Ya no se lee ni oye mucho lo de «obrero», «proletario» o «clase trabajadora». Hace mucho que las izquierdas lo han sustituido por palabras amorfas (masas, gentes), simplonas (precarios) o complejas (sujeto destituyente), o bien simplemente han dejado de referirse a los obreros para pasar a buscar nuevos protagonistas: los racializados trans-marica-bollo-queer. Al PSOE hace mucho que se le cayó la S de Socialista y la O de Obrero y ya no tiene líderes de origen obrero (como el primer Felipe González), sino empresarios y rentistas (como el Felipe González de ahora). Hubo un tiempo en que uno podría hablar de «la fontanera del PSOE» y estarse refiriendo a algún cargo del partido que viniese del oficio de las tuberías. El cantautor Javier Krahe añadía que además de la S y la O también se les había caído la E de Español, haciéndose estadounidenses de la OTAN.
Algunas de estas letras las ha intentado recoger Vox, que en los últimos años ha coreado el lema «obrero y español», reapropiándose las clásicas O y E del PSOE (porque en este país todo el mundo, incluso Vox, imita y admira secretamente al PSOE). Seguramente cantaría Krahe si estuviese vivo que la O de Vox es de «oligarquía» y la E de «Estados Unidos de Trump», cuando no de «Estado de Israel». O sea, la O de los Figaredos (con sus linajes de explotación laboral) y la E de los Girautas (con sus nóminas pagadas por intereses extranjeros) que recibirían respectivamente una E de «Exprópiese» y una O de «Ostracismo» el día que llegase al poder un gobierno no precisamente «social-comunista», sino mínimamente patriótico.
Pero el caso es que ha ido calando entre el electorado la noble idea de una derecha plebeya y callejera, contra un PP tecnócrata de la moqueta, junto con la convicción general de que la izquierda nos había estado mintiendo estas últimas décadas: era perfectamente posible (cuando no inevitable) ser de clase trabajadora y además patriota, querer casarse e hijos, seguridad y fronteras, ser cristiano o taurino o cualquier otro tabú en la lista negra de la progresía. Esa derecha «patriótico-social» es más una imaginación fantástica que una realidad, pero su fantasma recorre los barrios por culpa del hedor cadavérico de la D.D. (Derecha del Dinero) y la I.I. (Izquierda de las Identidades).
La izquierda ha intentado taponar este crecimiento «nacional-popular» con sus dos ases en la manga para cualquier situación. 1) La manipulación del lenguaje: se ha alertado a la gente de lo malísimos que son los «fachas» (como antaño hacían los propios «fachas» con los «rojos») y se han diseñado conceptos politológicos de última generación, desde «tecno-feudalismo» hasta diversas preposiciones de «neo-post-para-fascismo», pasando por el infalible «ultra-ultra-ultraderecha». Y cuando esto no les ha parecido suficiente, se ha insultado no ya a estos partidos políticos, sino directamente a sus votantes de clase trabajadora: los «facha-pobres» a los que –en un plan sin fisuras– se les repite que «no hay nada más tonto que un obrero de derechas como vosotros». 2) El negacionismo: curiosamente otro de los epítetos arrojadizos favoritos de la izquierda (todos sois «negacionistas» del cambio climático, la violencia de género y hasta de las vacunas), pero que define bien a la propia izquierda, negacionista de las mafias migratorias, la alienación parental, la crisis demográfica, los repuntes de inseguridad y, por supuesto, del crecimiento de la «ultraderecha» entre los «obreros». No está ocurriendo realmente ni va a ocurrir jamás –han repetido durante años–.
Pero ahora el CIS y El País han reconocido lo evidente: «Vox lidera la intención de voto entre desempleados, varios grupos de asalariados humildes y los que se consideran pobres». En el estudio se desgrana el apoyo a Vox de «trabajadores manuales», «artesanos», «operadores de maquinaria y ensambladores» y otras profesiones que, estoy convencido, mucho podemita, sumarita y psoíta debían desconocer su mera existencia, bien porque ningún familiar o amigo de sus entornos las practica, bien porque confiaban en que las estuvieran desempeñando los inmigrantes que «hacen los trabajos que no queremos hacer», o bien porque no tenían más espacio en la mente después de dedicarse al estudio de los 20 dialectos a co-oficializar, los 200 nuevos géneros sexo-afectivos o las 2.000 etnias del mundo a las que conceder asilo en el barrio de los operarios ensambladores esos.
«El auge de Vox entre el proletariado tiene que ver con la nueva ideología del emprendedor hecho a sí mismo»
Donde patinan los analistas de la izquierda es en subtitular la noticia como una imitación de los logros del Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen. Si el antiguo Frente Nacional francés consiguió ponerse en cabeza en barrios populares y sectores como parados, fue gracias al famoso «giro social» descrito por autores como Guillermo Fernández en su libro ¿Qué hacer con la extrema derecha en Europa?. Le Pen apostó por medidas «obreristas» como rebajar la edad de jubilación, mientras que en España tenemos al susodicho Figaredo de Vox proponiendo privatizar las pensiones.
Así que la clave de la creciente popularidad de Vox entre sectores obreros no es en ningún caso un acercamiento del partido hacia postulados «obreristas» (en sentido de «representativos de los intereses obreros en tanto clase consciente de sí misma»), sino –muy al contrario– la negación de la mera existencia de la clase obrera o la lucha de clases, que son conceptos que reconocía hasta Jose Antonio Primero de Rivera (así que ni «Vox obrero» ni «Vox falangista», por mucho que digan los histéricos liberales que adivinan un Estado Totalitario hasta en el cheque-bebé).
Todo lo contrario, el auge de Vox entre el proletariado tiene que ver con que este partido abandera la visión más opuesta posible al obrerismo: la nueva ideología del self-made entrepreneur (emprendedor hecho a sí mismo), de la autoayuda «padre rico-padre pobre» milenial o en su versión zoomer del criptobro bitcoinero, ese ultra-individualismo liberal-libertario que predica que los pobres son pobres porque han de esforzarse más en pisarse unos a otros o porque el Estado les roba todo, y que se ha extendido como una gangrena concentrada en los barrios humildes, vía redes sociales consumidas en espacios de alienación y tiempo de ocio-basura, tal y como han hecho antes la heroína o las casas de apuestas. Esta vez los camellos y crupieres son figuras voxeras como ese Milei de Hacendado que es Figaredo (mencionado por tercera vez, a riesgo de que se aparezca como el diablo).
No es ni mucho menos Vox el que se ha acercado a categorías de la clase obrera, sino la clase obrera la que ha sido arrastrada lejos de las categorías que le eran propias, en parte por unas derechas que han sabido rellenar el descontento obrero con categorías que nunca son «los capitalistas» –convenientemente–, sino «la islamización», «la dictadura verde-ecologista», «el feminismo» y demás espantajos (que si existen es solo como subproducto del capitalismo sobre el que callan), de forma que la justa indignación obrera nunca acabe en incendiar la sede de un fondo de inversión, sino alguna carnicería halal, carril bici o «punto violeta» en el propio barrio. En parte por esas derechas, sí, pero en buena parte también por unas izquierdas que en vez de hablar a los obreros del conflicto capital-trabajo han preferido invertir un tiempo finito y unos recursos limitados en impartirles chocho-charlas animalistas descolonizadoras.
A los que advirtieron hace años sobre esto se les tachó de «izquierda reaccionaria«, «rojipardos» y «colaboracionistas con la ultraderecha» desde las filas del PSOE, Podemos, Sumar y el independentismo, que ahora –viendo las orejas al lobo– sacan a pasear a los «amigos de Pedro Sánchez» reconociendo los excesos del feminismo, a las Belarras hablando de la naturaleza excluyente e insolidaria del independentismo, a sindicalistas de Yolanda Díaz comentando con boca pequeña los efectos negativos de la inmigración en los salarios o a Gabriel Rufián reconociendo a regañadientes los problemas de la okupación y la multi-reincidencia. Es tarde, la clase obrera ya prefiere creerse a cualquiera que no sean ellos. Incluso si es Figaredo.