Estaba la mañana como de ir a salir el Cachorro. El maestro Curro Romero se despertaba en la Gran Vía mirando al cielo y dudando de si en Madrid estaba a punto de hacer buen día o malo, si las nubes venían o no de Huelva y de por qué este Domingo de Resurrección nos había caído en jueves. Mientras lo decidía, se iba vistiendo con esa heterodoxia con la que se visten los que tienen la carrera hecha pero el discurso a medias. Supongo que, en esos momentos, se acordaría de sus tiempos madrileños, de aquella casa en Delicias o de cuando vivió en el Wellington con su mono Jaime, fingiendo ser lo que no era porque aún no sabía que, en realidad, ya lo era todo.
Por entonces el mundo aun vivía en las sombras, en esa enorme vulgaridad que fue el mundo antes de Curro. No sabíamos mucho, no habíamos visto nada y eso que llamábamos arte era apenas una cosa afectada, un diálogo entre sordomudos, una de las sombras de la caverna de Platón. Luego llegó él y lo cambió todo enseñándonos que el arte no nace de lo que haces sino de lo que eres. Y que cuando comprendes eso todo comienza a cuadrar, porque nace de la honestidad y no de la pose; no es una ponderación entre alternativas: la respuesta a quién eres no sale de ti, viene hacia ti. No se crea, se recibe. Así en los toros como en la vida.
El maestro escribió entonces su discurso. Lo hizo como marcan los cánones del currismo, con naturalidad, temple y en un papel que había por allí, sin artificios ni letras góticas. Y, sobre todo, muy despacito. Mientras tanto se iba poniendo en figura -es un decir: algunos nacieron en figura- para recibir un homenaje para el que, dos horas antes, ya había gente esperando en la sede de ABC. En realidad no es muy normal que la gente llegue con tanta antelación a un acto. Más bien al contrario, a los asistentes hay que azuzarlos, meterlos prisa, recordarles que el sábado se cambió la hora. Pero con Curro nada de esto vale porque Curro juega en otra categoría. Y allí estaban varios maestros, ganaderos y personas del mundo social, convertidos en penitentes y esperando a Curro como quien espera a un milagro, en un ambiente de expectación y entusiasmo que solo Curro Romero es capaz de generar. Y es lógico: estamos, sin duda, ante una de las cumbres, no solo de la tauromaquia sino del arte y de la cultura españolas en general. Aplaudir a Curro en directo es como haber podido aplaudir a Velázquez, a Falla, a Cervantes. Somos afortunados.
Y no faltaba nadie. El mundo del toro, de la prensa, de la Cultura y de la empresa se volcaba por completo para acompañar a Curro Romero, flamante XV Premio Taurino ABC, en una jornada emocionante que sirvió, además de como homenaje a un torero, como abrazo a una persona extraordinaria. El acto, patrocinado por la Consejería de Gestión Forestal y Mundo Rural de la Junta de Extremadura, por Nautalia Viajes y por Plaza 1, con la colaboración de Jamones Montaraz, comenzaba poco antes de las 14 horas. Tras la bienvenida de la conductora de la gala, Elena Sánchez, tomaba la palabra Ignacio Ybarra, presidente de Vocento, que recordó a los presentes que en ABC «somos muy taurinos; solo hay que mirar hoy a este tendido para comprobar que se respira arte, campo y tradición. Pero, sobre todo, amistad».
Tras sus palabras, la glosa del premiado, a cargo de Alberto García Reyes, director de ABC de Sevilla. En una intervención de altos vuelos, recogida parcialmente en la Tercera de hoy, García Reyes explicó que Curro «ha construido una alianza indestructible entre los dos grandes valores que aúna este Premio: el arte y la verdad». Y también que «la palabra de Curro es como su toreo: una profunda expresión artística enemistada con la prisa». Sus palabras, plagadas de anécdotas, confidencias y un cariño que traspasaba el escenario, nos recordaban que, para Curro, «el toreo es amor. Amor a su familia, a sus hijas, a su nieto Oliver y, cómo no, a Carmen Tello. Hace unos años le hizo una declaración de amor en público durante la recogida de un Premio que ningún actor de cine ha superado: ‘Cuando yo toreaba -decía Curro-, no me acordaba de nadie, ni de mi padre, ni de mi madre, ni de mis hijas. De nadie. Sin embargo, desde que conocí a Carmen sólo toreaba para ella. ¿Qué tendrá el amor que puede con todo?’». También contó García Reyes que «Cañabate tituló una crónica de una tarde de apoteosis currista con una estocada: ‘Hoy he visto a Curro Romero’. Al día siguiente se presentó otra terna, la que fuese, en San Isidro y el gran crítico de esta casa tituló: ‘Volvemos a la normalidad’». Pues eso.
La apuesta de Extremadura
La intervención fue muy aplaudida. Se comprende: cuando se habla desde el corazón, la admiración y el respeto, las palabras son pétalos. Pero cuando, además, eres Alberto García Reyes, la petalada se convierte en una obra de arte que emocionó a varios de los presentes. Tras él, Don Ignacio Higuero de Juan, consejero de Gestión Forestal y Mundo Rural de la Junta de Extremadura, que recalcó la apuesta del gobierno del que forma parte por el toro, por el campo, por la ganadería y su firme apoyo a la tauromaquia. «No tengo palabras para describir mi emoción -dijo-. Curro siempre será un ídolo, un ejemplo y esperamos que sirva también de espejo en el que puedan mirarse los que vengan detrás», afirmó.
Tras las intervenciones, el turno de Curro Romero, que subía al escenario visiblemente emocionado, ayudado por Santiago de León y Domecq, teniente de hermano mayor de la Real Maestranza de Sevilla, en un brazo y el director de ABC, Julián Quirós, en el otro. Y su bastón, claro, un bastón de madera austero, vertical y recto. No hace falta mucho más. En esos cinco pasos de paseíllo conté los 53 y medio que algunos dicen que daba. Así que, con cabellos blanco perla, blanco limpio, blanco cal, una corbata rosa y de estricto azul marino y oro, Curro Romero se situaba junto a su esposa, Carmen Tello, que fue la encargada de leer un discurso, breve, templado y natural. Como su arte. Sus palabras fueron un homenaje a Madrid, «que me ha querido tanto como Sevilla y que, cuando las cosas no salían como yo quería, siempre supo esperarme. Cuando esta ciudad te acoge lo hace para siempre. Y hoy vuelvo a encontrarme con todos los madrileños, a los que tengo que agradecer el cariño con el que me han tratado toda la vida». La intervención la remataba el propio Curro Romero, tras un silencio tenso que paró nuestro corazón y los relojes. Yo no sé explicar qué pasa cuando Curro está a punto de hablar. En realidad, yo no sé explicar nada de lo que acontece con Curro Romero, porque en esos segundos de espera, en esa parada técnica que usa para recoger aire, verdad y fuerza, todos nos rendimos a ese carisma, como si nos hablara a la vez el símbolo y la carne. Utilizó ese aliento para agradecer a «ABC y a mis compañeros, que me acompañan tan cariñosamente y que han venido a favor de querencia. Y gracias a Madrid». Sus palabras arrancaron una larguísima ovación por parte de los asistentes que, en pie, quisieron agradecer al maestro el esfuerzo. Una referencia a sus compañeros, por cierto, que fue más que pertinente, ya que allí quisieron estar Ortega Cano, Campuzano, El Soro, Espartaco, Roberto Domínguez, Cristina Sánchez, Ortega, Aguado, Urdiales, Uceda Leal o Emilio de Justo, entre otros. Tras una ovación interminable, el acto prosiguió con una soberbia actuación de Marina Heredia, acompañada al toque por José Quevedo ‘Bolita’. La apoteosis llegó con su segundo tema ‘A Curro Romero’, donde contaba que «me dijo Curro una vez: ¡qué difícil es comer despacito cuando hay ganas de comer!». También que «hoy la magia esta en el aire. El aire huele a Romero» y quise entender que, viéndolo torear, «había encontrado el ‘sentío’, había encontrado su camino». Y yo la comprendo perfectamente porque me ha pasado lo mismo. En ese momento la emoción tocaba techo y veíamos más de una lágrima en los tendidos madrileños. Y en otras partes, porque se vieron azafatas e incluso técnicos emocionados, como no pudiendo creerse lo que allí se estaba viviendo. No es un modo de hablar. Comenzó entonces un largo aplauso, una ovación que se tornó en causa general a través del que nos quitábamos todos la tensión, el agradecimiento de tantas cosas vividas mirando al maestro y los nervios con los que llevo desde el lunes. Hasta que la cosa llegó a un punto en el que ya no sabíamos exactamente a qué aplaudíamos, si a Curro, a Marina, a nosotros mismos o a la belleza de la vida cuando te sorprende y te coge de las solapas un jueves cualquiera para recordarte que estamos vivos, que es primavera y que hay días que en Madrid el sol sale dos veces.
Beatificación
El acto terminaba con una foto de familia de todos los maestros presentes, una foto histórica y emocionante en la que se produjo un milagro: yo vi a El Soro levantarse, lo vi con estos ojitos abandonar su silla de ruedas para abrazar a Curro, algo que entiendo deberá tenerse en cuenta para el futuro proceso de beatificación del Faraón. Y tras las fotos y los milagros, el cóctel, en el que el mundo taurino, social y empresarial quiso unirse al homenaje. Allí estaban Carmen Posadas, Cayetano Martínez de Irujo, Alfonso Díez Carabantes, José María García, Rubén Amón, Juan del Val y Pedro Piqueras. También Borja Prado, María Dolores de Cospedal, Javier Arenas, Pepa Millán y un larguísimo etcétera.
Y Curro, claro, que se sentó en un ‘chester’ cuando llegó y que convirtió con su sola presencia esas coordenadas en la presidencia, en el centro del universo, y que vio como a su alrededor comenzaban a orbitar las estrellas, una interminable sucesión de figuras y de maestros en un improvisado ‘besamanos’ nacido del corazón. La escena podría tener algo de ‘El Padrino’, pero cambiando la oscuridad Corleone por la luz Romero. Le saludó todo el mundo. Todo el mundo excepto yo, claro, que no reuní el valor, que no encontré el momento, que no supe como hacerlo y que, como diría Cañabate, me fui a la cama pudiendo decir, por fin, eso de ‘Hoy he visto a Curro Romero’. Y mañana volvemos a la normalidad. Si podemos, claro.