Aún hoy en día la rocambolesca historia de Joaquín Maurín (Bonansa, Huesca, 1896 – Nueva York, 1973), dirigente del Partido Comunista, de la CNT y uno de los creadores del POUM, sigue siendo difícil de comprender. Estoy seguro que aconteció como Alberto Sabio explica muy bien en su acertado y reciente libro Excomunistas (Galaxia Gutenberg). El volumen es, sobre todo, la biografía de uno de los fundadores del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), con muchas lecturas actuales. Como sigue siendo un político de la Segunda República Española bastante desconocido y controvertido, resumo aquí brevemente su peripecia antes de ir al núcleo de mi disconformidad con el autor del ensayo.
El 18 de julio de 1936 Maurín era diputado del Frente Popular y secretario general del POUM. Se encontraba en Santiago de Compostela constituyendo la delegación del partido en Galicia, región que cayó inmediatamente en manos fascistas. De repente, Maurín desapareció hasta el 7 de agosto de ese mismo año, en que le escribió a su mujer Jeanne, dando señales de vida. Lo habían dado por muerto, aunque su periódico La Batalla lo desmintió. Incluso Trotsky mostró sus condolencias. En realidad, Maurín había estado escondido en La Coruña con nombre falso. Al buscar refugio en la casa de Eugenio Carré, le dijeron que lo acababan de fusilar. El cónsul francés no le hizo caso a pesar de estar casado con una francesa y tener un hijo nacido en París. De Coruña se fue a Zaragoza, Logroño y Jaca. En Panticosa fue detenido y estuvo un año en la cárcel de Jaca. Un par de personas lo reconocieron pero guardaron silencio. Pocos meses después del Alzamiento, Nin fue nombrado conseller de Justicia, mientras Maurín seguía en la cárcel.
Su familia se enteró de que Julio Ferrer, su nombre falso, seguía vivo. Indultado, reingresó en la cárcel ya con su verdadero nombre. Maurín, y aquí puede estar la clave de su suerte, tenía dos primos: Ramón y su hermano Joaquín Iglesias. Ambos sacerdotes. El primero, incluso lo ayudó a entrar en el seminario de Barbastro de donde luego salió para ejercer de maestro. El segundo, Joaquín, tuvo una relevancia extraordinaria. Durante la guerra civil llegó a ser Comandante Jefe de los capellanes castrenses y luego Obispo de la Seo de Urgel y Copríncipe de Andorra. Tenía también la Cruz Roja al Mérito Militar.
Aunque Franco fusiló incluso a algún familiar y compañero de carrera, sabemos de la gran influencia que la Iglesia Católica ejerció sobre él. Esta afirmación es mía, dado que Sabio, el autor, no lo sugiere tan directamente. Maurín, desde su resurrección, empezó a recibir todo tipo de insultos y amenazas, sobre todo, de los suyos. Lo acusaban de traidor y falangista. Parece ser que el Gobierno francés de Blum (del 36 al 37 y luego al año siguiente como jefe del Gobierno del Frente Popular) con el que Jeanne, su mujer, tenía relación intervino igualmente. Maurín, que era aragonés de Huesca, pasó por la cárcel de su provincia y de allí fue destinado a la Capitanía General de Zaragoza dependiente directamente de Franco. Negrín, Prieto y Companys, respectivamente presidente del Gobierno republicano, ministro de Defensa, y presidente de la Generalitat, también presentaron sus protestas.
Lo mismo Delbos y Eden, ministros de Exteriores de Francia y la Gran Bretaña. Entonces parece ser que Serrano Suñer habló con Franco. Maurín fue trasladado a la cárcel de Salamanca y, por tanto, a depender directamente de Suñer. En Salamanca, por esas fechas, estaba el Cuartel General del Generalísimo e ingresó con otro nombre falso para evitar las agresiones. Durante tres años no salió de su celda. En total, Maurín pasó una década en las cárceles franquistas. De Salamanca lo llevaron a Burgos y, luego, a la cárcel Modelo de Barcelona. Fue juzgado en un Consejo de Guerra y sentenciado a 30 años de reclusión. En el año 1946 quedó en libertad condicional y obligado a vivir en Madrid, donde volvió a ser detenido. Y en este momento fue cuando intervino el embajador en Washington donde Jeanne y su hijo ya se habían establecido en los EEUU.
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«En 1947 Maurín emprendió el exilio en el mismo buque en el que viajaban Maurice Chevalier (‘colaboracionista’) y Negrín»
En 1947 Maurín emprendió el exilio en el mismo buque en el que viajaban Maurice Chevalier («colaboracionista») y Negrín. Con ambos ni se cruzó. Francesa de origen judío ucraniano, su esposa Jeanne era una mujer de gran carácter. Era la hermana del célebre Boris Souvarine (apodado así) nacido en Kiev y amigo de Lenin. Souvarine fue uno de los fundadores del Partido Socialista Francés, anticomunista y antiestalinista como Maurín. También se instaló en los EEUU y ayudó a los norteamericanos en el servicio de propaganda antisoviética. Todo lo dicho debió de contribuir al salvamento físico de quien había dirigido la CNT, el PCE y el POUM.
Maurín había viajado varias veces con la CNT y Nin a la URSS. La primera, en el año 1921. Los anarquistas por aquel entonces eran probolcheviques. Tres años después el político aragonés regresó a Rusia, habiéndose declarado en su revista La Batalla «ni comunista, ni anarquista, sino solamente sindicalista revolucionario». Nin, que también era maestro, y Maurín se habían conocido en Madrid en el año 1919. En 1917, Maurín había apoyado la huelga general y la amnistía de sus promotores: Largo Caballero, Besteiro, Saborit o Anguiano.
En 1936, el socialista pro comunista, Largo Caballero, sugirió a Maurín fusionar al POUM con el Partido Socialista. Maurín no lo vio mal, pero sí su partido. Hubiera provocado un enfrentamiento con los anticaballeristas Prieto y Negrín. El POUM no había votado a favor de Azaña para presidente de la República. Maurín regresó a España decepcionado de la URSS, un país que se había convertido en una cárcel. Y Nin, como Maurín, publicitaron la verdad. El resultado fue que Nin fue asesinado por los soviéticos. Y si el primero se convirtió en un mártir, el segundo cargó con la «culpa» de ser uno de los primeros en contar la verdad del comunismo. Por otra parte, uno de sus hermanos, también del POUM, fue asesinado.
Como todos los exiliados republicanos españoles, Maurín tuvo dificultades de integración en los Estados Unidos. Afortunadamente, Jeanne tenía un buen trabajo. Poco tiempo después, Maurín fue nombrado Oficial de Prensa de la delegación de Costa Rica en la ONU. A partir de entonces creó una agencia periodística que vendía artículos de firmas relevantes, españolas e hispanoamericanas, a periódicos de Norteamérica e Iberoamérica. Luego se convirtió igualmente en una especie de agente literario. Por sus manos pasaron entre otros muchos: Ayala, Sender, Madariaga, Neruda, Asturias y un largo etcétera.
«El historiador Alberto Sabio extiende de nuevo sombras desagradables sobre nuestro exilio, vinculándolo, sobre todo, con la CIA»
En su libro titulado Excomunistas, el catedrático Alberto Sabio lleva a cabo, como historiador, un trabajo irreprochable, pero extiende de nuevo sombras desagradables sobre nuestro exilio, vinculándolo, sobre todo, con la CIA. ¿Quizás el autor hubiera preferido que nuestros desterrados se hubieran ido a la URSS (¿cuántos hubieran sobrevivido?) y colaborar con la KGB? Ni siquiera Neruda, tan gran poeta como cómplice de los asesinos soviéticos, se atrevió. Ya fuera con la CIA, o con fundaciones privadas como la Ford, se desconoce que los republicanos españoles hicieran horribles acciones. Esas colaboraciones, de haber existido, se desarrollaron en actos culturales encaminados a desmontar y dar cuenta de las mentiras que los soviéticos estaban propagando con gran empeño por toda Europa, pero también en otras partes del mundo, contra los EEUU y las democracias occidentales recientemente repuestas después de la Segunda Guerra Mundial.
Estoy seguro que Sabio leyó el libro de Stephen Koch El fin de la inocencia. Los intelectuales occidentales y la tentación de Stalin (también editado por Galaxia Gutenberg). En primer lugar, el Congreso por la Libertad de la Cultura se organizó en el año 1950 y hasta siete años después no se supo que parte de la ayuda económica venía de la inteligencia norteamericana. Y entonces fue cuando se le rebautizó con el nombre de la Asociación Internacional por la Libertad de la Cultura. La ofensiva soviética fue infinitamente mayor sobre los intelectuales que la norteamericana, prácticamente nula y sin gran trascendencia.
La mayor parte de los exiliados españoles eran anticomunistas per se. Sí fue una Guerra Fría Cultural. La insistencia en que Maurín no recibió en ningún momento ayuda americana emborrona la acción sensata de muchos otros españoles expatriados. En la página 295, Sabio comete una gran injusticia al afirmar. «Para esos intelectuales fue un anticomunismo razonablemente bien remunerado. Sus argumentos habrían sido más creíbles si, al mismo tiempo que denunciaban el estalinismo, se hubieran atrevido a criticar los excesos estadounidenses de la época, sobre todo en el patio trasero latinoamericano». ¿Qué obligación tenían de esto? ¿Acaso ya no habían sufrido la guerra y el destierro para, encima, enfrentarse a quienes los acogieron? ¿Cuba era un exceso?
Allende, que tuvo que sacarse de encima a Fidel Castro, murió cuando ya muchos de nuestros exiliados españoles estaban en el otro mundo, o a punto de irse como el propio Maurín. ¿Por qué un historiador tiene que meter sus propias ideas personales en una historia que es de otros? ¿Acaso siente más simpatías por el comunismo que por las democracias liberales? En ese caso, a lectores como yo, nos deja de interesar su libro, ya que no cumple como un historiador imparcial. Y si él se queja de los demás ¿por qué no ha tomado ejemplo renunciando a una beca de la Secretaría de Estado de Memoria Democrática del Gobierno sanchista? Miren ustedes a cuántos, y a quienes, les han ofrecido esa ayuda. ¿De la KGB o de la CIA?
«Para Alberto Sabio hoy Maurín sería sanchista. ¡Un estudioso agradecido!»
Al final del libro el autor hace una loa, enmascarada, a sus promotores cuando escribe lo siguiente: «El reconoció (se refiere a Maurín) con elegancia su cambio con respecto a ideas anteriores, siempre dentro de la órbita progresista, circunstancias que humanizan al personaje. Su pensamiento entronca con el discurso actual que busca equilibrar la competición político-electoral con la cooperación en asuntos relevantes, en su caso a través de las alianzas obreras o del movimiento europeo, para construir mayorías parlamentarias y sociales con otros agentes políticos». Es decir para Alberto Sabio hoy Maurín sería sanchista. ¡Un estudioso agradecido!
Y, también, al final del libro, curiosamente agrede a su biografiado de la siguiente manera: «Falleció cuando sus amigos americanos (se supone que la CIA) a través de poderosas ramificaciones y tentáculos, contribuyeron al derrocamiento del Gobierno elegido democráticamente de Salvador Allende». Es cierto que Maurín defendió la intervención americana en Guatemala, pero él la justificó «por tener un gobierno pelele de los soviéticos», en uno de los momentos peores de la Guerra Fría.
La Guerra Fría existió: o se estaba con unos o con otros. Y los exiliados españoles en los EEUU ¿con quién iban a estar? ¿Con quienes quisieron asesinarlos (no solo Franco lo intentó) o con quienes los salvaron? ¿Era la democracia norteamericana fascista, nazi, comunista o maoísta? Hubo excesos, por supuesto, pero la democracia los paró. Maurín, al final de sus días, lo resumió todo muy bien: «Lo mejor para mí ha sido gozar de plena libertad». Maurín hoy, como Francisco Ayala, María Zambrano, Ramón J. Sender y tantos y tantos otros exiliados, no hubieran defendido el régimen autocrático que nos amordaza. Todos ellos estarían, como estuvieron en su momento, contra la extorsión de los nacionalismos y el ataque reiterado a la separación de poderes. Todos ellos lucharon por la democracia parlamentaria y la defensa del Estado de Derecho. Todos ellos lucharon por la libertad allá donde estuvieron.