El Metro de Madrid está lejos de ser sólo un medio de transporte. En el transcurso hasta el destino –sin idealizar lo cansino de la espera–, uno puede aliviarse con los relatos cortos pegados en la esquina, distraerse con el verso semiimprovisado del rapero de turno, o atender la oferta del sempiterno vendedor ambulante. Algunos itinerantes de la ruta aprovechan la temporada y proponen abanicos o botellas de agua fría. Pero hay un producto que ya lleva más de un año sin encontrar rival: los chupa chups Bon Bon Bum de la empresa colombiana, Colombina.
«Todos los ‘chupacheros’ somos peruanos», cuenta Raúl, vendedor ambulante limeño, contactado por este periódico. Junto con su compatriota Carlos, otorgan detalles sobre esta sufrida actividad. Se trata de 50 personas que se organizan por WhatsApp para repartirse las líneas y no chocar en el mismo andén.
Aseguran trabajar hasta 15 horas al día, sin salir de las estaciones para no gastar en viajes extra. No se trata, sin embargo, de una explotación desde estructuras abusivas, como lo que parece suceder con los manteros de camisetas deportivas. Es la mera adversidad la que impone semejantes horarios. «La gente piensa que es fácil, pero a veces te ignoran o te botan del tren», comenta Carlos.
Después de lidiar con los señalamientos, deben guardar sigilo en cada cambio de andén, por si se toparan con la seguridad. Su actividad, en términos legales, no está permitida, pero tampoco es motivo de sentencia. «En caso de que Metro detecte venta ambulante, sólo se les desaloja de las instalaciones», afirman las autoridades del transporte público.
Para involucrar una detención tendrían que negarse rotundamente a abandonar la estación. Fuentes policiales afirman que esta venta solo implica un proceso administrativo, pues no se trata de una acción atentatoria con la propiedad intelectual. De todas formas, desconfían de las fuerzas del orden. «¿Tú no serás ‘secreta’, no?», bromea el comerciante consultado, con cierta sospecha bien envuelta entre el chiste. En muchas ocasiones se les arrebata el producto por no tener permisos para venta ambulante de alimentos. Raúl, al desconocer la necesidad de portar esta licencia, aunque seguro de la procedencia legítima de su mercancía, cuestiona: «Yo no entiendo el porqué nos quitan los chupachups si vienen de una tienda completamente legal».
euros
Los ‘chupacheros’ compran su producto en una tienda cercana a la parada del metro Oporto. Su precio es de 2,70 por 24 bolsas.
Se trata de un local de productos latinoamericanos ubicada en las inmediaciones de la parada de Oporto. El lugar, efectivamente, cuenta con registro de sanidad y las bolsas de Bon Bon Bum están al frente del mostrador, con fechas de caducidad para 2026. Sólo se hace una distinción: 20 céntimos menos para quienes compran para revender en el convoy.
La bolsa de 24 chupetines cuesta 2,70 euros para los ‘chupacheros’, quienes sacan un promedio de cinco o seis euros por cada una. A pesar de que la primera oferta siempre es la de un euro por tres chupachups, esta no siempre funciona. En realidad, casi cualquier rebaja terminará siendo aceptada.
«Por eso tenemos la meta de vender 10 bolsas al día, sólo así vale», detalla Raúl, y hace énfasis en la dificultad del objetivo propuesto. También comenta su llegada al negocio: «Yo entré por un amigo que me dijo que empiece con chupachups hasta que salgan los papeles». Está en espera de llegar a los dos años mínimos para solicitar la regularización por arraigo.
Aún así, ambos vendedores recuerdan momentos alentadores. «Tanto latinos como españoles, muchas veces ayudan, dan ánimos y suben la moral». Para muchos de ellos, entregarles un euro sin pedirles el producto a cambio puede interpretarse como una acción noble, sí, pero también están quienes insisten en proporcionar el chupetín, como símbolo de orgullo y dignificación.
Además del Metro, también están en Cercanías. El éxito del producto es claro, aunque las ganancias no sean cuantiosas. Los vendedores consultados afirman que antes ofrecían llaveros pero que aquello no funcionaba.
El hecho de que estos chupachups continúen en plena circulación, cuando otros productos ambulantes pierden clientela pasados unos meses, tiene una explicación en la memoria afectiva. Se trata de una nostalgia por la marca. Los Bon Bon Bum son atesorados por toda la diáspora latinoamericana.
Comentan los vendedores: «La gente se acuerda del chupete de la infancia y se interesan, no es por caridad que compran, es porque lo quieren».
La venta ambulante de estos productos no es un delito, solo implica un proceso administrativo y la petición de desalojar la estación
Morder el caramelo para llegar directamente al ansiado chicle, despierta gratos recuerdos; el sabor de un pasado despreocupado, o la simple ilusión de un fugaz retorno al hogar. Es un acto que trasciende generaciones y que, para el migrante latino, se asocia directamente con este dulce de la empresa ‘colombina’.
Hoy por hoy, según datos del grupo empresarial, están en más de 70 países, y facturan 700 millones de dólares cada año. En cuanto a los famosos caramelos que hoy se venden en el transporte público madrileño, la producción es masiva. Se calculan 160 millones de Bon Bon Bum fabricados cada mes.
En reiteradas ocasiones, los ejecutivos de la marca han subrayado que el Protocolo de Madrid es uno de los instrumentos que más aportan para lograr una expansión uniforme de los productos. Este protocolo, adoptado en la capital hace 35 años –como complemento del histórico Sistema de Madrid– es el registro único de marcas internacionales desde la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual.
Es así que Colombina y su producto estrella, se han convertido en un gigante internacional. Tal es el éxito, que hace nueve años adquirieron la empresa Fiesta, quienes crearon los celebérrimos caramelos Kojak, competencia directa de los Bon Bon Bum y que pasaron a ser parte de la compañía.