Nada, en esta a priori entrevista, aconteció como inicialmente estaba previsto. Lo que había sido planteado como un breve aperitivo con preguntas mutará en una comida que se alargará tres horas, más algo de añadido, en el restaurante Toque de Queda, en una esquina de las desordenadas callejuelas del casco antiguo de Palma. El a priori entrevistado, probablemente el hombre más querido de Mallorca, el delantero Abdón Prats (Artà, 31 años), acabará compartiendo mesa y protagonismo junto a su íntimo y excompañero en los juveniles del RCD Mallorca, Sergi Campoy (Palma, 32 años), jugador de Tercera división. Un lunes, a solo seis días del debut en liga del Mallorca contra el Real Madrid, apenas se hablará de fútbol. En los segundos platos la conversa habrá desembocado ya en un imparable y noble curso natural: una oda a la amistad, un manual de camaradería entre dos colegas de barrio a prueba de estrellatos individuales. La conclusión será lección: cuidar a los amigos de siempre (”mi Equipo A”, en palabras de Abdón), como fórmula imprescindible para el éxito futbolístico y personal. “Tener un amigo de verdad, un confidente… te da una paz y una tranquilidad muy necesaria en este mundo (futbolístico) ¡No hay nada más grande! ¡Eso sí que es la hostia!”, espetará Abdón dirigiéndose a Sergi ya con las persiana del restaurante bajada.
Prats, popularmente conocido como el dimoni de Artà —un pequeño pueblo de 8.000 habitantes en el extremo nororiental de la isla—, se elevó a la categoría de mito vivo del mallorquinismo el 23 de junio de 2019, tras marcar un golazo en el último suspiro contra el Deportivo de la Coruña. El gol sacó al Real Mallorca de su larga travesía en el desierto de Segunda División y enterró los fantasmas internos con los que, poca gente sabía, Prats había estado lidiando. El delantero llevaba semanas “hundido” (en sus propias palabras) porque su suplencia no le permitía minutos en campo para ayudar a su equipo. Hasta que en el 81 un obús salido de su bota reventó la red. Tras el pitido final y con la isla flotando en un mar de éxtasis, el primer nombre que mencionó Prats en el túnel de vestuarios fue el de un tal Sergi. “No hace tanto, me iba llorando a casa en coche. Entonces, iba a buscar a mi amigo Sergi Campoy, nos íbamos a comer, y le decía: ‘Estoy hundido’. Y mira ahora, cómo cambia el fútbol. Cómo cambia con esfuerzo y sacrificio”, confesó frente a las cámaras de televisión.
Sergi, un tipo excepcionalmente discreto, había estado apoyando a Prats a diario sin compartir jamás información con nadie sobre el estado anímico del delantero, entonces ya conocidísimo en la isla y que sentía una presión brutal para hacer regresar al “equipo de su vida” a la Primera División. Cinco años después, Prats pone especial valor al hecho de que Campoy demostrara esa fiel confidencialidad en Mallorca, una isla en la que, como acostumbran a decir los locales, “todo se termina por saber”. “Saber que le puedes compartir confidencias a alguien y que no saldrá de ahí, no tiene precio. ¡Aquí dices o haces una cosa y al día siguiente media isla lo sabe!”, dice Abdón.
Aprovechando una ausencia de Abdón, Campoy alabará: “Abdón es el Mallorca y el Mallorca es Abdón. Un mito de la isla a la altura de Samuel Eto’o”. También un tipo normal con memorables salidas de outsider, como aquel día de partido de Liga en el que, al no encontrar un taxi para ir al estadio, acabó subido en el coche de unos aficionados que lo reconocieron y lo llevaron a Son Moix. “Imagínate qué momento para ellos, ¡entrando en el estadio con el ídolo del equipo dentro del coche! Esto son el tipo de cosas que permanecen en la afición”, alaba Campoy.
Prats y Campoy se hicieron amigo de adolescentes, durante su etapa de juveniles en el Real Mallorca. “Entramos los dos al mismo tiempo en el Mallorca y en seguida conectamos. Y desde entonces, somos el equipo A. Donde voy yo va él, y viceversa. Tal para cual”, narra Prats. La veintena los llevó por caminos distintos: Campoy se quedó en la isla y compaginó sus estudios universitarios de Geografía e Historia con el deporte. Pasó a las filas del C.E. Constancia, un histórico del fútbol mallorquín con el que logró el ascenso a la Segunda División B en 2012. “Y al año siguiente me mandó a mí a Tercera, el cabrón”, recuerda entre risas Prats, por entonces jugador del Mallorca B y que salió derrotado (”y lesionado”) en el partido clave de play-off contra el equipo de Sergi. Un año más tarde, Prats fue cedido al Burgos, volvió a Mallorca medio año, y después militó sucesivamente en el Tenerife, en el Mirandés y en el Racing de Santander, hasta regresar finalmente al primer equipo del Mallorca ya con 24 años.
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Campoy corrió una suerte distinta. Con 22 años vio frenada en seco su carrera futbolística tras sufrir una rotura de ligamentos en su rodilla derecha. Esa lesión, de la que 10 años después todavía sigue arrastrando molestias, podría haberlo apartado para siempre del futbol profesional, admite hoy. Pero logró recuperarse estoicamente y mantener el nivel durante 10 años más, cuatro de los cuales ha sido capitán del C. E. Constancia, del que se ha despedido este año. Esta tenacidad y amor por el futbol mallorquín desde sus cimientos debe ser reconocido, reivindica Prats. “Y no me retiréis todavía, que quiero seguir jugando”, insiste Sergi al tiempo que compagina el fútbol con su puesto en la empresa municipal de aguas de Palma, Emaya.
Abdón encuentra en sus salidas con los suyos al mar en barco una vía de escape al bullicio. También en la cerámica, una práctica que le ayuda a relajarse y con la que de paso explota su faceta más interiorista: su casa está llena de sus propias vasijas moldeadas con manos mediterráneas. Cuando cuelgue las botas, le gustaría seguir vinculado al club de su vida, pero desde una posición más institucional, dice. Aunque lo primero será volcarse en la gestión de su negocio familiar, el Cafe Parisien, en Artà. Un estímulo emprendedor con el que tampoco descarta asociarse con Sergi.
Campoy, el amigo que todos querrían tener, es un amante del cine de Paolo Sorrentino poseído de un ánimo tan polivalente que tanto monta la música electrónica como un clásico de Beethoven. Toca el piano, escucha más que habla y piensa más que actúa. Un libro de su biblioteca (Meditaciones, de Marco Aurelio) da pistas sobre él. Fue en esa misma obra en la que el emperador filósofo dejó escrito: “Entre los seres racionales se encuentran constituciones, amistades, familias, reuniones y, en las guerras, alianzas y treguas. Y en los seres todavía superiores, incluso en cierto modo separados, subsiste una unidad, como entre los astros”.
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