Europa ha sufrido una doble sacudida en los últimos tres años que está alterando sustancialmente nuestra visión del mundo. En cada uno de estos dos momentos se han ido resquebrajando los fundamentos sobre los que estaba edificada nuestra seguridad, de manera que no cabe hacer ya ajustes parciales sino imaginar lo hasta ahora inimaginable.
El primer shock fue la agresión de Rusia a Ucrania en febrero de 2022. De golpe se esfumaba la idea de que la dependencia mutua en materia de energía era una garantía de paz con Rusia, un enfoque especialmente querido en Alemania. Sin embargo, gracias al coraje de los ucranianos y al apoyo occidental, Kiev aguantó la embestida rusa. La guerra reforzó la unidad entre ambos lados del Atlántico y la OTAN ganó músculo con la entrada de Suecia y Finlandia.
La segunda sacudida ha sido la manera en la que la Administración Trump quiere llegar a un acuerdo de paz para Ucrania, aceptando algunas de las principales condiciones rusas antes de empezar a negociar, apoyando a Rusia en Naciones Unidas e interrumpiendo la asistencia a Ucrania. El desencuentro entre los presidentes Trump y Zelenski retransmitido en directo fue la señal que faltaba para disparar todas las alarmas en Europa.
En paralelo, se han sucedido los mensajes del propio presidente Trump y de sus principales colaboradores, advirtiendo que Europa deberá asumir la responsabilidad por su propia seguridad y que la prioridad de Estados Unidos va a estar en el Pacífico, en la disuasión frente a China.
Desde el punto de vista de Trump, que Rusia se quede con un trozo de Ucrania no supone una amenaza para Estados Unidos. Washington puede aceptar una zona de influencia exclusiva rusa en esa región, preparando así el terreno para que Rusia pase del actual alineamiento con China a una cierta neutralidad entre Pekín y Washington. No está claro que Putin vaya a entrar en ese juego pero, en cualquier caso, el eventual levantamiento de las sanciones a Rusia abriría sustanciosas oportunidades de negocio a las empresas norteamericanas. Para Europa, por el contrario, una Rusia envalentonada a resultas de un acuerdo favorable en Ucrania, sería una amenaza mayor, especialmente para los países más próximos. En definitiva, Estados Unidos quiere tener buenas relaciones con Rusia y Europa no. Y Washington considera que si Europa se siente amenazada, debe contar sobre todo con sus propias fuerzas.
«Europa necesita tiempo. Pero Rusia lleva 800.000 bajas en la guerra y tardará en recuperarse. Por eso a Putin le conviene coger la mano que ahora ofrece Trump»
En consecuencia, Europa no tiene más remedio que mirar de frente un panorama poco halagüeño: unos Estados Unidos que se divorcian de Europa y se acercan a Rusia, una OTAN que queda debilitada y un acuerdo de paz en Ucrania seguramente inalcanzable sin unas garantías de seguridad que los europeos por si solos no pueden ofrecer. La alternativa sería un alto el fuego y un conflicto congelado. Es decir, inestabilidad a largo plazo.
Lo cierto es que Europa ha reaccionado con plena conciencia de estar ante un momento decisivo. Así lo acreditan tanto el acercamiento del Reino Unido a la Unión Europea, como la presentación por parte de la Comisión Europea de un ambicioso paquete financiero para el rearme. La gravedad del desafío queda reflejada en las declaraciones de un atlantista convencido como Merz en la noche de su victoria electoral subrayando que Europa debe dar los pasos necesarios para independizarse de Estados Unidos en materia de seguridad.
Europa necesita tiempo. Pero Rusia lleva 800.000 bajas en la guerra y tardará en recuperarse. Por eso a Putin le conviene coger la mano que ahora le ofrece Trump. Una nueva agresión en Europa no favorecería sus intereses. En todo caso, lo que no logró la primera sacudida de la invasión rusa lo puede conseguir la segunda del giro radical en Washington: que Europa salga de esta conmoción más fuerte y decidida a labrar su propio destino. La única condición es la unidad y esta no puede darse por supuesta.