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«El pecado es la tibieza y al primero que ataca es al sacerdote»

by Marko Florentino
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La entrevista transcurre horas antes de que oficie el enlace del año en la realeza española en Soto de Mozanaque, con la asistencia prevista del Rey. El canónigo Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp es, ante todo, párroco de barrio. En Pío XII lo saludan los camareros de bar y los parroquianos, a los que recuerda la próxima celebración de sus bodas de plata como sacerdote en la parroquia de Santa María de las Flores que dirige desde hace once años. Desde luego, no se muerde la lengua. -¿Por qué quería ser sacerdote?-Desde que tengo uso de razón, era monaguillo de los jesuitas de Portaceli y me atraía la figura de los sacerdotes. Me mimetizaba con ellos, imitaba hasta sus gestos, la modulaciones de su voz, jugando a celebrar misa. Con verdadera piedad y unción, con mis ornamentos a medida. Algo que han hecho muchísimos niños; los juegos se fueron convirtiendo en un verdadero apetito de poder alcanzar, el día de mañana, la meta del sacerdocio. No había acompañamiento entonces, creo que se han perdido muchas vocaciones por el complejo de los años 80. Toda Sevilla me conocía como el curita porque iba celebrando misas por las casas de los amigos, no sólo en mi casa, donde me hice un capilla en el piso de Huerta del Rey, jugando a bautizar muñecos de niñas, imponer las cenizas, consagrar con galletas maría y con coca-cola. Pero todo se evapora y empecé la carrera de Derecho y tenía una vida social muy fuerte, tenía muchísimos planes… Pero en la visita del Papa a la clausura del Congreso Eucarístico en 1993, hice de voluntario en el salón Santo Tomás, muy cerca de Juan Pablo II. Recuerdo, como un ‘revival’ de lo que me gustaba de pequeño, las ordenaciones sacerdotales en el pabellón de San Pablo, con un calor tremendo. Por primera vez conocí a curas que se iban a ordenar fuera del ámbito de la Compañía de Jesús. Durante aquel verano releí cuanto se había escrito sobre la visita del Papa y en uno de los textos, el Papa se encontró con todos los seminaristas de España en San Dámaso, en Madrid, y dejó una frase que siempre recuerdo: «Jóvenes que estáis sintiendo la llamada al sacerdocio, no miréis lo que dejáis sino lo que recibís», no tanto la renuncia como el don recibido. Entendí muy bien lo que decía el Papa y me lo apliqué a mí mismo. Lo que me faltaría para dar el salto es que le daba muchísimo valor a la renuncia a todo lo que había disfrutado en la vida antepuesto al hecho de que el Señor, entre miles de millones me había elegido a mí. El año 1993 fue providencial en Sevilla. En el 92 en que la ciudad puso en escena lo que era con la Exposición Universal, justo ese es el único año en que no entra ningún seminarista en el seminario de Sevilla por primera vez en la historia. En el 93, justo después de la visita del Papa, fue el año en que entraron más de golpe en los últimos tiempos tras el Concilio Vaticano II. No sólo en Sevilla, sino en otras diócesis. Lo pongo en relación con la carestía de vocaciones que tenemos en España: por primera vez ha bajado de mil el número de seminaristas. Lo adjudico a que si la presencia del Papa fue clave para que muchos jóvenes se plantearan su vocación, ahí se demuestra que las palabras mueven pero los ejemplos arrastran y faltan líderes -no digo que tenga que ser el Papa sino sacerdotes- que sean los que atraigan y convenzan a jóvenes que puedan estar planteándose la vocación. Al final todos somos curas porque hemos visto a otros serlo. Si no hay un modelo al que seguir, me parece dificilísimo. Hoy faltan esos referentes de curas íntegros que seamos capaces de generar que haya gente que quiera ser como nosotros. Si no somos transparencia del Señor, en lo humano no tienen ningún interés en ser como nosotros. Vivir hoy en día como un cura no es especialmente ventajoso. La falta de esos modelos es la clave: la Iglesia no tiene un problema, nosotros, muchas veces, somos el problema, los sacerdotes. Nunca se ha invertido tanto en la calidad de los formadores del seminario de Sevilla, son el mejor equipo en muchísimos años. Pero a la vez, falta que en origen, en nuestras parroquias, los curas que estamos seamos capaces. El cura que pasa sin dejar un sustituto, se lo tiene que mirar. Si no ha sido capaz de despertar el apetito vocacional, puede que no esté lo suficientemente enamorado de su vocación. -Pero el ambiente sociocultural juega en contra…-Los curas jóvenes de ahora no son como los de hace 25 años cuando yo me ordené. Son fruto de una sociedad más líquida, sin referentes, y con la sobreexposición pública a la que estamos sometidos los sacerdotes, con una persecución callada en la que somos objeto de sospecha. Hasta para tener monaguillos en una parroquia es un problema. -Recientemente me comentaban que en una primera comunión, en otra diócesis española, no se comulgaba bajo las dos especies porque los padres entendían que podía ser una incitación al alcoholismo…-Los curas no tienen problemas, somos el problema. El trabajo con los niños es dificilísimo porque se tienen muchos escrúpulos y siempre andas siendo el primero en tener miedo a decir ciertas cosas. Todo es interpretable, todo puede causar un trastorno en el niño, tienes que tocar el Evangelio de puntillas, tienes que decir las cosas maquilladas… Al final es una pena porque ofrecemos el mensaje descafeinado y tan coloreado que el nivel de exigencia del Evangelio pasa de puntillas. Presentamos una imagen del Señor edulcorada.-Pero eso no sólo pasa con los niños…-Es curioso porque allí donde el nivel de exigencia es mayor, hay frutos vocacionales. El pecado es la tibieza. Campa a sus anchas en todos los órdenes de la vida y al primero al que ataca es, desde luego, al sacerdote, a su vida de oración, a su compromiso en la acción pastoral,a su entrega generosa y total. Se ordenan sacerdotes a los que les falta fuelle y el empuje y la garra de querer comerse el mundo y ser valientes. Pero los sacerdotes de ahora son fruto de la sociedad actual: ni mejores ni peores, pero distintos a mi época. Nosotros entramos muchos, se salieron la mitad, o les invitaron a irse. -En una misa reciente, usted fue muy valiente al pedir por los sacerdotes que habían abandonado o tenían crisis de fe porque parece como si una vez ordenados, los curas fueran imbatibles…-La unción del Espíritu Santo existe y guía a su Iglesia y el sacerdote está mimado por el Señor y por la Virgen, pero muchos, en un arrebato, tiraron por la borda la historia más bella jamás contada de sus vidas. Muchos se ordenaron sin tener que hacerlo y muchos tiraron la toalla pudiendo haber encontrado el sentido pleno de sus vidas. Crisis las hay en todos los ámbitos de la vida, pero al primer calentón no te vas al juzgado a romper el matrimonio. Todo es perdonable, si un sacerdote ha tenido una caída, el sacramento de la penitencia no sólo está para los laicos y se absuelve. Es una pena porque podrían haber hecho mucho bien a la gente porque ese fracaso les acompaña todo el resto de su vida y luego vemos a muchos laicos que parecen curas arrepentidos, deseando vestir el alba, estar ahí. -Eso es justo lo que el Papa fustiga constantemente como el clericalismo… ¿Hay mucho de eso en nuestra Iglesia hispalense?-En un campo tan abonado como son las hermandades, ciertamente sí, es una cantera, pero una sana laicidad es necesaria para no caer en el cura que se centra en las formas -y está muy bien y hay que cuidar la liturgia, a mí me encanta- pero es un error cuando lo superfluo se hace imprescindible. -¿Para qué se ha hecho cura?, entendiendo como cura de almas, o sea, párroco.-Muchos me preguntaban por qué no he sido jesuita. Amo la Compañía y soy un forofo de su fundador, de quien tengo el honor de llevar su nombre. Quizá porque cuando los veía celebrar no podía desprenderme de la imagen académica: mi profesor de Latín, mi profesor de Filosofía… y no daba el salto al pastor de almas. A mí, que soy tan sociable, me gusta tanto tratar con la gente, me apasionaba precisamente una parroquia, donde tienes una familia inmensísima de todas las edades donde poder expandir todos mis registros. No me considero un cura encasillado aunque la gente te pueda encasillar: este es el cura de los pijos y tal…-¿Le molesta que le digan el cura de la aristocracia?-Quizá antes me molestaba más porque parecía que el ejercicio de mi ministerio consistía en estar tomando café con marquesas. Hay cosas que uno acepta de su familia, de su grupo natural donde has vivido. Son amigos tuyos, son familia y son tan pobres como los demás y tienen derecho a los sacramentos igual que todos. Me da pena porque es una injusticia hacia otros a los que he atendido y atiendo con tanto esmero en las parroquias por las que he pasado. He estado en pueblos como Arahal, Alcalá del Río pero también parroquias humildes como la Inmaculada de Alcalá de Guadaira, empecé en Pino Montano cuando el barrio no era ni parecido a lo que es ahora y ahora estoy en una de gente trabajadora y humilde con la que me vuelco. No puedo cambiar mi grupo natural en el que he nacido y me he movido, pero el mismo grado de amistad puedo tener con otra gente que nunca saldrá en las fotografías porque no les acompaña la fama o el apellido con guión. Hay una auténtica nobleza -y aquí en la parroquia de las Flores se demuestra- mucho más noble que la de los aristócratas en los elencos. Si la sangre azul consiste en esto, te aseguro que más azul es la de muchos feligreses míos. -Y el hecho de que se le asocie tanto a la piedad popular -ha sido el último cura pregonero-, ¿juega a favor o en contra?-No he sido cofrade por mi familia, sino por mi grupo de amigos y unos tíos míos que me llevaban a las sillas. Parece como que cada quince años, las hermandades necesitan que alguien les recuerde de dónde vienen o el ingrediente fundamental y consideran que un sacerdote le puede dar a la Semana Santa. No había dado un pregón en mi vida, era muy joven además, aunque sí había predicado muchos cultos porque había una gran carencia de predicadores, que ahora también la hay: a las hermandades les cuesta encontrar un cura para cinco días, no digamos para una novena y ahora reparten 3-3-3, lo cual es un error porque el fin del quinario es que una misma voz te acompañe los puntos de reflexión, como en unos ejercicios espirituales, de cada día. Si al final ponemos a cinco artistas como los espadas de una corrida concurso, uno sale con dos orejas, otro con ninguna y al otro le tiran almohadillas. Es una pena. Ahí se nota que la gran crisis vocacional la sufre no sólo el clero diocesano, sino que la padece a cuchillo la vida religiosa. Los que predicaban los cultos eran los religiosos y estos desaparecieron de las convocatorias, no hay ya. Cuando las hermandades añaden más titulares, más celebraciones que incluyen misa y, agradecidos como estamos a que mantienen sus templos, vemos la carencia para celebrar sus cultos. Exigen mucho y saben que para mantenerse vivos necesitan de un cura a pesar de las peleas y la relación difícil con los párrocos por muy cofrade que sea. Pero hay que reconocerle que a diferencia de otras épocas, de nuestras hermandades salen vocaciones. Es raro el seminarista que no viene amparado por una hermandad, en mi época era rarísimo y hasta perseguido un poquito, estaba mal visto ser cofrade… Pero es que en el seminario de Sevilla hay treinta incluyendo los del Redemptoris Mater [perteneciente al Camino Neocatecumenal] que están unos años y luego se van, son muy pocos. Es una reflexión que hay que hacerse en todos los movimientos de la Iglesia, no sólo las hermandades, todos padecen de esa crisis. -Es un problema general de la Iglesia.-En las parroquias es aterrador, no llegamos cuando es el momento en que la gente más demanda: es una mies muchísimo más abundante, muchísimo más complicada, con muchísimas más necesidades y los operarios somos cada vez menos. Hay que plantearse que en una diócesis con 700 hermandades y en la que cuatrocientos chavales quieren hacer el retiro de Bartimeo, cómo es que de ahí no salen vocaciones. Salen transformados, me cuentan hace diez años que un joven iba a estar horas y horas de rodillas delante de la custodia y no me lo creo. Ahora, lo que no me creo es que habiendo tantos, tantos, como hacen retiros de impacto no hay una consecuencia en el número de vocaciones. Tienen que salir, estará bendecido de cabo a rabo cuando nutra de vocaciones a la Iglesia de Sevilla. La gente no conoce a sus obispos, cuando yo era joven sabían quién estaba en cada sitio, ahora no se conoce a ninguno, si acaso Munilla porque tiene las redes sociales… El nuestro es una gracia, tenemos mucha suerte con don José Ángel. Los tres que he conocido en Sevilla son totalmente diferentes pero me quedo con muchísimas cosas buenas de los tres. Y digo de los tres. Y de don Juan José Asenjo, muchísimas cosas buenas, personalmente, le estoy muy agradecido, era un gran pastor.



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