Hace tiempo que Pedro Sánchez llevó a Bruselas su capacidad para generar división y conflicto. Cuando compareció en la Eurocámara para dar cuenta de la presidencia española, espetó al presidente de los populares europeos, el alemán Manfred Weber, una impertinente referencia al III Reich. Ahora Sánchez aspira a que su ministra de Transición Ecológica, y candidata perdedora en las elecciones europeas del pasado año, Teresa Ribera, sea confirmada por el Parlamento Europeo como vicepresidenta de Ursula von der Leyen. Sánchez jalea a su ministra con eslóganes baratos –«hacen falta más Teresas Riberas»–, pero no se le ha oído defenderla con un balance de gestión convincente al frente de su ministerio. Y la huella dejada por Ribera en la respuesta a la DANA que ha arrasado Valencia no es otra que la de la dejación y la indiferencia.
España no puede ser representada en el Gobierno de la Unión Europea por una ministra que ha eludido de forma tan evidente cualquier compromiso con unas funciones que legalmente eran suyas, como responsable última de las confederaciones hidrográficas y de la Agencia Estatal de Meteorología. En la mayor tragedia medioambiental sufrida por España, la ministra responsable estuvo ausente mientras preparaba la defensa de su candidatura en Bruselas. A los parlamentarios europeos no les puede resultar indiferente esta actitud de Ribera ante semejante catástrofe, porque los muertos por la DANA son europeos y quien ejecuta responsablemente sus competencias en el Gobierno nacional al que pertenece no merece la presunción que sí lo hará en el Ejecutivo europeo. La presidenta de la Comisión, la alemana Von der Leyen, tiene que mostrarse receptiva al estigma que acompaña a Ribera por su desaparición en los peores momentos de la DANA. Estigma que llevará impreso Ribera en todo su mandato, si finalmente es ratificada por la Eurocámara.
El Partido Popular sabe que no puede, de momento, dar su voto a Teresa Ribera en Bruselas. El criterio de Alberto Núñez Feijóo ha sido inicialmente secundado por el Grupo Popular de la Eurocámara, que ha confirmado que bloquea la candidatura de la ministra sanchista hasta que rinda cuentas en el Congreso de los Diputados la próxima semana. En esta crisis trágica, cada palo ha de aguantar su vela y Ribera no es una excepción. Si Sánchez quería protegerla de cualquier polémica interna, pudo haberla cesado como ministra y hoy nadie discutiría su candidatura a la vista de las devastadoras consecuencias de la DANA. Pero Sánchez se comporta con un voluntarismo extravagante y la decisión de los populares europeos resulta, para el presidente del Gobierno, un baño de realismo.
El escapismo de Ribera durante estas dos semanas quedó reflejado en el exhaustivo examen (casi medio centenar de preguntas) al que ayer se sometió ante unos eurodiputados que mostraron claras reticencias al papel desempeñado por la ministra en la gestión de la crisis, no menores que a un dogmatismo caprichoso que, por ejemplo, le lleva a demonizar la energía nuclear en España, incluso a pedir el cierre de las centrales, mientras que Bruselas aboga por construir más. Tantas fueron las incógnitas que dejaron sus explicaciones e ideario que la Eurocámara aplazó la decisión sobre su idoneidad para un cargo de suma importancia. El PPE se apunta un tanto por el bloqueo de su nombramiento hasta que Ribera no rinda cuentas ante el Congreso sobre su (no) gestión durante la mayor crisis humana y medioambiental que se recuerda. Incluso superando el examen de Bruselas, Ribera cargará con el expediente nacional de una riada que no quiso ver y a la que, desde su dogmatismo ecológico, dio alas.