El papel del mediador es el de mediar, como su nombre indica, y así lo había interpretado hasta hace pocos días el salvadoreño Francisco Galindo. Pero el sábado sorprendió a casi todos pidiendo a Junts que retirara la anunciada cuestión de confianza a Pedro Sánchez. … Sorprendió a casi todos porque Junts y PSOE habían pactado su comunicado. Tal vez éste sea el momento de mayor afinidad entre Carles Puigdemont y Sánchez: es inminente el acuerdo en inmigración, según el cual los Mossos se incorporarán a la vigilancia de las fronteras; Puigdemont tiene la percepción, cierta, de que el Gobierno está trabajando en serio para que el catalán pueda ser oficial en Europa y el Consejo de Ministros aprobó ayer el protocolo número 16 del Convenio Europeo de Derechos Humanos, que permite a los altos tribunales españoles de solicitar al Tribunal Europeo de Derechos Humanos que emita opiniones consultivas sobre la interpretación de las leyes en España.
En este ambiente de confianza y de cordialidad, la votación sobre la cuestión de confianza, que pese a su carácter no vinculante tanto incomodaba a Pedro Sánchez, había dejado de tener sentido pero Junts necesitaba para retirarla algún tipo de escenificación para no dar a sus votantes más irredentos la sensación de que se rendía. Y lo que Puigdemont pactó con Zapatero en su encuentro del viernes, con la idea no sólo de que no se supiera sino de fingir ante los medios un gran descontento, fue precisamente que el mediador recomendara la retirada de la moción, de modo que Junts tuviera alguna excusa para hacerlo sin decepcionar a la facción de sus bases que todavía creen en el todo o nada de la independencia. «Tranquilos, -dijo el expresidente a la salida del encuentro- la legislatura durará hasta 2027».
Esta frase encerraba algo más que la inminente intervención del mediador y es que el pacto para los Presupuestos está menos lejos de concretarse, aunque para tal propósito será lógicamente necesario el despliegue de otro repertorio de cesiones y concesiones, aunque sean, como éstas, mucho más rimbombantes que sustanciales.
A pesar de que durante el fin de semana algunos dirigentes de Junts escenificaron un gran enfado por el supuesto «chantaje» de Zapatero, que trascendió a los medios de comunicación, lo cierto es que tanto la carta del mediador como la escenificación de este enfado estaban pactados para preservar el mito del Puigdemont irreductible y heroico, y disimular al que ha reducido la causa de la independencia de Cataluña en un problema personal. Otra mentira a sus votantes del que proclamó la independencia y no la defendió ni un fin de semana.
Puigdemont, que no manda en Cataluña ni en el Ayuntamiento de Barcelona, y sólo tiene una de las cuatro diputaciones catalanas, está dispuesto a sangrar a Pedro Sánchez pero no hasta el extremo de dejar caer al Gobierno. Aunque a veces puedan coincidir en algunas votaciones, el fugitivo no está en el escenario mental de la equidistancia con el Partido Popular, ni lo estará por lo menos hasta una vez celebradas las próximas elecciones generales y dependiendo siempre del resultado. Por lo tanto, la verdad de que Junts tiene cogido por la aritmética al PSOE es cierta pero limita con otra verdad menos cotidiana y más profunda que es que si Sánchez usa su prerrogativa de la convocatoria electoral es muy poco probable que Junts vuelva a tener a un presidente tan dispuesto y unos diputados tan decisivos para alisar su horizonte penal y hacer posible su regreso a España. Puigdemont necesita a Sánchez por lo menos tanto como el Gobierno necesita sus siete votos. De ahí la seguridad de Zapatero sobre la estabilidad de la legislatura.
