El paso ayer de la Vuelta por Sevilla dejó unas imágenes de la ciudad espectaculares. Lo que el helicóptero enseñó al mundo sobrevolando la Giralda fue el reflejo agosteño de los planos de la película ‘Semana Santa’ de Manuel Gutiérrez Aragón, cuando las cámaras rodearon por las alturas la gran torre en la anochecida de un Jueves Santo de principios de los noventa. Son las mismas que rodó José Luis Alcaine para aquel mítico filme, similares a las que la televisión regaló de la Torre del Oro y la muralla de la Macarena. La ciudad vieja en contraste con la nueva metrópolis extendida hacia el horizonte de la Torre Pelli. Pero el helicóptero que seguía desde el aire a los ciclistas fue indiscreto con algunas de las grandes carencias de nuestra capital, esa a la que los chauvinistas tildamos como ‘la más bonita del mundo’. El pájaro de la serpiente multicolor no sólo enseñó brevemente la bicicleta deconstruida que intentaron montar en el Villamarín con banderas. Más allá de la anécdota que no pasó desapercibida en redes, y que comentó con guasa Carlos de Andrés en la retransmisión, la vista cenital de Sevilla fue también la metáfora de aquella sevillana cuya letra dice eso de «en Sevilla hay que morir». No fue ni el Tato a ver la Vuelta en las calles, salvo en Pino Montano o por algún punto resguardado de la canícula por la Ronda, porque la que estaba cayendo a las cinco de la tarde era insoportable. De esto no tiene la culpa nadie salvo la organización, pero sí de que la ciudad tenga un grave déficit de sombra, que en la tele se pudo comprobar a la perfección. La pérdida de masa arbórea se evidenció por las grandes avenidas por donde pasó la carrera. En la acera de los pares de Recaredo y Menéndez Pelayo no había ni un alma entre otras cosas porque no había ni un resquicio de sombra. Fue dramático comprobar la situación de los Jardines de Murillo, que han dejado de ser un apéndice extramuros del vergel del Alcázar para convertirse en una plaza dura con fuente junto al solarium de la avenida contigua. Esa misma tendencia se pudo ver también por la Borbolla, Manuel Siurot y la Palmera. La cara B de lo que ayer captaron las cámaras aéreas de la Vuelta Ciclista fue el pésimo estado del asfalto. Desde que el pelotón enfiló Sierra Morena, con aquel castillo del Real de la Jara dominando el espacio y el tiempo, la carretera nacional que va contigua a la autovía de la Ruta de la Plata, por donde discurrieron los corredores, estaba repleta de grietas y parches. Así hasta que entró en la ciudad por Nuevo Torneo. El lamentable estado del firme auguraba alguna caída, como así ocurrió. Nada más cruzar el puente de la Barqueta, tomando una curva para nada cerrada hacia la Resolana, Owain Doull se cayó en pleno asfalto cuando el termómetro de Torneo marcaba los 45 grados a cuenta de un bache, que tumbó también al ciclista que iba a su rueda, Rui Costa. El primero continuó quemado y magullado. El segundo tuvo que abandonar la carrera. Los alcorques vacíos y el bache de la Barqueta ganaron ayer la etapa al sprint de nuestras penurias.
Source link
El bache de la Barqueta
8