No es el mejor inicio de una novela de la historia, pero el primer párrafo de El gran Gatsby, que cumple cien años esta semana, no se me olvidará nunca. «Cuando yo era más joven y más vulnerable, mi padre me dio un consejo en el que no he dejado de pensar desde entonces. ‘Antes de criticar a nadie’, me dijo, ‘recuerda que no todo el mundo ha tenido las ventajas que has tenido tú’». Es una frase casi cursi, casi puritana, que creo que resume muy bien el espíritu del libro, que en contraste con ese inicio está lleno de personajes crueles y juiciosos cuyos actos quedan siempre impunes.
Es célebre también su final, en el que el narrador impugna a los privilegiados que la protagonizan: «Destrozaban cosas y personas y luego se refugiaban detrás de su dinero o de su inmensa desconsideración, o de lo que los unía, fuera lo que fuera, y dejaban que otros limpiaran la suciedad que ellos dejaban…» (Después de esa crítica, Fitzgerald termina la novela con un párrafo lírico y extraño que todavía da pie a muchas interpretaciones y lecturas y debates sobre su traducción: «Gatsby creía en la luz verde, el futuro orgiástico que año tras año retrocede ante nosotros. Se nos escapa ahora, pero no importa, mañana correremos más, alargaremos más los brazos y llegarán más lejos… Y una buena mañana… Así seguimos, golpeándonos, barcas contracorriente, devueltos sin cesar al pasado»).
Es difícil no leer hoy El gran Gatsby y pensar en el presente. Sobre todo con esa frase de «destrozaban cosas y personas y luego se refugiaban detrás de su dinero». Me recuerda al motto de Silicon Valley, «move fast and break things» (muévete rápido y rompe cosas), al que se han sumado Trump y su colega Elon Musk, que proviene de ese mundo de ingenieros sin alma que puebla el sector tecnológico.
Casi siempre es peligroso el presentismo, la lectura contemporánea de obras no contemporáneas. A menudo es un cáncer del periodismo. Los periodistas buscamos siempre perchas de actualidad en todo, cada producto cultural no existe más que como una lección para el presente. ¿De qué me sirve hablar de El gran Gatsby si no es para mencionar a Trump?
«Gatsby va más allá de los fracasos morales de sus personajes para exponer la desconsideración como fuerza política»
Recuerdo a menudo una anécdota de Daniel Gascón cuando trabajaba en la televisión pública aragonesa. En su caso, la percha no es traer un evento del pasado al presente, sino «aragonesizar» todo. «Por ejemplo, aragonesizamos la victoria de Obama en 2008 buscando estadounidenses que vivieran en Zaragoza. Otra vez, teníamos que hacer un tema sobre el cáncer de piel. Cuando nos pidieron que aragonesizáramos el tema, una redactora dijo que solo teníamos datos de España. El director del programa respondió: ‘Vamos a ver. Si en España hay X casos y 45 millones de habitantes, y en Aragón viven un millón doscientas mil personas, no es más que una regla de tres’». En la última década la consigna es: ¿cómo puedo hablar de Trump o la ultraderecha al escribir sobre esta novela?
Y, sin embargo, con El gran Gatsby es obvio el presentismo. Como escribe la escritora estadounidense Sarah Churchwell, que ha escrito un libro sobre Gatsby con motivo de su centenario (en el mundo hispanohablante, Rodrigo Fresán acaba de publicar El pequeño Gatsby. Apuntes para la teoría de una gran novela), «Gatsby va más allá de los fracasos morales de sus personajes para exponer la desconsideración como fuerza política. Esto incluye no solo la inmunidad de la oligarquía, que no sufre las consecuencias de sus actos, sino también la forma en que la extracción se equiparaba al éxito. La brutalidad indiferente de los llamados constructores del mundo ha regresado más recientemente en las oscuras fantasías del trumpismo».
Hemos vuelto a una época de impunidad, una especie de nueva era dorada de las oligarquías en la que las reglas que ordenaban el mundo ya no se aplican. Por eso El gran Gatsby es una buena lectura hoy: muestra el exceso y la crueldad, pero también los intentos (melancólicos, ligeramente resignados) por imaginar algo mejor.