Pasan los días y cada vez es más complicado encontrar gente con vida bajo los ocho metros de lodo que mantienen sepultadas desde el viernes a alrededor de 2.000 personas en el norte de Papúa Nueva Guinea. El impacto de la catástrofe es total entre la población y los que se están llevando la peor parte son los niños. Las estimaciones no son nada halagüeñas y apuntan a que un gran número de pequeños podrían haber perdido la vida en el alud.
Una de las razones esgrimidas por Angela Kearney, coordinadora de Unicef en el país, es que el corrimiento de tierra se produjo a las tres de la madrugada, mientras las víctimas dormían. «Cada casa familiar tiene una cifra aproximada de diez personas, de los que muchos son niños», confirmó a ABC. Además, las consecuencias entre los supervivientes menores de 16 años ya se están notando sobre el terreno: llevan más de dos días en silencio.

Varios habitantes locales buscando a sus familiares desaparecidos en el lugar del deslizamiento de tierra en la comunidad de Tulpar, distrito de Yambali, provincia de Enga (Papúa Nueva Guinea)
Los menores se encuentran en estado de shock y esto podría derivar en un trauma que, según Kearney, hay que evitar que se desarrolle. «Nuestro equipo nos comentó que durante las primeras 48 horas los niños estaban muy callados. Que no dijeron ni una palabra», aseguró el pasado martes. «Muchos de ellos fueron a pueblos lejanos con o sin sus padres y al regresar hoy, siguen muy callados». Las proyecciones de Unicef sobre el terreno indican que más de un 40 por ciento de las 7.849 personas afectadas por el deslizamiento son niños menores de 16 años y una de las prioridades es trasladar a la zona personal con habilidades psicosociales que los ayuden a estar entretenidos.
La tarea será ardua. «Tenemos unos kits de ocio para que los niños jueguen en equipo. Desde este miércoles los repartiremos en Mount Hagen para que los lleven a los lugares afectados, les aparten del trauma y se lo pasen bien. Les cambia la vida», sostiene la coordinadora.

Varios habitantes locales buscando a sus familiares desaparecidos en el lugar del deslizamiento de tierra en la comunidad de Tulpar, distrito de Yambali, provincia de Enga (Papúa Nueva Guinea)
La vulnerabilidad de los más pequeños en Papúa Nueva Guinea es estremecedora. Un 50 por ciento no se han desarrollado físicamente y tienen más opciones de sufrir diabetes y enfermedades del corazón. Esto se debe a la malnutrición que vive la nación, una realidad que, predicen, se verá acentuada tras la catástrofe. Uno de los planes de las organizaciones sin ánimo de lucro que trabajan sobre el terreno es suministrar envases de ‘plumpy nut’, una crema de cacahuete con minerales y vitaminas añadidos. «Si le das a cada niño dos al día durante dos semanas, casi se pueden recuperar. Estamos intentando hacerlos llegar lo más pronto posible», apunta Kearney. «Como estos niños están malnutridos, un shock como este les afecta más aún».
Los niveles de inmunización son muy bajos y los trabajadores dan por hecho que aparecerán brotes de sarampión entre los pequeños. «Ahora mismo hay lugares con muchos casos de difteria. Son enfermedades que se pueden prevenir con una vacuna», agrega la coordinadora. El acceso a vacunación es muy limitado por varias razones. Por un lado, se trata de lugares remotos donde apenas hay personal sanitario cualificado interesado en vivir bajo unas condiciones muy difíciles y prácticamente incomunicados. Por otro, hay un gran escepticismo cultural debido al gran número de tribus que mantienen unas tradiciones muy difíciles de cambiar. Estas también afectan a otro grupo muy vulnerable: las mujeres.

Varios habitantes locales buscando a sus familiares desaparecidos en el lugar del deslizamiento de tierra en la comunidad de Tulpar, distrito de Yambali, provincia de Enga (Papúa Nueva Guinea)
Una de las prioridades del equipo que coordina Kearney es que también ellas estén a salvo. «Sabemos que tras esta catástrofe habrá más violencia debido a la frustración, porque han perdido sus medios de subsistencia», comenta. Una de las medidas que las ONG han puesto en marcha desde el primer momento ha sido repartir kits de dignidad con material higiénico femenino, un silbato y una linterna para que puedan cambiarse con relativa seguridad en zonas remotas.
También están trabajando para que las pocas estudiantes que van a secundaria no dejen de hacerlo por culpa de esta emergencia. «Muchas niñas se casan antes de cumplir los 16 años y sabemos que si reciben educación estarán más preparadas para no aceptar la violencia doméstica en el futuro». Si ya lo eran antes del deslizamiento, los retos de uno de los países más pobres de Asia son todavía más pronunciados a la hora de proteger a los más vulnerables de las secuelas que deja esta desgracia imborrable.