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El último soldado español en el Sáhara, 50 años después de la Marcha Verde: «Ni en mil vidas olvidaría cómo nos fuimos de allí»

by Marko Florentino
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Al coronel Perote todavía se le empañan los ojos cuando recuerda al sargento que tenía en su bandera de la Legión en el Sáhara y que murió en un atentado en los últimos meses de protectorado español. Han pasado 50 años desde que España abandonó la colonia, de manera precipitada, sin dar muchas explicaciones, y el último militar que evacuó El Aaiún, el entonces capitán Perote, lo recuerda como si en lugar de décadas hubieran transcurrido días: «Ni en mil vidas olvidaría cómo abandonamos el Sáhara», afirma pensativo a sus 86 años, mientras enumera anécdotas en un café de la plaza de las Culturas de Melilla, donde reside actualmente.

Este jueves se cumple medio siglo de la Marcha Verde, la movilización humana de miles de marroquíes a los que las Fuerzas Armadas de Hasán II utilizaron como escudo humano para tomar la provincia española. Cinco décadas que culminaron la semana pasada en Naciones Unidas con la adopción de la propuesta de Mohamed VI de un plan de autonomía saharaui bajo control marroquí.

Para saber más

Perote, miembro de una saga de vocación militar con varios de su familia en el Ejército, aterrizó en el Sáhara en 1968 como teniente de la Legión. Allí vivió con su esposa y sus cuatro hijos hasta 1975, cuando España se marchó de la provincia.

El trozo de tierra desértico situado frente a las islas Canarias linda al oeste con el Océano Atlántico, al Norte, con Marruecos; al Este y al Sur con Mauritania y al Noreste con Argelia. Desde finales del siglo XIX fue una colonia administrada por España tras el reparto colonial de África. La presencia española se consolidó mediante acuerdos con las tribus locales, especialmente con los saharauis de la confederación de los Tekna. Durante décadas, el clima desértico del Sáhara y el carácter nómada de su población hizo que los intereses de España fueran limitados. Sin embargo, la situación cambió radicalmente a mediados del siglo XX, cuando se descubrieron grandes yacimientos de fosfatos en Bucraa, uno de los mayores del mundo. A partir de entonces, el territorio adquirió una importancia estratégica y económica, y España intensificó su control administrativo y militar. En 1958, el estatus cambió de protectorado a provincia española, integrándola legalmente en el territorio nacional.

Superada la posguerra y con la dictadura de Franco consolidada, los esfuerzos se volcaron con el Sáhara, donde se levantaron cuarteles, se convenció a la población local de abandonar la vida nómada y las costumbres españolas se abrieron paso. A diferencia de otras colonias, el Sáhara se conquistó con acuerdos con los líderes de las tribus en lugar de con armas. Entre 6.000 y 12.000 militares, muchos de ellos con sus familias, fueron destinados a la provincia española, donde la vida era, según las fuentes consultadas, humilde pero cómoda. De hecho, Perote llegó allí con su mujer y sus cuatro hijos, cuando el mayor no superaba los tres años: «Vivíamos muy a gusto, todos los que estábamos éramos gente sencilla y la vida era muy humana. Éramos muy felices con nuestra profesión, nuestra forma de vivir. Lo pasábamos bien, nos conocíamos todos. Y además eras consciente de que lo que hacías era importante», rememora.

Pero todo cambió en la década de los 70, conforme aumentaba el sentimiento saharaui, en parte influido por el interés de España de que la población se asentara en el territorio. En 1973 nació el Frente Polisario, un movimiento independentista que comenzó a luchar contra la administración española. La presión internacional también aumentó: Naciones Unidas instó a España a descolonizar y permitir un proceso de autodeterminación. Y en términos de política interior, España agotaba la dictadura, con un Franco cada vez más enfermo y un Gobierno incapaz de tomar decisiones para salvar al territorio. Si los primeros años en el Sáhara la vida era una aventura para los jóvenes tenientes, todo se recrudeció a partir de 1973. «Todas las semanas te encontrabas con una situación que resolver, todo se volvió complicado, los que eran tus amigos se convertían en tus enemigos», describe Perote, que ya tenía experiencia en la zona.

Como un novato llegó a Esmara el coronel Salafranca, ahora presidente de la Hermandad de Veteranos de la Legión, que aterrizó en el Sáhara con el empleo de teniente, recién egresado de la Academia General de Zaragoza y con ganas de aplicar lo aprendido. Era noviembre de 1974. «La vida del teniente allí era sobre todo patrulla, cada uno salía con su sección, lo cual era una buena escuela de oficiales porque había que solucionar todos los problemas: logísticos, de transporte…», recuerda.

El coronel Salafranca posa en su despacho de Madrid

El coronel Salafranca posa en su despacho de MadridANTONIO HEREDIAMUNDO

El carácter desértico del Sáhara también ayudaba a coger experiencia: «Eso era un campo de maniobras inmenso, podíamos hacer lo que quisiéramos sin perjudicar a nadie», describe. Pero la tensión existía, y los atentados eran diarios. Había minas en las dunas, que no sabían si las ponía el Frente Polisario o los marroquíes. El propio Perote sobrevivió a la explosión de una de ellas cuando patrullaba con uno de los 36 Land Rover que tenía en su compañía. También contaba con dos camiones y dos aljibes. Sólo para el grupo que él mandaba, lo que da cuenta de la magnitud del despliegue español esos años, que alcanzó los más de 25.000 militares destacados en El Sáhara al final. «Teníamos unos protocolos, como se llaman ahora, de seguridad. Por ejemplo, nunca vivaquear en el mismo sitio donde habíamos pasado el día». Así que cuando se acercaba la noche, se desplazaban a oscuras a otro punto, donde se enfrentaban a la fría oscuridad saharaui, porque el frío es algo que aún recuerda Salafranca. Aunque en cierto punto se encontraban seguros porque «el Polisario nunca atacaba la Legión», el riesgo siempre existía. De hecho, hubo un atentado contra la policía nómada que dejó a un legionario mutilado, que vive ahora su retiro en Torrevieja.

Todos los militares allí desplegados tenían la sensación de que se iba a luchar por el Sáhara. El 20 de septiembre de 1975, con motivo del aniversario de la fundación de la Legión, Gregorio López Bravo, que había sido ministro de Asuntos Exteriores con Franco, y el general Juste Iribarne visitaron el Sáhara de incógnito y Perote fue su cicerone. «Se me ocurrió vestirles de legionarios porque querían ver la zona y así pasaban desapercibidos, les puse la siroquera y les metí en un coche para darles una vuelta. Recuerdo que Juste me dijo: ‘Capitán, qué pena lo que hacen ustedes y que nadie sepa esto, este territorio está ya entregado‘», asegura que le comentó.

Algo parecido le sucedió a Salafranca, que viajó a la Península con un permiso de tres días para conocer a su primer hijo. Entonces, el suegro de su hermana era un general que llevaba las negociaciones en Madrid. «Mi hermana me contó que había estado comiendo con el coronel Dlimi», responsable de los acuerdos militares por la parte marroquí que luego fue jefe de los servicios secretos y subcomandante en jefe de las fuerzas de ocupación de Marruecos en el Sáhara Occidental. Desde entonces, todo fue «un cúmulo de cosas extrañas», convienen Salafranca y Perote en dos conversaciones por separado.

A finales de octubre, el Tribunal Internacional de Justicia había dictaminado que no existía ningún lazo de soberanía entre Marruecos y el Sáhara, aunque reconocía ciertos vínculos históricos con tribus. Lejos de aceptar la interpretación, Hasán II anunció que el dictamen legitimaba las aspiraciones marroquíes y ordenó preparar una movilización masiva: la Marcha Verde.

Imagen de la visita del Rey Juan Carlos al Sahara

Imagen de la visita del Rey Juan Carlos al SaharaEuropa Press / Europa PressMUNDO

El plan consistía en reunir a miles de civiles desarmados para atravesar la frontera saharaui, obligando a España a elegir entre permitir el avance o cargar contra población civil, algo que va contra las normas del Derecho Internacional Humanitario y que suponía utilizar a la población como escudos humanos. La operación se presentó como una manifestación pacífica y patriótica mientras Franco agonizaba en España. Entonces, en un momento en el que el dictador había cedido sus poderes al Príncipe Juan Carlos, este decidió trasladarse al lugar para dar ánimo a los españoles allí desplegados. En un ejercicio de diplomacia, desde Washington se medió entre Argelia y Marruecos para que la visita del príncipe transcurriera en paz.

El final estaba cerca y desde Madrid se ordenó la evacuación de toda la población civil. «Aquello se convirtió en un cúmulo de órdenes y contraórdenes, en agosto habían terminado de construir unas casas para familias muy bonitas en el barrio de Colominas, y esas viviendas no se llegaron a entregar porque en septiembre empezaron a evacuar», recuerda Perote.

El teniente López de Maturana había llegado en 1974 al Sáhara, estuvo destacado casi todo el tiempo en el norte del país. Le trasladaron a Villacisneros. «Recuerdo que había unas casas sin estrenar, y que entonces nos organizamos y dormíamos un capitán y tres tenientes por vivienda, estaban vacías, nos echábamos en el saco de dormir con la esterilla», recuerda. «Desde la Academia, allí íbamos voluntarios porque la vocación era ocupar el sitio de mayor riesgo y fatiga, como reza nuestro decálogo, y en ese momento ese lugar era el Sáhara. Allí se aprendía milicia, ese año fue una experiencia, la mayor experiencia que yo he tenido en mi vida todo el tiempo que he sido militar», rememora.

Perote, por su parte, describe como uno de los días más complicados el que evacuó a su familia. «Dejé a mi mujer y mis hijos en una pista de tierra, en una avioneta, y no volví a saber de ellos». Desde entonces, recuerda que se dedicó a «dar patadas a las puertas de las casas, a coger todo lo que había y meterlo en mis camiones para enviarlo a Canarias, todo se había quedado tirado porque a la gente la evacuaron de un día para otro, había muebles con etiquetas de Galerías Preciados… es una página tan negra de la historia de España…».

El teniente Salafranca, durante su estancia en el Sáhara

El teniente Salafranca, durante su estancia en el SáharaCedida

El 2 de noviembre, los tres militares estaban en la capital del Sáhara con motivo de la visita del Rey. «Yo formé parte del dispositivo de seguridad, nos dio mucha alegría que viniera a apoyarnos», recuerda Perote. Salafranca estaba de permiso ese día en el que el Príncipe visitó el Tercio, sin embargo, le invitaron a un acto en el Círculo Recreativo de los Ejércitos. Don Juan Carlos tenía un cometido: «Dar ánimo, con razón o sin ella, pero dar ánimo porque ahí ya sí que estaba claro que nos íbamos, estaba clarísimo que nos íbamos y la moral, claro, no era la mejor», describe Salafranca.

A pesar de esa visita, Hasán II insistió en que la Marcha Verde continuaba adelante. Marruecos organizó transportes, logística, alimentos y símbolos religiosos. Procedentes de todo el país, los voluntarios se congregaron en el sur, cerca de Tarfaya, con banderas verdes, color del islam. Las estimaciones más aceptadas sitúan su número en alrededor de 350.000 personas.

A Perote le colocaron en un segundo escalón con el cometido de que no entrara nadie. Se posicionó entre dos dunas donde se aproximaba población civil de la Marcha Verde. «Fui con la compañía y colocamos las ametralladoras. Al poco rato, esta gente se acercaba a nosotros pidiendo comida. Es la cosa más asombrosa que he visto. Estábamos ahí armados y el ejército marroquí se parapetó en esta pobre gente, fue todo muy absurdo», rememora. Salafranca, que tenía una misión de vigilancia, recuerda que había de controlar los campos de minas para que ningún civil estuviera herido. «El avance de los civiles sabíamos que estaba pactado, lo que nos pilló por sorpresa fue lo que sucedió después», confiesa. Según sus palabras, esperaban «tener un enfrentamiento militar, que hubiéramos sin duda alguna ganado porque, por poner un ejemplo, teníamos un batallón de carros, que no era el último modelo, pero los marroquíes tenían los mismos carros sin radio».

El 6 de noviembre de 1975, la Marcha Verde cruzó la frontera entre banderas marroquíes y ejemplares del Corán. España, consciente del riesgo internacional y debilitada políticamente, decidió no abrir fuego contra civiles. Ese mismo día, se iniciaron conversaciones secretas que desembocarían en los Acuerdos de Madrid, por los que España abandonaría el territorio. «Cuando se retiró la Marcha Verde, mi capitán me dijo que lo único que íbamos a hacer era embalar para irnos», rememora Salafranca. Los tres comparten el sentimiento de frustración por no haber enfrentado al enemigo.

Comenzó entonces la evacuación de los militares. A Salafranca le tocó embarcar en el Castilla. «Había una cantidad importante de material a evacuar, sólo mi compañía tenía 38 vehículos más dos camiones de apoyo, eso multiplícalo por tres», explica. El 20 de noviembre, murió Francisco Franco y Perote realizaba su último vuelo de vuelta hacia el Sáhara. «Recuerdo la emoción por abandonar ese territorio después de tantos años, más la incertidumbre por la muerte de Franco, y me acuerdo de que me caían lágrimas», describe.

Según recuerda López de Maturana, ese sentimiento sólo lo tenían aquellos que, como Perote, llevaban tiempo en el Sáhara, su vivencia de apenas un año en el destino es distinta: «Algunos tenían el sentimiento de haber abandonado a los saharauis; yo, sin embargo, no, y creo que por dos razones. La primera es porque estuve escasamente un año. La segunda es porque los saharauis, sus representantes, se equivocaron totalmente en su forma de hacer las cosas, España no había sido nunca su enemigo y pensaron que había que destronar a la España imperialista y se equivocaron, de pronto éramos el enemigo», cuenta.

Perote volvió al Sáhara con la orden de evacuar todo el material posible. Concedió entonces una entrevista a la televisión que aún puede verse en YouTube y en la que le presentan como el último militar que abandonó la ex colonia. «Mis hombres se van totalmente orgullosos, con el honor totalmente intacto porque han cumplido con su deber, que era lo que nos han mandado. Yo hubiera preferido otra salida, pero mis hombres salen con el honor más alto que pueden encontrar».

Tras los Acuerdos de Madrid, España abandonó el Sáhara y dejó la administración en manos de Marruecos y Mauritania, pese a que la ONU consideraba que la descolonización no se completó y que el pueblo saharaui tenía derecho a un referéndum de autodeterminación. Mauritania renunció en 1979, y Marruecos ocupó todo el territorio. Desde entonces, el Frente Polisario, respaldado por Argelia, proclamó la República Árabe Saharaui Democrática y estableció su base en los campamentos de refugiados de Tinduf. Los saharauis son apátridas pese a que muchos tienen DNI español aún de la época de la colonia.

España quedó en una posición compleja: legalmente era para la ONU potencia administradora de facto, aunque nunca ejerció ese papel. Durante los años 80 y 90, los gobiernos mantuvieron una actitud de neutralidad oficial, apoyando las resoluciones de Naciones Unidas y el plan de paz de 1991, que prometía un referéndum que nunca se ha celebrado. Paralelamente, España desarrolló relaciones económicas y estratégicas con Marruecos, especialmente en pesca, inmigración y lucha antiterrorista.

En 2020, el Ministerio de Asuntos Exteriores permitió la entrada en España de Brahim Gali, líder del Frente Polisario, para tratarse una enfermedad. Esto costó una crisis diplomática con Marruecos, que provocó la entrada masiva de miles de personas migrantes a nado a través de la frontera de El Tarajal. La crisis terminó cuando Pedro Sánchez cambió a la jefa de la diplomacia, Arancha González-Laya, por José Manuel Albares, y firmaron una hoja de ruta de 19 puntos cuyo primer epígrafe decía: «España reconoce la importancia de la cuestión del Sáhara Occidental para Marruecos, así como los esfuerzos serios y creíbles de Marruecos en el marco de las Naciones Unidas para encontrar una solución mutuamente aceptable. En este sentido, España considera la iniciativa de autonomía marroquí, presentada en 2007, como la base más seria, realista y creíble para resolver este diferendo».

El abandono de la neutralidad sobre el Sáhara está rodeado de incógnitas. El Ministerio de Asuntos Exteriores guarda silencio después de la resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que ha respaldado el plan de Marruecos como el más viable. Cincuenta años después de la retirada, la cuestión saharaui sigue siendo una herida abierta en la política exterior española y un conflicto en el Norte de África.





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