Nos obsesionamos con el recuento de calorías, con el «esto engorda y esto, no». Pero, ¿y si el motivo por el que no conseguimos adelgazar no tiene nada que ver con la comida? ¿Y si, detrás de nuestro aumento de peso, hay otras causas ocultas? Eso es, precisamente, lo que se apunta en un artículo publicado en Harvard Health Letter por su editora ejecutiva, Heidi Godman, en el que se apuntan otros posibles motivos que explicarían nuestros quebraderos de cabeza con los kilos y que la endocrina María Amaro nos ayuda a comprender.
Antes de entrar en materia, Amaro subraya la importancia un dato que solemos pasar por alto. «El peso no es sólo un número en una báscula, sino una combinación de factores que deben ser entendidos en su conjunto para, de este modo, lograr una vida plena y sana y, sobre todo, libre de culpas por lo que comemos«.
Está claro que, aunque la alimentación juega un papel clave en este asunto, esta especialista recalca que, «independientemente de lo que comamos o de las cantidades que tomemos, existen causas menos visibles cuya detección es esencial para poder entender por qué flúctua nuestro peso».
¿Cuáles serían esas causas ocultas a las que se refieren en Harvard y que Amaro nos ayuda a entender? La primera es la falta de sueño. «A nadie se le escapa que dormir bien es uno de los pilares de la salud, que resulta clave para nuestro rendimiento físico e intelectual (mejora nuestro humor y potencia nuestra concentración). Lo que no es tan conocido es que, también, resulta esencial para mantener un peso saludable«.
Está más que probado científicamente que «dormir menos de las horas recomendadas, que son siete u ocho horas para un adulto, altera el equilibrio hormonal del cuerpo, impactando, especialmente, en las hormonas que regulan el apetito: la leptina y la grelina». ¿Esto en qué se traduce? «Cuando dormimos poco, la producción de leptina -hormona que se encarga de inhibir el apetito- baja y la de grelina -la que estimula nuestro ansia por comer-, aumenta. Este desequilibrio genera un aumento en la ingesta de alimentos, especialmente, de hidratos de carbono simples, dulces y comida rápida».
A este desastre habría que añadirle el hecho de que «un mal descanso ralentiza el metabolismo, lo que significa que el cuerpo quema menos calorías en reposo».
Según apunta Amaro, a largo plazo, «la falta de sueño favorece el almacenamiento de grasa en el abdomen, lo que hace que aumente el riesgo de padecer enfermedades crónicas, como la diabetes tipo 2, problemas cardiovasculares, etc.».
Otra de esas cosas que nos engordan sin que nosotros reparemos en ello es el estrés crónico. «Cuando vivimos en un estado de estrés constante, aumenta la producción de cortisol, una hormona que, en momentos puntuales, nos ayuda a enfrentarnos a situaciones difíciles, pero que, si se ‘instala’ en nuestro organismo de forma habitual, puede afectar a nuestro metabolismo, favoreciendo, otra vez, esa acumulación de tejido adiposo en la zona abdominal tan nociva para la salud conocida como grasa visceral«.
Pero aún hay más. «Ese estado de alerta al que nos lleva el cortisol hace que se despierte un hambre emocional que nos empuja a consumir alimentos poco saludables y extra calóricos como ‘solución’ para calmar nuestra ansiedad. Es un círculo vicioso del que resulta muy complicado escapar».
Los cambios hormonales por los que atravesamos a lo largo de la vida también se traducen en esas subidas de peso ‘inexplicables’. «En las mujeres, las fluctuaciones hormonales durante el ciclo menstrual, el embarazo, la lactancia y la menopausia pueden provocar un aumento del apetito y, por consiguiente, una mayor tendencia a acumular grasa en diferentes áreas del cuerpo. En la menopausia, además, la disminución de estrógenos provoca una redistribución de la grasa, que pasa de acumularse en las glúteos y cartucheras a depositarse en la zona abdominal y ralentiza el metabolismo».
En los hombres, «el descenso gradual de testosterona que se produce con la edad provoca una pérdida de la masa muscular que repercute en un metabolismo más lento y una propensión, de nuevo, a la acumulación de grasa visceral«.
El cuatro factor que señalan en Harvard es la medicación. «Muchos medicamentos tienen efectos secundarios que pueden provocar un aumento de peso. Antidepresivos anticonceptivos o fármacos para tratar enfermedades crónicas, como puede ser la diabetes o la hipertensión, pueden influir en el peso de diferentes maneras. Mientras unos pueden aumentar la sensación de apetito, otros provocan una disminución de la tasa metabólica y otros afectan a la distribución de la grasa en el cuerpo«.
Por eso, María Amaro hace hincapié en la importancia de que, en tratamientos prolongados, «el especialista que supervise cada caso tenga en consideración la adopción de medidas alternativas, como un aumento de la actividad física -si las condiciones del paciente así lo permiten- o un mayor control de la ingesta calórica, para contrarrestar estos efectos secundarios».