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¿Es el Nobel de Literatura una brújula?, por José Carlos Llop

by Marko Florentino
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Cuando llega el jueves del Nobel nos preguntamos en prensa por qué hace tantos años que no lo obtiene un escritor español. ¿De quién es la culpa? ¿De los escritores? ¿De su obra? ¿De las instituciones del ramo? Hace algunas décadas, hubo un intento institucional en varios frentes para que el nobel lo obtuviera un autor catalán. Aquel intento nació en la Generalitat de Cataluña y lo apoyaron los escritores catalanes que consideran que no hay futuro para una literatura si no tiene un Estado propio. Cosa que más que un diagnóstico sobre calidad literaria, no deja de ser un diagnóstico político en la dirección habitual. Miren al poeta libanés Adonis –aunque su Estado sea ahora un caos– o a Murakami, que lleva años haciendo cola y tiene Estado y predecesores en el premio (Kawabata, Kenzaburo Oé y, saltándonos las normas –porque escribe en inglés– Ishiguro), y no lo obtienen ni uno ni otro, ni a la de tres.

Pere Gimferrer, por derecho propio, era entonces el mejor posicionado y en esas estaba cuando se lo dieron a Cela, con quien compartía nación, España, y Academia, la RAE. Después fue el turno de apostar por el novelista Baltasar Porcel –que se movía con más astucia que el poeta Gimferrer– y en eso que un grupo de amigos comimos en Mallorca con el académico sueco Knut Ahnlund –don Canuto, lo llamaba Cela– que vino, inesperadamente, a esa comida de la mano del mismo Porcel. Pero Gimferrer seguía allá al fondo por mucho don Canuto que hubiera en la Academia Sueca, aunque al ser preguntado por el próximo nobel español Ahnlund citó a Muñoz Molina y ni pestañeó cuando algunos pusimos a Javier Marías, Álvaro Pombo o Enrique Vila-Matas, sobre el mantel. A Gimferrer no lo pusimos por no desairar a quien había traído a Ahnlund. (Por cierto, que este año, en una casa inglesa de apuestas, Vila-Matas estaba empatado –13/1– con Han Kang).

«Lo más sensato que podemos pensar es que los premios sólo son buenos para quien los recibe»

Después murió Porcel –también Ahnlund– y se habló de otros autores catalanes, pero sólo se habló en voz baja y en Cataluña: puro wishful thinking. Para méritos literarios seguía estando Gimferrer, aunque llevara algunos libros en un, digamos, barroco o renacentista extravío. Pero, ¿de verdad el nobel es un premio a una obra literaria, es decir: un premio a la buena literatura? Porque el juego aquí –donde hay premios a tutiplén y honores a espuertas si ocupas un cargo cultural– es pecar de ingenuo, o de tonto, que en este caso viene a ser lo mismo. Cuando hace un par de semanas se lo dieron a Han Kang, una amiga me dijo: «Me parece demasiado joven». «¿No será que nosotros nos hemos hecho mayores?» –le respondí– «Porque mira la edad que tenía Pamuk cuando se lo dieron y era más joven que Han Kang ahora…».

Ocurre que mientras nos hemos hecho mayores, muchas cosas han cambiado. Por ejemplo: antes, el nobel servía para congregar nuevos lectores alrededor de un autor y poner la mirada sobre un país, una literatura o una lengua, que a menudo son lo mismo. Había un recibimiento de fiesta cómplice, incluso entusiasta, se conociera o no al autor premiado: la extrañeza era pronto sustituida por la curiosidad. Esto ha desaparecido –en los últimos tiempos ha habido de todo– y cuando se habla ahora de premios se habla de desprestigio, o se hace desde el escepticismo. Lo más sensato que podemos pensar es que los premios sólo son buenos –y a veces mucho– para quien los recibe.

«Quizá a cultura europea haya empezado a quedar tan atrás como en todo lo demás»

Consecuencias: llevamos algún tiempo oyendo que el eje de la tierra se ha desplazado unas milésimas o micras de no sé qué y que eso produce y producirá innumerables trastornos en nuestro planeta. Entre clima, sequías y migraciones, quizá uno de esos trastornos sea el desplazamiento del Nobel de Literatura hacia parajes aún más raros –no lo digo por Corea, sí lo diría, en cambio, si fuera la del Norte– y la cultura europea haya empezado a quedar tan atrás como en todo lo demás. Casualmente, acaba de publicarse un estudio sobre un sinnúmero de especies tropicales que cesan su actividad nocturna durante las noches de luna llena, una especie de fotofobia nocturna, supongo. Cuando un escritor –una cultura– es premiado con el nobel –luna llena para su literatura y su persona–, los demás –con sus culturas correspondientes– desaparecen como murciélagos, pensando qué es lo que ha ocurrido para estar entre el olvido y el desplazamiento. La ceguera no les deja ver.

O sea que, a tientas, acabo donde empecé: ¿es el Nobel de Literatura una brújula que señala nuestra situación en el mundo?





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