El progreso era un acrónimo

LA avalancha de menores que llegan a las costas españolas se ha convertido en la principal patata caliente que maneja el Gobierno en materia social en este arranque de curso. La manifiesta saturación de las zonas receptoras de esta inmigración sensible, principalmente Ceuta y Canarias, ha provocado que varias comunidades autónomas acepten acoger grupos de chavales recién bajados de la patera, con el problema de que los sistemas de acogida autonómicos tampoco tienen capacidad. En Andalucía los centros de menores están al 115%, y aun así le corresponde un cupo de niños inmigrantes que apenas puede atender. La Junta reclama ayudas para poder cumplir con su labor mientras el Gobierno de Pedro Sánchez mira para otro lado. Cataluña, por cierto, ya ha dicho que no quiere inmigrantes de las costas meridionales. Así es el Estado asimétrico al que vamos de cabeza, cupo de euros para los catalanes y cupo de menas para los andaluces. Y María Jesús Montero, aplaudiendo.Ayer en estas páginas Juan José Madueño explicaba cómo es la vida en uno de estos centros de acogida, el de Cortés de la Frontera. Un extraordinario reportaje en el que se percibía el esfuerzo denodado de los educadores por integrar a estos chicos y la montaña rusa emocional de unos chavales que pasan del terror de una travesía suicida a la ilusión por labrarse un futuro. Las fotografías de Francis Silva recogían el día a día de estos centros de acogida en los que los migrantes descubren un nuevo mundo. Una de las imágenes muestra la puerta de un aula en la que los alumnos podían leer en su precario español el siguiente mensaje: «Todos tenemos derecho a elegir qué, cómo y quién queremos ser. L=Lesbiana, G=Gay, B=bisexual, T=transgénero, I=intersexuales LGTBI».El respeto a la pluralidad sexual tiene gran importancia y es sin duda una las características de la sociedad actual, pero no deja de sorprender que a lo primero que se le invite a un chaval que ha pasado ocho días en una chalupa jugándose la vida en alta mar para llegar a Europa es a que se cuestione su sexualidad o su género. ¿No hay otros valores prioritarios para inculcar a unos chicos que apenas han tenido contacto con las sociedades modernas? ¿No tiene más sentido comenzar educando en el respeto como concepto social, independientemente de su sentido sexual? ¿Tan obsesionados estamos con esta diversidad íntima como para considerarla un pilar prioritario en la educación cívica? Estos jóvenes recién llegados son un lienzo en blanco, y lo primero que escribimos hace referencia a su sexualidad. Se supone que treinta siglos de historia europea dan para algo más que tener la libertad de acostarte con quien quieras. Quién le iba a decir a estos chicos en Ghana o Mali que su sueño de vivir en el primer mundo pasaba por un acrónimo, y que el progreso que soñaban era aprender el significado de las siglas LGTBI.



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