En la clasificación estándar de las películas, las hay de vaqueros, de guerra, de risa, de peleas, de música, de fantasía… Y luego están las de amor, que suelen ser las que duran más. Apenas abandonan la pantalla, se quedan a vivir con nosotros como el recuerdo por fuerza imperecedero de un sueño eterno. Cada uno tiene sus preferidas. Que si L’Atalante, de Jean Vigo; que si Vida y muerte del Coronel Blimp, de Michael Powell y Emeric Pressburger; que si Breve encuentro, de David Lean; que si Olvídate de mí, de Michel Gondry… Hay que prepararse para ver una película de amor y tener mucho cuidado. Se requiere elegir bien el día, la sesión y, si me apuran, la compañía. Tengan en cuenta que están construyendo un recuerdo. Y eso no es cualquier cosa. La memoria es limitada y comprometerse con un recuerdo, doloroso o placentero, significa que uno se ve obligado a aceptar la renuncia de todo lo que en ese momento se olvida. El amor escenifica el sueño de eternidad frente a la limitación obligada de la muerte. Es todo, en definitiva, una cuestión de hacerse cargo de algo tan elemental como el tiempo, el buen tiempo.
Valga lo anterior para hacerse cargo de Desconocidos, la película de Andrew Haigh que surge en la cartelera como una amenaza, además de una provocación. Piénselo bien, es mi obligación advertírselo, es posible que después de verla se queden a vivir en ella por la sencilla razón de que la amarán como solo se ama al propio amor. Y cuando pase el tiempo, recordarán el momento preciso en el que la vieron por primera vez. Y eso les obligará a tomar una serie de decisiones: a quién le van contar el descubrimiento, cómo lo harán, cuántas más veces emplearán su tiempo en soñar la posibilidad de acabar con él… Y así.
La historia es sencilla. Todas las historias de amor lo son. Aunque luego se compliquen. Un hombre solo (Andrew Scott) conoce a otro (Paul Mescal) y se enamoran. ¿Qué esperaban? En realidad, pasan más cosas. Y todas ellas tienen que ver con la memoria, con el pasado, con la familia y, por ello, con el tiempo. El personaje de Scott regresa a su casa familiar y allí rememora su infancia junto a su familia (Claire Foy y Jamie Bell). Lo que hace en puridad es reconstruir con detalle y delante de sus padres fallecidos en un accidente de coche (ensoñación o realidad, da igual) cada una de las heridas que le dejaron en la memoria una despedida que no fue y una confesión (la de su homosexualidad) que quedó pendiente. Se trata, en verdad, de un recuentro amoroso, de un acercamiento al sentido más genuino de la muerte gracias, otra vez, al amor. Tiempo, amor y muerte. Vayan apuntando que estas cosas se olvidan y no hay nada que haga más daño.
El director de obras profundas como Weekend o 45 años toma prestado ahora al autor Taichi Yamada su historia de fantasmas y la reconvierte en un delicado y preciso juego de malabarismos al borde mismo de todos los abismos. La realidad y la ficción, como genuinas fantasmagorías, antes que simplemente confundirse, se reconocen en el mismo espejo y, desde ese lugar que en verdad no tiene asiento, se prestan una a otra la gracia de la oportunidad, la emoción y el sentido. La cámara se mueve por la mirada del espectador entre las sombras de una noche que no acaba y siempre pendiente de los reflejos en los cristales rotos de la memoria, en el quimérico museo de formas inconstantes, que diría Borges. No sé si he dicho ya que aquí, en la soledad compartida del cine, se viene a llorar. Impresiona la delicadeza franca y la frontalidad carnal de una puesta en escena que no ahorra misterios al propio misterio. Gusta menos, sin embargo, la deriva cósmica final (alguna pega hay que poner). Pero, sea como sea, deslumbra la profundidad de una propuesta que confía a pies juntillas en la gravedad de lo que verdaderamente pesa y que, obviamente, no pasa.
Amar, decía mi profesora de latín, es el verbo más fácil de conjugar en la gramática y más difícil de conjugar en la vida, porque, como decía el poeta, los misterios del amor superan a los de la muerte. No se lo tomen a la ligera, están a punto de olvidar muchas otras cosas.
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Dirección: Andrew Haigh. Intérpretes: Andrew Scott, Paul Mescal, Claire Foy, Jamie Bell, Carolina Van Wyhe. Duración: 105 minutos. Nacionalidad: Reino Unido.