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El Club Raúl de Lepe: un ‘non stop the music’ donde Julio Iglesias tuvo que actuar gratis gracias a un detective y Raphael llegó a cobrar cinco millones

by Marko Florentino
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Nunca antes se ha visto a tanta gente en Lepe. Se han vendido diez mil entradas y dos mil personas, que se han quedado sin ellas, se agolpan a las puertas. Algunas saltan las tapias y, dentro, los camareros no dan abasto. Es una odisea llegar a alguna de las barras para pedir una copa y, aun así, se acaban hasta los vasos. Es el verano de 1989 y el Club Raúl vive su momento de mayor apogeo. La actuación de Mecano, dentro de su gira Descanso dominical, ha reventado las costuras de la sala de fiestas que regenta Raúl García Raya, que esta noche cerrará una caja como pocas, a 1.500 pesetas la entrada más la recaudación de las consumiciones. Una fortuna.

Lepe era entonces un pequeño y desconocido rincón de la costa de Huelva. Aún no habían descubierto el oro rojo de sus fresas y su población apenas llegaba a las 9.000 personas. Pero el Club Raúl le dio a aquel pequeño pueblo sus veranos de mayor gloria.

Especialmente, durante la década de los 80 del siglo XX. En aquellos diez años, el cartel veraniego de aquella discoteca al aire libre abierta en 1962 rivalizaba con el de las mejores galas de TVE. Miguel Bosé, Rocío Jurado, Lola Flores, Raphael o Camilo Sesto eran habituales en un elenco que incluía a Julio Iglesias, Marisol, María Jiménez, Joan Manuel Serrat, Víctor Manuel o Ana Belén.

Lola Flores, en uno de sus conciertos en la sala de fiestas de Lepe.

Lola Flores, en uno de sus conciertos en la sala de fiestas de Lepe.ARCHIVO MANUEL CASTILLO

Bosé pisó aquel escenario, por primera vez, con solo 18 años y le dejó en recuerdo al dueño del Club Raúl un bollo en su coche, que le prestó para volver al hotel.

La sala de fiestas, 7.000 metros cuadrados de terrazas llenas de vegetación, abría de lunes a domingo, aunque los conciertos se programaban viernes, sábados y domingos. Hasta dos en una misma noche que en el Club Raúl empezaba a las diez, con la apertura, y que se prolongaba hasta las cuatro o las cinco de la mañana. Aquello era un non stop the music… y de copas.

Claro que hasta llegar ahí, el camino no fue ni fácil ni corto.

La historia del Club Raúl empieza con una huerta y una bola de discoteca. Antes de ser aquella sala de fiestas abierta hasta el amanecer aquello era una finca agrícola a las afueras de Lepe y ubicada justo al lado del negocio de venta de abonos del suegro de Raúl García Raya, un negocio que el maestro de escuela (La Antilla fue su primer destino) heredó junto a su mujer y que pronto empezó a flojear. Viendo una oportunidad, compró aquel trozo de tierra con casa rústica incluida y en 1962, en aquella vivienda, tras reformarla, abrió la Cafetería Raúl, el germen, el origen de todo.

El propio Raúl cuenta, a sus 86 años, cómo en un viaje a Madrid vio una bola de espejos de discoteca y se le ocurrió comprarla para colgarla del techo de su cafetería. Colocó un puñado de focos y un tocadiscos y así empezó el baile y también el Club Raúl, ya convertido en sala de fiestas. Primero en la terraza de la cafetería, luego convirtiendo la alberca de aquella huerta en una pista de baile y, al final, hasta 7.000 metros cuadrados divididas en diferentes espacios: El Jardín del Sauce, el Jardín del Molino, el Patio de la Fuente, el Jardín de las Palmeras, la Bodeguilla…

El acceso principal al Club Raúl, en Lepe.

El acceso principal al Club Raúl, en Lepe.ARCHIVO MANUEL CASTILLO

Un exótico dromedario se convirtió en el logotipo de aquel «oasis de sus noches», el eslógan publicitario con el que se promocionaba el Club Raúl, que también fletaba avionetas que sobrevolaban las playas de todo el litoral onubense inundando las orillas de octavillas con la programación de aquel fin de semana. «Menos mal que el viento de Poniente se las llevaba…», se ríe Raúl en su retiro de La Antilla.

Hasta 6.000 sillas, que había comprado en Valencia, estaban repartidas entre los árboles que el propio Raúl se había encargado de plantar, aunque alguno había sido testigo del pasado agrícola de aquellas noches interminables. Lo mismo que una noria de agua que es lo único que hoy queda en el lugar donde estuvo la mítica sala de fiestas lepera, que cerró sus puertas en 1992, fue demolida y, en su lugar, levantaron varios bloques de viviendas.

Aquella fue la crónica de un cierre anunciado porque los tiempos dorados del Club Raúl pasaron al mismo tiempo que empezaba la última década del siglo. Cuenta el promotor de todo aquello que fue una combinación de factores: los ayuntamientos, que habían empezado a programar actuaciones durante el verano y que no cobraban entrada (la competencia era insalvable) y los cachés de los artistas, que se dispararon casi hasta el infinito. Un ejemplo: La primera vez que actuó Raphael, cobró 350.000 pesetas (que tuvieron que depositar en el cuartel de la Guardia Civil) y la última, cinco millones de pesetas.

El logotipo del Club Raúl, un dromedario.

El logotipo del Club Raúl, un dromedario.

Más barato, y más rentable, le salió a Raúl el concierto de Julio Iglesias, en 1978. El día en el que tenía que actuar, el cantante alegó un cólico nefrítico y plantó al club de Lepe, pero su dueño sospechó y contrató un detective que demostró el engaño. Le denunció y un juez obligó al artista a actuar gratis y a pedir perdón al público lepero. Cuenta Raúl que Iglesias casi ni le habló, pero se llevó un gran aplauso.

Hoy, del Club Raúl queda aquella noria que pocos saben de dónde ha salido y un enorme archivo de fotos de aquel peculiar empresario con todas las estrellas que subió al escenario de aquel oasis como nunca hubo otro en aquel rincón, hoy nada perdido, de la costa de Huelva.

CRÓNICA…DE LAS NOCHES EN EXTINCIÓN





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