazismo) y planificó fríamente toda su operación, condujo el tiempo necesario hasta el lugar de los hechos (no es de Madrid) y calculó incluso llevar camisa de manga larga en plena ola de calor para ocultar los tatuajes nazis que podrían haberle restado popularidad a su vídeo.

Mientras que el vídeo de Barrul fue grabado espontáneamente por un anónimo espectador, el vídeo de «Pugilato» fue grabado premeditadamente para las redes sociales por amigos de «Pugilato» (porque «Pugilato» ni siquiera fue solo a esta «valiente acción», sino con escolta forzuda skinhead). Mientras que Barrul intentó evitar la agresión mediando verbalmente y llamando a seguridad, «Pugilato» no dio a Caravaca ninguna oportunidad presencial de explicarse o disculparse (ni le importó que el cómico hubiese borrado ya previamente el comentario de las redes sociales) y se tomó la justicia por su mano.

«No deberíamos regalar títulos de ‘protección de la infancia’ a activistas de una ideología infanticida y anti-familiar»

«Pugilato» actuó falsamente incluso cuando se vuelve hacia el público para imitar la disculpa de Barrul. Si no hubiese querido importunar al público simplemente habría esperado al final del espectáculo para abordar al cómico, pero la intención era precisamente generar un espectáculo y luego ofrecer unas «disculpas» públicas que buscasen el aplauso. Para ello, afirmó que el cómico es un pedófilo que ha hecho comentarios sexualizantes sobre su hijo.

Por deplorable que fuese el mensaje de Caravaca, no era un comentario pedófilo: ni el insulto iba dirigido al niño (sino al padre) ni se estaba «sexualizando» a un niño (Caravaca escribió literalmente «cuando sea mayor»). Pero «Pugilato» quiso transformarlo en algo peor, por dos estrategias nazis clásicas. Primero: manipular la emoción de los demás y generar un apoyo a su reacción violenta (técnica estrella goebbeliana desde los años 30 del siglo pasado). Segundo: los neonazis saben que la mayoría de gente rechaza su ideología, pero que la figura del pederasta es aún más universalmente odiada que ellos. Lanzar tal acusación es la última esperanza de los neonazis para que alguien acepte unirse a ellos (¡incluso a ellos!) contra un mal mayor, real o imaginario.

Ya en los años 30 se encargaba la propaganda nazi de representar a sus enemigos como amenazas para la infancia: judíos que sacrificaban niños, pervertidos que los seducían, discapacitados físicos y psíquicos que les transferían sus genes inferiores. Tras la Segunda Guerra Mundial figuras neonazis como el ruso Maxim Martsinkevich (Tesak) intentan limpiar su imagen dedicándose a la caza de supuestos pederastas, que en ocasiones resultan ser simplemente homosexuales o feministas falsamente acusados. También se han dado casos de «personas identificadas por error o en base a mentiras en facebook, que acaban siendo acosadas o suicidándose» (según el jefe de policía británico Simon Bailey). El propio «Pugilato» ha hecho algo así: cuando otro usuario de X le deseó «un yerno magrebí» (de nuevo, un comentario contra el padre y no contra el hijo), «Pugilato» publicó el número de teléfono y la dirección de una persona equivocada (Fran de la Mata) que recibió cientos de amenazas.

Incluso cuando algún neonazi pilla a pederastas reales, «no los expone con la motivación de trabajar con las autoridades y conseguir su arresto, sino para aumentar su propia popularidad en sus redes sociales» (según el experto anti-pederastia Xavier Von Erck). Estas falsas narrativas anti-pedófilas son un peligro real para las familias (y también los niños): en 2013 un neonazi atentó contra la familia de un pederasta argumentando que había que «purgar su linaje»; en 2016 otro ultraderechista entró disparando a una pizzeria familiar tras creerse una «teoría de la conspiración» de que allí operaba una red pederasta.

Y si falsa es la acusación de pederasta a Caravaca, más falsa fue la frase con la que «Pugilato» se reivindicó en redes sociales: «solo soy un padre que defiende a sus hijos». Pero es que «Pugilato» es mucho más que eso. Este «cruzado contra los comentarios sobre la futura vida privada de los niños» es el mismo que le escribió a Irene Montero «verás que risas cuando denuncien a tus hijos por abusos». Este «defensor de la infancia» es el mismo que compuso canciones en favor del asesino de Carlos Palomino (de 16 años) y que se burló de la muerte de un menor inmigrante (mena) comentando bajo la foto del cadáver que «ya no podrá pagarnos las pensiones» y que se tome «ibuprofeno cada 8 horas y como nuevo». También es el mismo que celebró al atentado de Brenton Tarrant, «mi camarada de Nueva Zelanda», que mató a varios menores (de 16, 14 e incluso 4 y 3 años). 

«Pugilato» compartió la frase del terrorista Tarrant, «solo soy un hombre normal que ha decidido asegurar el futuro de su gente», muy similar a la suya propia («sólo soy un padre»), porque ambas responden a una misma psicología: apelan a nuestros valores elevados (el patriotismo, la paternidad) para que empaticemos con sus ideas degeneradas. Tan degeneradas que llevaron a «Pugilato» a defender su agresión afirmando que «los niños son sagrados» para citar a renglón seguido a Joseph Goebbels, que mató a sus seis niños al final de la guerra (y no para evitar que fueran capturados, sino por considerar que no merecería la pena que viviesen en un mundo sin nacional-socialismo).

El nazismo es, al fin y al cabo, la ideología que secuestró a miles de niños polacos para «germanizarlos». La que promovió el nacimiento de niños «por encargo» fuera del matrimonio (proyecto Lebensborn). La que animó a los niños a denunciar a sus padres (y viceversa) ante la Gestapo. La que promulgó el aborto libre (cuando no obligatorio) en los territorios ocupados. La que llevó a su máximo exponente la militarización de niños de 15 años (y menos), enviandolos a misiones suicidas en 1945. La que a mayor escala practicó la experimentación humana con niños. Además de ser, por supuesto, la que inauguró el exterminio industrial de niños de diferentes minorías religiosas, étnicas, políticas y clínicas. Y no deberíamos regalar títulos de «protección de la infancia» a activistas de una ideología infanticida y anti-familiar.

Por eso es lamentable que tantos medios de comunicación y comentaristas comprasen el relato de «solo un padre protector» y aplaudiesen los hechos omitiendo la cuestión del nazismo. Algunos dirán que no era relevante mencionar la ideología (son los mismos que reclaman que en los titulares aparezca siempre la nacionalidad de los delincuentes). Pero sí es relevante. Y no por un prejuicio antifascista de que a un nazi no se le pueda aplaudir nada, o que un nazi no pueda ser buen padre. Yo creo que un nazi puede ser un gran padre y una magnífica persona, pero solo a pesar de ser nazi. Igual que tu tía Charo puede ser una buena tía a pesar de ser del PSOE, o el cuñado un buen cuñado a pesar de ser de Vox, o una novia buena novia a pesar de ser feminista, o tu hermano un buen hermano a pesar de haberse hecho liberal. El nazismo de «Pugilato» era relevante porque una acción cambia (y también su valoración) dependiendo de quien la cometa: si quien le da una limosnilla a un pobre (una buena acción) es un capitalista corrupto y explotador, no lo aplaudiremos sin recordarle su naturaleza hipócrita. Cuando revisemos algún viejo discurso parlamentario de Ábalos pidiendo la abolición de la prostitución (una buena acción) no le aplaudiremos, sino que le recriminaremos su pasarela del hemiciclo al burdel. De la misma forma no aplaudiremos la agresión de un «padre defensor de sus hijos» sin recordarle permanentemente que sus ideas han supuesto (y quizás vuelvan a suponer) un peligro mayor para todos nuestros hijos que cualquier barbaridad escrita en tuiter. Cristo nos enseñó hace milenios a no celebrar una pedrada (por muy culpable que sea quien el lapidado) asestada por quien no esté (ni mucho menos) libre de pecado.





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