España es un país en el que las élites, tanto las políticas como las académicas y las mediáticas, muestran crecientes dificultades cognitivas para lograr entender lo obvio. Así, esas élites no dejan de celebrar cada año, y con gran euforia compartida, las sucesivas cifras récord de turistas que visitan nuestro país. Todos sus exponentes públicos, sin excepción, festejaron como un hito memorable, por ejemplo, que en el ejercicio pasado, 2023, se hubiesen batido las marcas históricas de visitantes extranjeros, con un total agregado de ochenta y cinco millones de viajeros foráneos, nada menos que un 18,7% más que el año anterior. De modo simultáneo, ese mismo establishment político-mediático transversal, el que luego moldea las tendencias dominantes de la opinión pública con su pensamiento corporativo, igual aprecia como necesaria y positiva la corriente migratoria de personas de países subdesarrollados que viene experimentando España ya desde el cambio de centuria.
Y, aunque la cifra de los setecientos mil inmigrantes legales que ahora mismo acoge España cada año ( 727.000 netos en 2022, según el INE), no se difunda tanto entre las audiencias mediáticas como la de los turistas, que seamos el segundo país de Europa -tras Alemania, que nos dobla en población y casi nos triplica en PIB- al que más extranjeros emigran, eso lo toman por otro éxito nacional. Sin embargo, nuestras capas rectoras se muestran por entero incapaces de identificar algún vínculo causal entre esos dos datos estadísticos, tan extravagantes ambos en relación con el resto de Europa, y el principal problema vital de los españoles, a saber: el acceso a la vivienda, ya sea en alquiler o en propiedad; simplemente, no relacionan lo uno con lo otro, como si esos tres fenómenos absolutamente nada tuviesen que ver entre sí.
De ahí que a estas horas tengamos a la derecha y a la izquierda enfrascadas en acaloradas, interminables y estériles polémicas bizantinas sobre si la causa del grave déficit de alojamientos decentes y asequibles que sufre el país viene o no viene de tal o cual artículo de la Ley de Vivienda. Ni los unos ni los otros quieren acusar recibo de que en España se están creando unas trescientas mil familias nuevas cada año, familias que necesitan trescientas mil casas. Y tampoco quieren ver que setecientos mil inmigrantes legales anuales (dejemos a un lado los cincuenta mil ilegales) tendrán que alojarse en alguna parte. Estamos hablando, pues, de un millón de personas adicionales, todas ellas necesitadas de un techo nuevo cada doce meses. Luego, en fin, añádase el cemento necesario para atender a los otros ochenta y cinco millones de residentes temporales.
«Nuestro inmenso problema con la vivienda no se puede resolver ni con políticas de regulación ni tampoco con recetas de libre mercado; porque el problema de la vivienda posee sus causas genuinas muy lejos del sector de la vivienda y de su legislación específica»
Porque resulta que el sector de la construcción apenas es capaz en este instante de poner en marcha las obras de construcción de unas cien mil viviendas al año. Así las cosas, empecinarse en repudiar o en elogiar la regulación de los precios del alquiler establecida en Cataluña por la Generalitat no deja de constituir una absurda huida de la realidad. Ocurre que nuestro inmenso problema con la vivienda no se puede resolver ni con políticas de regulación ni tampoco con recetas de libre mercado; y no se puede porque el problema de la vivienda posee sus causas genuinas muy lejos del sector de la vivienda y de su legislación específica.
La ciudad de Viena, por ejemplo, ese gran mito inmobiliario de la izquierda, exponente tan socorrido del éxito de las políticas ambiciosas de vivienda social de propiedad pública, no resulta ser hoy mucho más barata que Madrid o que Barcelona por el efecto de tales políticas, sino porque ha recibido muchísimos menos inmigrantes que Madrid y que Barcelona durante el último cuarto de siglo. Pues concurre otra obviedad que tampoco entienden ni derecha ni izquierda, la olvidada de que España, igual que Austria, no necesita crear puestos de trabajo. Hoy, se jubilan más españoles mayores que españoles jóvenes se incorporan al mercado de trabajo. En consecuencia, vamos a tener trabajos de sobras para todos los españoles. Lo único que nos falta son profesionales de ciertas especialidades laborales de tipo medio, obreros cualificados. Pero esa necesidad perentoria no se puede solventar con africanos carentes de estudios primarios ni con oriundos del ámbito musulmán de Asia y tambien huérfanos de las más mínimas habilidades formativas. La única salida, en consecuencia, pasa por muchos menos turistas (pero mucho más solventes) y por crear muchos menos empleos (pero de mayor calidad). ¿Tan difícil será verlo?