La alarma que da los buenos días es el odiado ruido que emana del teléfono que hace de pareja con el agua en la mesa de noche. Sin embargo, el verdadero despertador de los sentidos para apagar el estado fantasmal cada mañana es el café. Ahí el motor humano mete la siguiente marcha. Si esos quince minutos del café y la media de aceite y jamón se gozan en la calle, además de recobrar el pulso personal, hacen posible tomar el sentido del aire que respira la sociedad. En la ciudad más capillita del mundo, el desayuno no se iba a librar de una charla sobre la Magna. Estas dos señoras no lamentaban haberse quedado sin silla, como tantos miles de sevillanos. Su deseo era poder escaparse a la playa porque eso de los pasitos en la calle fuera de su contexto religioso, la Semana Santa, y su ambiente íntimo y recogido, no lo comparten. «Qué cosa más fea un paso detrás de otro, y después otro…». Pues ya sé de, al menos, dos que se van a perder un acontecimiento histórico, porque aquí sí cabe el manoseado adjetivo. Mientras unos comentan la actualidad con el apellido Sánchez en la boca, entre bocado y bocado, Sánchez para arriba, Sánchez para abajo, y nunca para bien (habré caído en un bar de la fachosfera); otros arrancan sus mañanas en modo más intimista. Relatan su última conquista o, mejor dicho, intento con una mujer de 38 años en una conferencia sobre la esfera estelar -nada que ver con la esfera sanchista-, al tiempo que salta a los problemas hereditarios de su amigo al que vio en el tanatorio. Pero el sabor del café, cuyos vestigios te acompañan gran parte de la mañana, también te ofrece un análisis del comportamiento humano. Un simple vistazo al andén del metro te hace ver que el mundo digital, que te permite hablar con tus antípodas, te ciega para ver al que tienes al lado. Nadie, ni jóvenes ni mayores, levanta la cabeza de la pantalla multicolor. Del individualismo a la descortesía. Dentro de la nueva señalética del suburbano sevillano se ha olvidado poner: «Antes de entrar, dejen salir». Y si expresas su incivismo, ni se enteran. Llevan cascos. Y hablando de malas formas, se cuela en el último recuerdo del café la pelea del siglo. No sé quién es el vencedor, pero sí el derrotado, el periodismo. Y de ahí no me bajo. Que el informativo de la que pagamos todos dedicara un buen espacio de su tiempo, con la que está cayendo, a una cuestión de representantes y productoras televisivas, sólo me hunde en la tristeza del futuro de la profesión que dejamos a los que vienen. Está claro que el duelo en ‘prime time’ es más importante que Aldama, Lobato, el fiscal o las malas formas de Robles. Margarita, qué decepción. Sigo con mi taza, que como djio Unanumo «la verdadera universidad popular española ha sido el café y la plaza pública».
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El café de ayer
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