En política siempre hay un día después. La mayoría de nuestros políticos son funambulistas sin red. Cualquier accidente puede hacerles caer, incluso si se encuentran en el cenit de su popularidad. Solo Pedro Sánchez ha logrado hacernos dudar de esta ley general con su particular estrategia de supervivencia. Ahora su estrella parece, por fin, declinar.
Hasta algunos de sus partisanos mediáticos más cafeteros han dado un paso atrás. Aún son cautos, pero ya no lo defienden con sus mismos malabarismos argumentales ni en su egocéntrico juego con las instituciones de estos años. Otros se han reconvertido en finos analistas, empeñados en leer el día después de la caída de Sánchez en el PSOE. Los hay que no vislumbran nada más allá del sanchismo, porque ha laminado el partido hasta tal punto que ningún perfil parece hoy adecuado para encabezar la regeneración. Esta es, en parte, la idea que hemos escuchado a Koldo García en uno de esos omnipresentes audios de la semana. Otros parecen diseñar un escenario donde los socialistas sufran lo justo tras esta riada de escándalos (y de los que vendrán). El problema de estas lecturas es que imaginan el futuro como si el contexto no hubiera sido ya alterado por el huracán populista —y populachero— del presidente.
El día después llegará, por supuesto, y nos encontraremos con una militancia —al menos una parte considerable de ella— aún entregada a la sombra de lo que alguna vez quisieron ver en Sánchez. Lo mismo puede decirse de un grupo de votantes que, más allá de la cocina del chef Tezanos, ha conseguido mantener un sorprendente suelo electoral para el PSOE. Las redes sociales no son la realidad, pero nos dan pistas de lo que podría venir. Muchos otros las usaron antes para construir un relato contra otros movimientos políticos. Pasearse por los perfiles sanchistas o los cercanos al Gobierno de coalición demuestra que la salida no será sencilla.
«España no se merece un gobierno de derechas: Sánchez tiene una misión. Que comienza y termina en él. El problema es que ha convencido a unos cuantos miles. Y están crecidos en su conspiranoia. No vienen tiempos tranquilos»
Si uno se asoma a este lado de la esfera política puede encontrarse con explicaciones variopintas: que el Mossad está detrás de todo, que Miguel Tellado ha diseñado la conspiración y es el corruptor en jefe —porque el PP siempre es culpable de la corrupción—, o que los audios de Cerdán han sido generados por inteligencia artificial. Incluso se han llegado a inventar conversaciones para exculpar a Sánchez, replicadas miles de veces. A ello se suman medios serios —nada que ver con los pseudomedios como este que leen ahora—, que rescatan como última hora noticias ya descartadas o simples mentiras. Ya saben: el fango que se esparce. ¡Menos mal que tenemos un Gobierno con un plan contra los bulos!
El día después de Pedro Sánchez no evitará el conflicto. Y nadie puede asegurar que este no sea más peligroso fuera del Gobierno que dentro. Como en el caso de Donald Trump, tras años de deslegitimar a la oposición, podemos intuir que sus seguidores no aceptarán la alternancia. Y menos aún si esta llega como consecuencia de la escalada de imputaciones en su entorno más cercano. El propio Sánchez ha dejado claro en sus discursos que solo él es legítimo, porque cuenta con una mayoría social, tan aplastante que ni siquiera es capaz de aprobar los Presupuestos del Estado. España no se merece un gobierno de derechas: Sánchez tiene una misión. Que comienza y termina en él. El problema es que ha convencido a unos cuantos miles. Y están crecidos en su conspiranoia. No vienen tiempos tranquilos.
