Me entero de la triste noticia del fallecimiento de Juan Mariné. A sus 104 años, Juan era, con toda probabilidad, el último representante de un modo de amar el cine que ya no existe. Nacido en Barcelona el último día del año de 1920, … Juan siempre fue un hombre moderno y en aquellos años, la modernidad tenía nombre propio: «el cinematógrafo».
Siendo apenas un chaval de 14 años, entra como meritorio en los estudios Orphea de la Ciudad Condal, y con el estallido de la guerra, y tras la nacionalización de los estudios por parte de la CNT, realiza labores de ayudante de cámara en películas producidas por el sindicato como ‘Aurora de esperanza’, ‘El frente y la retaguardia’, o ‘Barcelona trabaja para el frente’. Pero sobre todo, es el responsable de rodar el entierro de José Buenaventura Durruti, el sindicalista y revolucionario español, caído en la Guerra Civil en 1936.
A Juan se le iluminaban los ojos cada vez que lo contaba, sabedor de que estaba registrando la «Historia» con mayúsculas, y como además era un obseso de la técnica cinematográfica, no perdía la oportunidad de contar que las baterías de la cámara se habían agotado, y tubo que rodarlo «a la antigua», con una cámara manual. Su secreto, colocarse un libro bajo la axila que le permitía llevar el ritmo de forma constante a la hora de hacer girar la manivela.
No fue la única anécdota destacable de este periodo. En una ocasión, Juan intentó que uno de sus amigos debutara como actor en el cine con una comedia producida por la CNT titulada ‘Paquete, el fotógrafo público número uno’ (1937) y, aunque finalmente se hará con el papel, Juan recordaba que no fue tan fácil lograrlo, y que se llevó una sonora reprimenda de varios miembros del comité directivo. «Decían que me concentrara en rodar, que mi amigo no tenía ninguna gracia y que jamás llegaría a ser actor», recordaba Mariné entre risas, dado que la persona a la que intentaba ayudar era ni más ni menos que Paco Martínez Soria, que protagonizaría, como todos sabemos, películas emblemáticas de nuestro cine como ‘La ciudad no es para mí’ (1966), ‘El turismo es un gran invento’ (1968), o «Abuelo Made in Spain’ (1969). Curiosamente, todas ellas bajo la dirección de fotografía de Mariné.
Es llamado a filas y, cuando la guerra está perdida, consigue huir a Francia, donde vive su propia aventura «de película». Pasa por dos campos de concentración. Escapa de Saint Cyprian en cuanto se entera de que el gobierno francés iba a reclutar forzosamente a los españoles del campo para llevarlos durante cinco años a la legión extranjera en Indochina; y del de Argelès-sur-Mer, en el que le internan tras su fallida huida, y del que vuelve a escapar, sorteando las alambradas que lo rodeaban.
Vuelve a España, y en 1947, se traslada a Madrid, dado que todo el peso de la industria cinematográfica se había concentrado en la capital, trabajando para los grandes estudios de la época, en grandes producciones propagandísticas e históricas del régimen, con títulos como ‘El Santuario no se rinde’ (1949), ‘Truhanes de Honor’ (1950), etc.
En poco tiempo Mariné se convierte en uno de los mejores operadores de cámara y directores de fotografía de nuestro país. Su carrera con más de 140 películas así lo atestigua. Los productores le buscaban cuando el rodaje del filme suponía un reto técnico, como sucede, por ejemplo, en ‘La gata’ (1956), primera película española rodada en Cinemascope y con fotografía en color (Eastmancolor).
Sin ser exhaustivos, Mariné está presente en algunos de los títulos más emblemáticos de nuestro cine como ‘El pescador de coplas’ (1954), ‘La saeta del ruiseñor’ (1957), ‘El Ruiseñor de las cumbres’ (1958), ‘María de la O’ (1958), ‘La gran familia’ (1962), ‘Casi un caballero’ (1964), ‘Historias de la televisión’ (1965), ‘La familia y uno más’ (1965), ‘Sor Citröen’ (1967), ‘Los chicos del Preu’ (1967), etc.
Mención aparte merece su aventura junto a Juan Piquer Simón. Gracias a Juan y otros talentosos técnicos de nuestro cine como Emilio Ruiz o Francisco Prósper España pudo tener su propio cine fantástico en los años 70 y 80. Juan (Mariné) lo contaba Así: «Cuando Juan (Piquer) se enteró de que en Hollywood iban a hacer ‘Superman’, pensó, pues yo también. Así, hicimos Supersonicman antes de que los americanos estrenaran su película. Había que tener mucho ingenio para estar a la altura, pero con mucho menos dinero. Por ejemplo, la escena en la que Supersonicman atraviesa volando el planeta, la hice yo con una flanera de aluminio que costó 25 pesetas…»
Por puro amor al cine, Mariné y sus secuaces levantaron títulos hoy míticos entre los fans del género fantástico como ‘Misterio en la Isla de los monstruos’ (1981), ‘Los diablos del mar’ (1982), ‘Mil gritos tiene la noche’ (1982), ‘Slug, muerte viscosa’ (1988), ‘La grieta’ (1990), etc.
Otra de sus pasiones es la restauración cinematográfica, a la que se dedica desde los años 70, tras recibir el premio Juan de la Cierva, que le permite investigar y desarrollar sus propios ingenios cinematográficos. Experimenta con lentes anamórficas, crea ingeniosas técnicas de restauración de películas, que con la complicidad de Filmoteca Española permiten salvar y restaurar una parte de nuestro patrimonio cinematográfico; e incluso, crea su propio sistema de perforar la película de cine, el llamado «formato Mariné».
En otras palabras, Mariné supo como pocos que el arte cinematográfico y la mecánica que lo hace posible van de la mano. El otro gran genio de nuestro cine que era consciente de esta misma verdad fue José Val del Omar; al que Mariné recordaba siempre con estas cariñosas palabras: «Lo admiraba mucho, y lo conocí… y resultó ser la horma de mi zapato. ¡Era el único que estaba más loco que yo a la hora de investigar y construir herramientas para el cine!».
Pura pasión
Pero por encima de todos estos logros, lo que realmente hizo inconmensurable a Juan Mariné fue su pasión pura y dura por el cine. Para Juan, el cine era su única patria. Cualquiera que amase el cine de corazón era su amigo y cómplice. Siempre era bienvenido a la hora de compartir dicha pasión. Así lo hizo con todos sus compañeros de profesión, con sus alumnos en la ECAM, o sin ir más lejos, con quien escribe estas líneas; ya que cuando se enteró que yo estaba preparando una exposición sobre su compañero de fatigas Emilio Ruiz, se prestó generosamente a ayudar en todo lo que fuera posible.
Así era Juan, y aunque nuestro cine le ha hecho justicia, honrándole en sus últimos años con reconocimientos tan notables como la Espiga de honor de la Seminci, o el Goya honorífico a toda su carrera (entre otros), sigue siendo merecedor de la atención de todos para poder disfrutar de los frutos de su trabajo. Así que aprovecho esta ocasión para solicitar la complicidad de las instituciones en este sentido, en especial de la Comunidad de Madrid. Todas sus creaciones maravillosas están almacenadas en la ECAM, ¿no sería bonito crear un espacio Mariné donde exhibirlas, difundirlas y rendir un sentido homenaje a esta figura imprescindible de nuestro cine?