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Cuarenta años después, por Fernando Savater

by Marko Florentino
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Mi primera visita a la Real Casa de Correos fue absolutamente involuntaria. Por entonces -1969- el ya venerable edificio albergaba la Dirección General de Seguridad de la dictadura franquista y yo era uno de los numerosos detenidos en el primer estado de excepción que declaró el dictador, por lo visto molesto por las alteraciones del orden que se sucedían en la Universidad Central de Madrid. Esas modestas rebeliones eran la versión española y subtitulada de los célebres acontecimientos que hay se engloban bajo el glamuroso título de «Mayo del 68 parisino». Sin querer quitar méritos a nuestros envidiados colegas franceses, en España –sobre todo en Madrid y Barcelona– nos enfrentábamos de verdad a un Estado Opresor como los de toda la vida, no a la tiranía francamente soportable de un Pompidou, en nada parecido a nuestro general gallego, a los coroneles griegos o al longevo Fidel Castro, al que para mi asombro admiraban muchos de mis compañeros antifranquistas: más tarde comprendí que en realidad eran admiradores de nuestro dictador por persona interpuesta, porque ellos no querían que desapareciese la dictadura sino que el dictador fuese bueno, es decir querían un Franco, pero de izquierdas (lo que finalmente nunca tuvimos, pese a algunos intentos falangistas rechazados por el interesado). Menos mal, en caso contrario aún estaríamos debatiéndonos bajo una tiranía caribeña de izquierdas, como las que profetizó Octavio Paz. Aunque, esperen, ¿no es eso precisamente lo que ahora padecemos? Porque Pompidou fue un verdadero demócrata europeo, en nada parecido a pesar de algunos errores a un Calígula caribeño (y autor de una excelente antología de la poesía francesa), mientras que aquí a partir del nefasto Zapatero cultivamos con mimo los Maduro de vía estrecha, cuya representación lírica ejerce Luis García Montero, para que se hagan una idea. En fin, ya les digo, qué cosas: yo estuve en los calabozos de la DGS (aunque sin torturas ni malos tratos) mientras que los que más se parecen a quienes allí me encerraron asoman por el ministerio sanchista llamado de Justicia. Qué cosas, pero que cosas, ya les digo, vivir para ver…

Pues resulta que unos años más tarde volví otra vez a verme en la DGS, tan involuntariamente como en la primera ocasión. Franco acababa de morir -¡por fin!- y se le preparaba un funeral escalofriante al que acudirían muchos jefes de Estado, como Pinochet y colegas así. Como ETA estaba aún plenamente operativa (hace poco había volado al vicepresidente Carrero Blanco) la policía no descartaba un posible atentado, de modo que decidió tomar sus precauciones y se apresuró a la detención de los sospechosos habituales, entre los que por lo visto estaba yo. Y allí, en el ya casi familiar calabozo, oí por la radio el Veni creator spiritus que solemnizó la coronación del rey Juan Carlos. El funeral transcurrió con plena normalidad y al día siguiente me dijeron que podía irme a casa: era la hora de comer y acababan de traerme a la celda unas lentejas bastante apetitosas, de modo que pregunté si podía acabarme el plato antes de salir. La amabilidad guasona de mis carceleros no se avino a tanto… A la tercera va la vencida: la siguiente visita a la Real Casa de Correos, que ya no era DGS franquista, sino sede de la  Presidencia de la Comunidad de Madrid fue muchos años después y no entré esposado, sino precedido de un atento ujier: no oí el chasquido de las rejas subterráneas, sino que pisé la moqueta de los salones y encima me dieron una condecoración, a la que apliqué como a algunas otras el consejo de Tayllerand: no pedirlas, no rechazarlas y no ponérselas. Lo quiera o no, la Real Casa de Correos, con sus radicales transformaciones, forma ya parte obligada de mi vida.

«Es cierto que en Madrid no hay playa, pero también es verdad que los que venimos de la playa hemos encontrado aquí la mejor de las acogidas»

El pasado viernes la presidenta Isabel Díaz Ayuso organizó en Sol una fiesta para conmemorar los cuarenta años que lleva la antigua Real Casa de Correos, convertida en sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid. Hubo música, vídeos y sentidas palabras, ante un público de notables encabezado por los primeros presidentes: Joaquín Leguina, Alberto Ruiz Gallardón, Esperanza Aguirre… Es cierto que en Madrid no hay playa, como cantaron los Refrescos para inaugurar el acto, pero también es verdad que los que venimos de la playa –como yo- hemos encontrado aquí la mejor de las acogidas. Desde luego no dejo de echar la Concha de menos, pero cuando estoy en la Concha echo mucho de menos lo que Isabel Díaz Ayuso ha sabido hacer de la capital. Nos pasa a cada vez más españoles de todas partes: queremos tener lo nuestro… y a Isabel Díaz Ayuso para mejorarlo. ¡Isabel es playa para todos!



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