Home » ¿De qué dependo?, por Félix de Azúa

¿De qué dependo?, por Félix de Azúa

by Marko Florentino
0 comments



No sé si es una historia verdadera o un mito. No recuerdo si la leí en un ensayo de antropología o en otro sobre la condición humana. Es una historia que me ha acompañado toda la vida y la cuento de nuevo para los más jóvenes.

Nuestros antepasados muy lejanos vivían en los árboles y se alimentaban de fruta, insectos, hojas y ramas tiernas. Pasaban unos inviernos muy duros. Durante millones de años fueron bajando de los árboles hacia la extensa y soleada llanura donde pululaban pequeños animalillos, casi todos roedores, y así nuestros abuelos empezaron a alimentarse de proteínas.

Algún millón de años más tarde, tras desarrollar potentes incisivos y caninos, ya cazaban a los rumiantes de la pradera mordiéndoles el cuello, pero habían crecido tanto que cada vez necesitaban más cantidad de carne para sobrevivir. Y entonces uno de ellos, un Arquímedes arcaico, descubrió una de esas técnicas trascendentales que cambian el curso de la historia humana: el principio de la palanca, es decir, de la fuerza que imprime el brazo a un instrumento largo y pesado, como la quijada de asno con la que Caín mató a Abel e introdujo la muerte en el mundo. Gracias a esa técnica, nuestros ancestros se convirtieron en cazadores de animales medianos (y luego grandes) agitando el palo, el bastón, el garrote, la palanca.

Lo que no podían prever es que ese eficaz sistema de caza iba a hacer inútiles a sus incisivos y colmillos, los cuales fueron menguando hasta convertirse en lo que hoy tenemos, una birria, si se compara con los de cualquier otro simio de nuestra familia. La consecuencia es bien conocida: a partir de entonces los humanos ya no pudimos separarnos del palo, del bastón, del garrote, del cayado. Era la tercera pata del enigma con que desafiaba la Esfinge a Edipo, en eso se convirtió la herramienta, parte ya imprescindible del cuerpo humano. No verán ustedes imagen alguna de rey, jefe, caudillo o incluso actual jerarca, que no lleve su bastón de mando. Hasta el Papa empuña un recuerdo de cuando cazábamos a garrotazos.

Lo mismo nos está sucediendo en la actualidad a los simios evolucionados que hemos iniciado la era de la hipertécnica. Cada nuevo aparato, cada bastón electrónico, nos facilita algunas actividades, pero nos atrofia otras hasta destruirlas. Apenas nos percatamos, como nuestros abuelos cuando corrían felices por la pradera dándole con su bastón a los conejos, porque es un proceso muy lento, pero es inevitable la transformación.

«Ahora hay mucho analfabeto al mando de la pedagogía del Estado que odia la labor de la memoria»

Quizás lo más evidente ha sido, de una parte, la disminución de la inteligencia, cuando hemos podido resolver muchos problemas gracias a las máquinas, pero sobre todo (y eso se nota incluso en los niños) la casi desaparición de la memoria. ¿Para qué quieres recordar nombres, fechas, cálculos, frases, rostros, juicios, recorridos o lugares, si los tienes todos en un cacharrito que te cabe en el bolsillo?

Buscamos un mapa en el teléfono para ir a cualquier lugar, e incluso nos dice el lapso que tardaremos en llegar. Y si no recordamos el rostro de alguien bien amado, como Antonio Machado, basta con mirar a la pantallita para constatar que no llevaba bigote. La consecuencia es que no recordamos ya casi nada y la gran diosa Mnemosine, la que dispensaba la memoria, se ha ido de vacaciones.

Volvióse a publicar en estos días un tratado fascinante sobre la memoria, obra de una historiadora británica que se llamaba Frances Yates (mi edición es la vieja de Taurus, no sé si la nueva ha mejorado). En él se explican las técnicas de los antiguos para recordar una infinita cantidad de datos que hoy nos parece imposible poder almacenar en la memoria. Es un tratado de mnemotecnia.

TO Store

Compra este libro

Los de mi edad aún conocimos la memoria en las escuelas. Casi todos los colegios obligaban a aprender de memoria muchas cosas, los reyes godos, los ríos de España, las capitales de Europa, pero, en especial, poemas. Ahora hay mucho analfabeto al mando de la pedagogía del Estado que odia la labor de la memoria y cree con la fe del carbonero que es perjudicial para el aprendizaje. No han conocido a gente que aún tenía memoria, como Gil de Biedma, al cual yo le recuerdo compitiendo con Gimferrer, en un taxi, mientras recitaban ambos de memoria la Eneida. En latín, por supuesto.

Quienes entonces usamos la memoria, gracias a la vieja pedagogía, aún recitamos, casi un siglo más tarde, algunos poemas. En mi caso, «Con diez cañones por banda, / viento en popa, a toda vela, / no corta el mar sino vuela/ un velero bergantín». ¡Qué maravillosa palabra, «bergantín»! Nunca la olvidaré.



Source link

You may also like

Leave a Comment

NEWS CONEXION puts at your disposal the widest variety of global information with the main media and international information networks that publish all universal events: news, scientific, financial, technological, sports, academic, cultural, artistic, radio TV. In addition, civic citizen journalism, connections for social inclusion, international tourism, agriculture; and beyond what your imagination wants to know

RESIENT

FEATURED

                                                                                                                                                                        2024 Copyright All Right Reserved.  @markoflorentino