Pintan bastos –o eso parece– para Pedro Sánchez: la prensa que sigue tomándose en serio su función ha dado noticia de las maniobras subterráneas ejecutadas por Leire Díez y sabido es que la luz pública transforma todo lo que toca. En un país democrático digno de tal nombre, las revelaciones contenidas en los audios protagonizados por esta singular «conseguidora» habrían provocado la caída del gobierno y la convocatoria de elecciones.
España es diferente: un país donde el Gobierno difunde la noticia falsa creada por un medio afín al Gobierno –según la cual un mando de la UCO planeaba atentar contra el líder socialista– confiado en la lealtad de unos votantes dispuestos a creérselo todo. A la vista de quiénes son los firmantes que reúnen las colas más largas en la Feria del Libro de Madrid, mejor será no llevarse a engaño sobre las potencias cognitivas de eso que ahora llamamos «la ciudadanía».
Queda por ver –las encuestas dirán– si la imagen del presidente del Gobierno se resiente a consecuencia de estos episodios y aun de otros más recientes: en los titulares de prensa está ya el procesamiento del fiscal general del Estado. Es un asunto interesante, ya que no faltan quienes disculpan a los votantes socialistas: no conocían al verdadero Sánchez. La amnistía no figuraba en el programa electoral de su partido, por ejemplo; los dirigentes socialistas habían dicho por activa y por pasiva que nunca se llevaría a cabo. Y el asunto es interesante porque atañe a una regla general: cualquier democracia liberal exige de los ciudadanos una labor detectivesca que solo algunos se toman en serio. Veamos.
Durante los siete años que lleva en el poder, Sánchez se ha creado una imagen destinada a seducir a los votantes. No se distingue, en eso, del resto de candidatos. Decidirá cada uno de ellos qué distancia mediará entre el candidato ideal y la persona real que se encuentra detrás del personaje. Habrá quien diga que no hay personas «reales»; solo escenificaciones. Pero no es menos cierto que todos tenemos un carácter o temperamento; una «manera de ser». Y que el personaje funcionará mejor cuanto más se parezca a la personalidad de quien lo interpreta.
Ahora bien, la opinión pública solo puede evaluar si es veraz la imagen que el candidato o político presenta a los votantes atendiendo a los indicios que su comportamiento va dejando por el camino. Quien tenga un fino «oído psicológico» –que decía Georg Simmel– sabrá detectar enseguida las incongruencias entre ideal y realidad; quien posea un sesgo favorable al político en cuestión –ya sea por razones de identificación partidista o simpatía ideológica– negará el valor probatorio de esos indicios. Pero no hay manera de evitar que con el transcurso de los años se produzca eso que Heidegger llamaba el «desvelamiento» de lo oculto. Aunque el filósofo alemán lo decía en relación con problemas bien distintos, su concepto nos vale: el desvelamiento muestra lo que permanecía oculto y arroja luz sobre la esencia del ser.
«Sánchez ha presentado como defensa del interés ‘general’ lo que solo ha sido persecución de su interés ‘personal’»
Eso es justamente lo que está sucediendo con Pedro Sánchez: primero tuvimos noticia de su tesis doctoral, luego de la urna escondida tras la cortina en la sede del PSOE, después llegaron la moción de censura y las mentiras disfrazadas de «cambios de opinión», incluida la amnistía, así como los turbios manejos financieros de Ábalos y los cinco días de reflexión a cuenta de la investigación judicial sobre la actividad profesional de su esposa. Durante todo ese tiempo, Sánchez ha presentado como defensa del interés general lo que solo ha sido persecución de su interés personal y lo ha hecho –a juzgar por las encuestas– con notable éxito. Ahora, elocuentes whatsapp y fontaneros del partido mediante, se ha producido un cambio en la calidad de los indicios; la contradicción entre relato y realidad se ha hecho ya insoportable.
Es muy posible que su electorado se mantenga inconmovible. Y es importante subrayar que no se pide al votante socialista que se pase a Vox: bastaría con que rechazase los aspectos más tóxicos del liderazgo de Sánchez; si le hubiera marcado límites en las encuestas y las urnas, todo habría sido distinto. Pero no ha sido el caso, lo que permite concluir que el verdadero desvelamiento de estos años ha sido justamente el de nuestro cuerpo electoral: ¡ahora sabemos de lo que es capaz!
