
La progresión en paralelo de Vox y el sanchismo es un hecho corroborado por los datos. Aunque nacido en 2013, el partido de la extrema derecha española no consiguió representación en el Congreso hasta un año después de que Pedro Sánchez llegase a la Moncloa. Desde entonces, con algunas fluctuaciones, su ascenso ha sido constante hasta la relevante posición que ocupa en la actualidad: tercera fuerza del país y aliado imprescindible para gobernar España y la mayoría de las comunidades autónomas.
Hay varias razones que explican el éxito de Vox, empujado además por el mismo viento de la historia que situó a Donald Trump en la Casa Blanca. Pero la extrema derecha nunca había tenido un gran predicamento en España y, aunque hoy las circunstancias son diferentes en Europa y en nuestro país, sin la complicidad directa e indirecta del sanchismo, dudo que su ascenso hubiera sido tan notable.
Algunos de los beneficios que Vox extrae del sanchismo son mera consecuencia de su pésima gestión. La impúdica utilización de las instituciones en favor de Pedro Sánchez, la forma escandalosa de parasitar las empresas públicas en beneficio de los amigos, las constantes concesiones al independentismo catalán, los halagos a los viejos aliados del terrorismo, el uso de los medios de comunicación pública para la distribución de propaganda oficial, la falta de respuesta por parte del Gobierno a graves problemas sociales como la vivienda, la inmigración o la inseguridad callejera han dado alas a la antipolítica, al populismo y al nacionalismo, es decir, a Vox.
Sin embargo, esa no es la única fuente de la que Vox se nutre para crecer. La extrema derecha es además un aliado natural del Gobierno para intentar conservar el poder. De hecho, Vox es en este momento el último y más sólido argumento del que dispone Sánchez para continuar en la presidencia. Cuando me refería en el párrafo anterior al uso de la televisión pública para la difusión de propaganda oficial incluía la abundancia de información sobre las actuaciones de Vox, sobre todo de las más disparatadas y apartadas del consenso social.
Es innegable que los errores del Partido Popular contribuyen a darle vigor a la pinza Sánchez-Vox. Desde la constitución del Gobierno de la Comunidad Valenciana en 2023 hasta el último despropósito del Ayuntamiento de Madrid sobre el aborto, se han repetido las equivocaciones del centroderecha, para el que Vox es un fantasma con el que no sabe tratar. Pero eso no es lo fundamental: es la propia naturaleza de Vox la que lo ha convertido en el cómplice perfecto del sanchismo. Lo es, en parte, porque día a día se va convirtiendo en un socio con el que resulta imposible pactar.
«Si Sánchez construye muros ideológicos, Vox pretende dividirnos por raza, cultura o religión»
No sirve como justificación que Bildu o Puigdemont sean socios aún menos respetables. En efecto, Vox no carga a sus espaldas con un pasado de terrorismo ni sus dirigentes han violado las leyes o han tenido que huir de la Justicia. El peligro de Vox no es ese. Aliado de Orbán y del sector más putinesco y agresivo de la extrema derecha europea, Vox ha perdido interés en ser el socio menor de una coalición de derechas para aspirar a desplazar al PP y asumir el papel del partido que encabece lo que ellos entienden como la reconstrucción de España. Para conseguirlo recurre a la misma estrategia del sanchismo: señalar enemigos y dividir a los españoles. Si Sánchez construye muros ideológicos, Vox pretende dividirnos por raza, cultura o religión.
Como el sanchismo, reniega de la herencia de los consensos heredados de la Transición, desprecia a la Corona y reduce la Constitución a un mero trámite, que se cumple, pero se minusvalora e intenta quebrantar por la puerta trasera. No viene a reparar los daños del sanchismo y procurar una España en la que quepamos todos, sino a sustituir al sanchismo por otro régimen personalista y reaccionario que frene los avances conseguidos en las últimas décadas en materia de igualdad y derechos. Ese afán de contraponer un régimen por otro va a ser, sin duda, el argumento de más peso con el que Sánchez acuda a las urnas.
La aparición de un círculo de opinión de la derecha constructiva y positiva en torno a Iván Espinosa de los Monteros ha puesto más en evidencia aún la deriva extremista y peligrosa de Santiago Abascal, a quien sus demenciales aliados europeos le han llenado la cabeza de pájaros sobre grandes posibilidades de gobernar España si atiende a la estrategia rupturista que Orbán y Trump diseñan.
Todo eso son esperanzadoras noticias para Sánchez, que no va a tener una sola acción de gobierno —no sé cuánto partido podrá sacar de las subidas del SMI— que presentar al electorado de la que realmente puedan sentirse orgullosos. Sin Vox, su derrota sería clamorosa. Sin Sánchez, Vox seguiría siendo residual. Ambos se necesitan y se retroalimentan. Por desgracia, es su estilo y no el de Feijóo el que hoy se lleva.
