De entre toda la galaxia de personajes extravagantes de los que se rodeó Donald Trump en su campaña electoral primero y más tarde en su administración, sin duda Elon Musk es uno de los más interesantes desde la perspectiva de la entomología política.
Inversor de éxito con un indudable olfato para los negocios en el sector tecnológico y probablemente el colaborador más necesario del segundo advenimiento de Trump gracias tanto a la puesta a disposición de la campaña trumpista de su red social X como a la creación de un una poderosa narrativa con la que ha timado a millones de personas a base de confundir torticeramente la libertad de expresión con la desjerarquización de información, no parece que vaya a tener un buen final en la arena política por tres razones evidentes.
La primera es que un inversor -que no emprendedor- como él, mascarón de proa de varias compañías globales como Tesla, SpaceX o Starlink, va a tener muy complicado explicar a los consejos de administración de dichas empresas que situarse enfrente de la Unión Europea, insultar sus gobiernos nacionales y reírse de sus 450 millones de consumidores, es compatible con hacer negocios en el viejo continente.
«Elon Musk no cae bien a casi nadie, y eso se está convirtiendo en un problema político para su jefe y para todo su partido»
La segunda es la imposibilidad metafísica de que dos personajes como él y Donald Trump, ambos con un ego elefantiásico y un desmesurado afán de protagonismo, puedan convivir más allá de unos pocos meses en el mismo espacio-tiempo sin terminar chocando y enfrentados en un duelo a muerte en el que ninguno de los dos va a hacer prisioneros, a lo que hay que unir que tampoco parece probable que el disfuncional darwiniano entorno político de Trump, especialmente su gobierno, vaya a seguir soportando mucho tiempo más los caprichos de una veleidosa prima donna capaz de eclipsarlos a todos como Musk.
Y la tercera, y quizás más importante de todas las razones es que Elon Musk no cae bien a casi nadie, y eso se está convirtiendo en un problema político para su jefe y para todo su partido.
Me refiero a que además de los números fríos que nos dicen que mientras la tasa de aprobación de Trump, a pesar de la caída en barrena de esta semana propiciada por la guerra de los aranceles, está en torno al 40%, la de Musk es según las últimas encuestas de un -17%, diecisiete puntos negativos, un hecho que unido a la altísima notoriedad de Musk en medios y redes ha logrado entre otras cosas que el candidato trumpista al tribunal supremo de Wisconsin, en cuya campaña Musk ha sido uno de los actores principales, haya sufrido una soberana paliza a manos de la candidata demócrata, lo que está llevando a buena parte del partido republicano a sopesar si es inteligente mantener al dueño de X en el gobierno de cara a las legislativas que van a celebrarse dentro de unos meses y en las que Trump se va a jugar su mayoría en ambas cámaras, es decir, su capacidad para llevar a cabo su programa de gobierno.
Algo que me lleva a pensar, vayan ustedes a saber por qué, que si Trump se ve obligado a elegir entre su propia supervivencia política y las salidas de tono del bocachancla de la motosierra, no tengo duda alguna que optará por mandarle a hacer gárgaras sin mover una ceja mientras trata infructuosamente de quedar por debajo del par del campo en su propio campo de golf.