¿Quién te cerrará los ojos, tierra, cuando estés callada? Esta pregunta es el título de una de las canciones más conocidas del cantautor aragonés José Antonio Labordeta, pero también es un himno para las regiones afectadas por la despoblación. España es un claro ejemplo de este problema que acucia a cerca de 3.000 pueblos que están completamente abandonados, víctimas del éxodo rural que comenzó a sufrir el campo a partir de mediados del siglo XX.
En Castilla-La Mancha, donde conocen bien este fenómeno, unos 140 pueblos y aldeas se vaciaron cuando sus vecinos se marcharon a buscar una nueva vida en otros lugares. Esa es la cifra que Faustino Calderón, autor del blog ‘Pueblos deshabitados’, daba a ABC en una entrevista de hace unos años. La provincia de Albacete estaría a la cabeza, seguida por Guadalajara y Cuenca, mientras que en Ciudad Real y Toledo el éxodo se notó menos.
La despoblación de esas zonas ocurrió, de forma mayoritaria, en los años 50 y 60. La razón, según Calderón, es que «a las administraciones de la época no les interesaba invertir en infraestructuras ni servicios en pueblos de montaña muy aislados y con una población relativamente pequeña». Por el contrario, asegura, se incentivó la emigración a las grandes ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia o Bilbao, donde había trabajo para todos y se necesitaba mano de obra en la emergente industria de la segunda mitad del siglo XX.
El caso de La Vereda, un pequeño pueblo enclavado en la sierra de Ayllón, símbolo de la conocida como Arquitectura Negra la provincia de Guadalajara, es un ejemplo paradigmático de ese proceso de despoblación. Hoy allí residen tres personas, pero la falta de servicios y las duras condiciones de vida provocaron que el municipio comenzara a deshabitarse a partir de los años 50, después de haber superado entre finales del siglo XIX y principios del XX los 300 habitantes, la mayoría de los cuales emigraron en busca de trabajo y de un futuro mejor.
La puntilla la iba a dar en 1972 su expropiación forzosa, que llevó a cabo el Instituto para la Conservación de la Naturaleza (Icona), para reforestar el territorio colindante, que preveía el derribo de los bienes inmuebles de todo el término municipal. Sin embargo, ante esa amenaza que se cernía sobre La Vereda, pocos años después un grupo de soñadores, la mayoría de ellos jóvenes arquitectos de Madrid y Guadalajara, comenzaron a movilizarse para evitarlo.
Así es cómo en 1977 nació la Asociación Cultural La Vereda, cuyos integrantes, interesados en la Arquitectura Negra, consiguieron frenar el derribo y obtuvieron la concesión del pueblo para proceder a la reconstrucción de sus edificios, manteniendo su singularidad y su entorno rural. En ello llevan ya más de cuatro décadas, puesto que el contrato inicial tenía una vigencia de diez años, pero se ha ido renovando con el paso del tiempo.
Asimismo, entre 2008 y 2010, la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha concedió por licitación a la Asociación Cultural La Vereda el aprovechamiento de los pastos y cultivos, así como el uso y disfrute para tales fines de los edificios y terrenos adyacentes al pueblo de La Vereda, entre los que se incluía la aldea de Matallana.
Para llevar a cabo esos trabajos de reconstrucción, según explican a ABC desde la asociación, se han utilizado técnicas arquitectónicas tradicionales y materiales de construcción existentes ya en la zona, como la pizarra, el adobe y la madera. Todo ese esfuerzo ha permitido la recuperación de viviendas, hornos, cochiqueras, calles y muros, preservando la imagen y la esencia de cada uno de esos lugares.
No obstante, aseguran que no tienen aspiraciones ruralistas. «La población sigue estando muy aislada en cuanto a comercios y servicios, con malas carreteras y pistas forestales. Las condiciones de habitabilidad siguen siendo difíciles y los socios de La Vereda están allí tan sólo cuando sus trabajos y otras actividades les permiten», afirman.
De hecho, según explican, en el municipio hay agua corriente, pero no hay luz eléctrica en muchos lugares ni alcantarillado. Las calles tampoco están asfaltadas ni tampoco se puede llegar en coche hasta el mismo pueblo, que además tiene mala cobertura de telefonía móvil. Aun así, todo ello no ha frenado a este grupo de soñadores para intentar rescatar la memoria y el pasado de La Vereda.
De este modo, aparte de las labores de reconstrucción, desde la asociación trabajan en la recuperación de las tradiciones de la zona. Para ello, desarrollan diversos talleres de cerámica, carpintería y cocina, entre otros, e incluso celebran las festividades anuales de la localidad, que cada año reúne a un buen número de nostálgicos en el fin de semana próximo al 29 y 30 de junio, coincidiendo con las fiestas patronales dedicadas a la Inmaculada Concepción, que da nombre a la iglesia del pueblo, que se reabrió al culto en 2007.
La Asociación Cultural de La Vereda está compuesta por vecinos de municipios cercanos como Campillo de Ranas, Guadalajara, Alcalá de Henares, Madrid, Azuqueca o Galápagos, entre otros. Para poder pertenecer a ella, los socios deben cumplir algunos requisitos como «el compromiso con los objetivos y demostrar la capacidad de trabajo para rehabilitar y mantener un edificio bajo tu responsabilidad».
Eso sí, aparte de pagar una cuota trimestral, prepárate para trabajar y pertrecharte de una buena pala, pico, azadón, esportillas, cubos, paletas, sierras, azuela, guantes, … Aún queda mucha faena en La Vereda.