Los intelectuales de la causa han ido abandonando la trinchera, se han ido aburguesando, porque la izquierda se aburguesa en la orilla humana de todas las revoluciones. Todo iba a ser muy goyesco en la revolución plural y atroz que estaban celebrando contra toda la tradición, pero no contaban con que en España mucha gente se identifica con la monarquía, los toros y todo eso. El más asiduo taurino de la Fiesta iba a ser Alfonso XIII. Don Ramón María del Valle-Inclán había definido la tauromaquia como el gran teatro de España. Los cruzados de la causa aguardaban.
Largo Caballero está viniendo de nuevo, por las vueltas de la memoria histórica, para capitanear una izquierda ya aburguesada. La cosa sigue sin cuajar. Hubo una vez, en la vida española, cuando todo olía a cuartel o bien a cacharrería del Ateneo. Los intelectuales se enmascaraban en aquel aura de oposición y un tal Julio Camba, hablando con Josep Pla, contaba un poco entre irónico y entristecido, que la nueva República solo contaba con intelectuales en sus instituciones:
«No contaban con que en España mucha gente se identifica con la monarquía, los toros y todo eso»
– En realidad todos son intelectuales. Los intelectuales han triunfado totalmente, y esto será la muerte de la República.
– ¿Entonces, usted, señor Camba, ¿no ha sido considerado intelectual?
– No señor, he sido considerado un simple humorista.
Así es como funcionaba aquello y el triunfo de la creatividad sobre la intelectualidad, o sea de Don Julio Camba iba a durar siempre para acabar con los ateneístas de café recalentado. Pero la intelectualidad siempre retoma el liderazgo de España, hoy pasea abrigos de burgués y alterna con personajes tan estupefacientes como Otegi, que quiere retomar los sueños idealistas y fanáticos que acentuó la Guerra Mundial. Estos cruzados han ido tomándola con la monarquía prodigiosa que magnifica hoy las instituciones, inicia la dialéctica europea de las multitudes y va dejando de ser juancarlista para ser moderna y felipista.
Salvador Dalí, surrealista y amante confeso del dólar, se declaraba monárquico por razones estrictamente científicas. «Nada es más monárquico que una molécula de ácido desoxirribonucleico». Su devoción por esa forma de Estado estaba justificada en la herencia contenida en el ADN que es, en efecto, la base y sustancia de la monarquía. No sabemos si es ADN o ingenio político, pero aquí sigue Don Felipe, el relevo de aquel Rey, Alfonso XIII, que tuvo que salir corriendo con el advenimiento de la República. De los fastos celebratorios de la década de nuestro Rey no he escuchado a nadie mencionar que la Corona se legitima en este legado histórico, de supervivencia y tampoco en el ácido desoxirribonucleico. Si acaso, oigo hablar de la cercanía de la corona, o escucho elogios de la belleza de la princesa de Asturias, por la fisionomía borbónica.
A una le parece que el legado histórico o la herencia como derecho de sucesión hoy legitiman mejor a la Corona que el encaje en una democracia que ya va camino de ser otra cosa. Estamos en una crisis política, en un momento malo y gratuito, en un planteamiento grave de España y hoy nos salva que, junto al elemento populista hay uno vertical de majestad. Todavía queda alguien con buenas piernas que puede pasarle la pelota al delantero centro de la Historia, que es la heredera. En ese partido, que es cada aniversario de la Corona, hay mayor atractivo estético y político que en una modernización total. Como decía Gustave Thibon, en muchas ocasiones el modernismo es la actitud del que no cree en lo que cree.
