El dedo y la luna

Pensar es peligroso. Por eso existen los argumentarios políticos. Los partidos (todos ellos, sin excepción) acuñan lemas pegadizos para que los suyos –los jefes y los indios– reaccionen a los estímulos sin tener que llegar a conclusiones propias. Ese ejercicio de libertad acabaría con la uniformidad de los rebaños. Así que unos cuantos cabeza de huevo elaboran cada mañana un guión ideológico y luego lo difunden en grupos de WhatsApp para que la tropa lo memorice y lo ponga en circulación sin pérdida de tiempo. Mi trabajo en la radio me obliga a escuchar todos los días la misma cantinela interpretada por distintos artistas. Y como de lo que se trata no es de pensar, sino de emular a los papagayos, la mayoría de ellos no se molesta ni siquiera en pulir alguna oración subordinada para darle un toque personal a la partitura. La recitan tal cual. Como los opositores cantan los temas o algunos feligreses las avemarías. Luego, el estribillo de esa murga infumable llega a las tertulias de radio y televisión, y a las charlas de Twiter donde se discute de política, y se extiende por todas partes como si fuera un disco rayado. Ese ejercicio de abrazarse a ideas paridas por otros –más paridas que ideas, por regla general– lleva a sus víctimas a defender a menudo que los burros vuelan . Uno de los burros voladores que surca con más frecuencia el cielo de estos días es el que jalean los trompeteros del Gobierno para defender al fiscal general del Estado, citado a declarar como imputado en el Tribunal Supremo por un presunto delito de revelación de secretos. La idea de que el defensor de la legalidad haya podido quebrantarla es, en sí misma, estremecedora. Ese es el hecho trascendente. El motivo que le animó a hacerlo es secundario. Pero Bolaños y sus mariachis, cada vez que salen a la palestra, tratan de convencernos de que vivimos en el mundo al revés y que al pobre Garcia Ortiz en vez de acusarlo de haber hecho lo que no debe tendríamos que erigirle un monumento por defender la verdad frente a los bulos difundidos por delincuentes confesos. Este es el hecho: oídos diversos testimonios y analizados los informes de la UCO –«que han aportado en las diligencias una información de peso», explica el auto judicial–, el magistrado encargado de la investigación se malicia que la Fiscalía envió a Moncloa el correo electrónico que cruzó con el abogado del novio de Ayuso para que el gabinete de Sánchez pudiera demostrar, exhibiéndolo en un pleno de la Asamblea de Madrid, que el presunto defraudador fiscal mentía al afirmar que se le había ofrecido un pacto de conformidad. ¿Qué es peor, que un justiciable mienta (suponiendo que lo haya hecho) o que el fiscal general del Estado quebrante la ley para demostrarlo? Ese es, me parece a mí, el meollo de la cuestión. El argumentario del PSOE lo tiene claro: el medio se subordina al fin . La luna es el móvil y el delito es el dedo que no la deja ver. Pincho de tortilla y caña a que en la luna los lunáticos aplauden a rabiar.



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