Estados Unidos, como todos los países de Occidente, ha venido suprimiendo poco a poco los empleos no cualificados que antaño contribuían a hacer la vida un poco menos desagradable. Hay cosas que solo tendrían sentido en una sociedad industrial, o donde aún existían mozos de cuerda y muchos trabajos sin cualificación. ¿Es mejor el paro masivo que la reindustrialización? Este es el melón que acaba de abrirse con el plan que anuncia la Administración Trump y que recoge el WP en un artículo (‘MAGA maoism is spreading through the populist right’). Sugiere que como la reindustrialización de América es una idea populista, habría que descartarla, y se compara con el maoísmo.
Pero el señor Trump es un individuo que, entre sus desvaríos, ha sabido ver que la ambición del cuello blanco ya no se percibe en la América profunda como un paso adelante, sino como una decadencia. Se exalta el trabajo físico, la grasa de las máquinas y el humo de las fábricas como una forma auténtica de contribución, se aboga por una masculinidad fuerte y trabajadora, lo cual solucionaría de paso el problema del sobrepeso en el imperio del McDonald’s.
El señor Trump es un individuo que ha generado mucho humor y mucha caricatura. Pero ha entendido (él sí) que la gente está cansada de esperar que los políticos arreglen la crisis de asequibilidad, la crisis de la inflación y del endeudamiento masivo, y la del desempleo nacional. Hay quienes hoy apuestan por la cultura popular impulsada por Reagan, el «hazlo tú mismo». Más en aquellas zonas donde la desindustrialización ha estancado los salarios, ha vaciado comunidades y ha cambiado las vacaciones pagadas por las «vacaciones permanentes».
Los críticos de este modelo dicen que la nostalgia de la vida que tuvieron nuestros abuelos «no es un plan». Yo creo que un Estado que tutela a los ciudadanos de la cuna a la tumba es un plan, sí, de decadencia. Decía Chateaubriand que este modelo del Estado tutelar entraña el riesgo de convertirnos en pacíficos reptiles, que acabaría por procurarnos un totalitarismo blando: quien nada tiene y depende en todo no es libre y, por perder, pierde hasta el carácter y la serotonina. Tocqueville en La democracia en América describe este totalitarismo dulce como un estado de paternalismo permanente. Y advierte del peligro de un poder tutelar que garantiza las satisfacciones de los individuos pero puede limitar su libertad.
Escuché que el índice de suicidios en Bruselas es elevado porque, al parecer, los funcionarios competentes que son relegados a un departamento donde no hay nada que hacer acaban deprimidos. Son funcionarios educados bajo la cultura de la productividad y el esfuerzo que han terminado cumpliendo la función de un mueble. Al lado del eterno desempleado o del que ve frustradas sus expectativas en trabajos glamurosos y a menudo inútiles, la vida del mozo de cuerda o el trabajador industrial vuelven con ropajes atractivos sacados del sótano de nuestras utopías post-productivas.
Es un giro en la mentalidad de los que fuimos educados bajo la premisa de que la educación universitaria y la meritocracia pueden hacernos más ricos que nuestros padres (un plan que se truncó). Tal vez el retorno del empeño industrial anuncie el fin de una época, la que nos trajo economías de servicios que solo funcionan bien a nivel macro. Quizás simplemente sea un cambio de sueño. Pero los cambios de sueño suelen ser cambios de época.