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el acuerdo Von der Leyen–Trump, por Martin Varsavsky

by Marko Florentino
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Si alguien se pregunta cómo la Unión Europea pudo aceptar un acuerdo tan humillante con Donald Trump, la respuesta ya no es una especulación: no tenía otra opción. El 27 de julio, Ursula von der Leyen firmó un pacto con el presidente estadounidense que revela con brutal claridad el eclipse estratégico de Europa.

Trump impuso un arancel del 15% a la mayoría de las exportaciones europeas, un alivio comparado con el 30% o 50% amenazado inicialmente. Bruselas lo celebró como un triunfo. ¿Un triunfo? Solo lo sería si festejaras que te golpeen con guantes de terciopelo en lugar de acero.

Europa podía presumir de ser un gigante… en números

Europa sigue teniendo un PIB enorme —alrededor del 16% del total mundial— y sigue siendo el bloque económico más rico tras Estados Unidos y China. La relación comercial transatlántica es la mayor del mundo: en 2024 Estados Unidos fue el principal destino de las exportaciones europeas (20,6% del total) y el segundo origen de sus importaciones (13,7%). Cuando incluimos servicios e inversiones, ambas economías concentran el 60% del PIB global y representan el 33% del comercio mundial de bienes y el 42% del de servicios.

Sí, Europa tiene músculo económico. Pero lo que ya no tiene es capacidad de convertir ese músculo en influencia política. Y sin ese músculo político, el músculo económico termina siendo una mera estadística.

Curiosamente, aunque China sea hoy el principal socio comercial en algunos números de bienes —el comercio con China superó los 732.000 millones de euros en 2024 frente a exportaciones europeas a Estados Unidos por 529.000 millones—, el comercio transatlántico en conjunto sigue siendo el núcleo económico más poderoso del planeta.

Energía: cerraron nucleares y pagaron el precio

Europa redujo su competitividad energética al cerrar centrales nucleares. Se estima que el coste anual equivale a al menos el 0,5% del PIB de países que optaron por esta ruta. Si añadimos costes sociales de la subida general de la factura energética, la industria pierde competitividad frente a rivales globales.

En muchos países del norte europeo, solo el 5% del consumo final de energía procede de nuclear, y solo 12 países de 27 la generan. Las renovables han crecido, pero son más costosas, intermitentes y no cubren los consumos industriales críticos ni estabilizan precios. El resultado: inflación energética, fuga de capital industrial y debilitamiento general del tejido productivo. Europa priorizó ser «la verde buena del mundo» y terminó pagando con competitividad y autonomía.

El coste oculto de la migración bienintencionada

El marco moral europeo ha importado flujos migratorios masivos bajo la etiqueta de generosidad. Admito que muchos inmigrantes se integran perfectamente y contribuyen significativamente. Pero también es real que ciertos grupos han generado desequilibrios en sistemas de bienestar que ofrecen prestaciones universales sin suficiente control: subsidios por desempleo, vivienda social, asistencia sanitaria sin contrapartida laboral.

No estoy criminalizando a nadie: hablo de políticas que no discriminan entre contribuyentes y no contribuyentes, y que, por diseño, tensionan los presupuestos públicos. Los estados que más acogen colectivos vulnerables se ven desbordados, sin políticas públicas para integrar desde el empleo productivo. El resultado: inflación de costes sociales, erosión del trabajo y resentimiento político interno. Europa optó por ser «la buena del mundo», sin calcular convenientemente los costes de largo plazo.

El cuadro completo: economía alta, poder geopolítico bajo

Europa presume de PIB, de comercio y de modelo social avanzado. Tiene ases en números, pero juega con la mano descubierta. Sin industria energética competitiva, sin fortaleza regulatoria enfocada a la innovación, sin sistema de integración migratoria eficaz y sin proyección militar o diplomática conjunta, queda reducida a espectadora de su propia declinación.

Y cuando Trump impone sus condiciones, Von der Leyen se encuentra sin margen. No hay defensa económica si no hay industria fuerte. No hay defensa política si no hay autonomía estratégica. Y no hay negociación justa si tus contrapartes saben que vienes desarmado.

Ese acuerdo del 27 de julio solo confirma una realidad: Europa necesita más a Estados Unidos que al revés. Los números siguen sonando poderosos, pero la música del poder ya suena desde otro escenario.



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