El devenir de la travesía pachanguera de Greta Thunberg y su cáfila de activistas me tiene enganchada como no me enganchaba ninguna serie cómica desde ‘Friends’. Es, con la sección de cartas al director de ‘El País’ (tan involuntariamente chistosas ambas) lo que más … me divierte en mis ratos libres. En el último capítulo, seis días después de la salida primera desde Barcelona, entre aplausos y vítores ante tamaña gesta (subirse a un barco que no llegó a Badalona), los supervivientes a las adversas condiciones meteorológicas (chispeó en el Mediterráneo) se encuentran rumbo a Túnez. Lo de «rumbo a Túnez» es un poco especulación mía, porque han cambiado el destino por un misterioso «for order», que viene a ser un «sobre la marcha, ya si eso, lo vamos viendo». Y, eso, el barco que mantiene enchufado el satélite y podemos verlo; que el Alma Explorer, en el que han acomodado a Greta Thunberg y a Ada Colau (que debe ser para la sueca como viajar con un espóiler de vida), hace tres días que no lo conecta. Supongo que para ahorrarnos el impúdico espectáculo de verlos comisqueando de cala en cala, como si en lugar de flotilla heroica fueran unos pijos cazadores de atardeceres mágicos, o sea. Así, mientras actualizan, aparecen al pairo cerca de Sa Mesquida, donde hay, todo sea dicho, unas playas de arena blanquísima y finísima como para quedarse a vivir.
Yo he hecho mis cálculos, mientras se deciden, y estimo que, de ir todo bien, sin más bajas por mareos y vomitonas debido a la bravura y los temidos temporales del Mediterráneo, y puesto que salir de Barcelona les llevó dos días y han pasado cinco hasta dejar Menorca, a ese ritmo constante de cinco días para un trayecto que se hace, con la calma, en nueve horas, llegarán a Gaza en 250 días. Es decir, que para el catorce de mayo de 2026 podrían estar pacificando Gaza. Y aquí podrían darse dos escenarios: que lleguen cuando ya se ha solucionado todo (gracias a ellos, sin duda) o que nos olvidemos todos de que están todavía por el Mediterráneo haciéndose los capitanes Ahab de pacotilla, nos los traiga cualquier día de vuelta el Open Arms, los descarguen en S’Almunia en los brazos de Cruz Roja y los repartan por las autonomías, según corresponda.
En realidad, me choteo por no llorar, porque aquí los que nos lo hemos montado fatal somos nosotros. Con toda esta trácala de bonhomía solidaria, la recua de manifestantes profesionales ha hecho por la paz en Gaza exactamente lo mismo que yo anoche: tomarse dos mojitos mirando el mar y de charleta con los colegas. Sin embargo, lo mío era ocio y asueto y, lo suyo, solidaria acción humanitaria. Pero lo único cierto es que, lo hecho hasta ahora por su parte, de verdad de la buena, es un garbeo en barquito por Baleares. Y con menos osadía y arrojo frente a los elementos que algunos grupos de jubilados paseando en «golondrina» durante una excursión del Imserso. Postureo moral desacomplejado, vamos. Ya estamos tardando, considero, en irnos de cañas por la paz mundial.
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