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Feminista, lesbiana y republicana, la cara menos conocida de Elena Fortún, la ‘madre’ de Celia: «Lamentaba haber nacido antes de tiempo»

by Marko Florentino
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«Bien sabe Dios que no fui buena esposa, ni buena madre, ni buena en nada de lo que se esperaba de mí». Las palabras de Elena Fortún en el lecho de muerte encierran en sí mismas la esencia de una existencia, la de una escritora adelantada a su tiempo, la de un alter ego olvidado cuyo paso por la vida dejó testimonio de la historia de las mujeres españolas en la primera mitad del siglo XX. Con esa declaración de desamor a sí misma arranca el último testimonio escrito de la creadora de Celia, la niña traviesa que conquistó a tres generaciones y que relató, sin pretenderlo, el devenir de un país.

Más una afirmación que una rendición, María Montesinos puso no sin intención en boca de su protagonista esa declaración para el inicio de Te llamaré Celia (Ediciones B), su biografía novelada de Encarnación Aragoneses, una escritora escondida tras un alias que, efectivamente, no cumplió con lo que la sociedad le deparaba. Y menos mal. «Elena Fortún fue todo lo que a Encarna le hubiera gustado ser de haber vivido una década más tarde. Ella misma decía siempre que qué pena haber nacido antes de tiempo», asegura la escritora.

Encarnación Aragoneses llegó al mundo en Madrid en 1886, pero fue en 1924 cuando renació tras ese nombre que, a su pesar, tomó prestado de la primera novela de su marido Eusebio de Gorbea, al que nunca quiso. La literatura representó para ella una vía de escape, un remanso de libertad personal en un mundo opresivo y controlador, pero también una forma de alcanzar la preciada independencia económica. «No fue realmente algo buscado porque llegó a la literatura sin pretenderlo y no terminó de comprender realmente todo el éxito que había alcanzado, pero Elena Fortún le permitió tener la capacidad de decidir cómo quería vivir. Al convertirse en ella emprendió una búsqueda de su propia identidad personal y sexual, que no se puede desligar de la literaria», explica Montesinos.

Elena Fortún

Retrato de Elena Fortún, creadora de Celia.E. M.

La mujer tras la madre de Celia era culta, independiente y además, lesbiana, una combinación imposible para un inicio de siglo aún demasiado conservador, pero que en la compañía adecuada era una bomba de relojería social. Esa compañía la encontró Aragoneses en el Lyceum, la sucursal española del prestigioso club de mujeres londinense reservado a creadoras e impulsado por María de Maeztu, Victoria Kent, Isabel Oyarzábal, Clara Campoamor o María Lejárraga, que dio el empujón definitivo a nuestra protagonista para empezar a publicar los relatos que escribía por puro entretenimiento. «En el momento en que entró en contacto con ese grupo de mujeres, todas ya en una edad madura y con gran formación y cultura, se le abrió un nuevo mundo. Dejó de ser ama de casa para convertirse en exploradora de nuevos horizontes«, relata su última biógrafa. Y Celia fue el culmen de esa transformación.

Pero para comprender cómo nació la niña Celia hay que remontarse unos años. La muerte de su hijo menor en 1920 marcó el devenir de Encarna Aragoneses. Incapaz de sobreponerse al dolor, se trasladó junto a su marido militar y su primogénito a Tenerife durante dos años. Allí conoció a la familia de Mercedes Hernández, mujer de un compañero de Eusebio, y a su hija Ponina, una niña pizpireta que inspiró al personaje que le cambiaría la vida. «En Celia volcó esa infancia que le hubiera gustado tener, y la que trató de dar a sus hijos. Siempre fue una niña sobreprotegida por una madre demasiado controladora, una pequeña soñadora frustrada que aprendió a escuchar e interpretar las conversaciones infantiles para luego reproducirlas en sus cuentos, con esa lógica y esos giros tan graciosos que la caracterizan», asegura Montesinos.

La periodista y escritora llegó a Elena Fortún tras una trilogía de novelas que retrataban la vida de mujeres que lucharon por su independencia a finales del XIX. Se sumergió en los albores del aperturismo español en el cambio de siglo, en los avances en la educación de las mujeres a través de la Institución Libre de Enseñanza, y la evolución lógica la llevó hasta las Sinsombrero y le hizo recalar en esa escritora de literatura infantil a la que todos conocemos pero de la que casi nadie sabe casi nada. «Empecé a investigarla y me di cuenta de que a través de ella se podía contar toda una época», asegura.

«La buena literatura es la que pervive a lo largo del tiempo y los libros de Celia han envejecido fenomenal»

María Montesinos, autora de Te llamaré Celia

Para sentar las bases de un relato de ficción que le permitía trazar un retrato fidedigno y profundo de la dupla Encarna / Elena, María Montesinos leyó y releyó hasta aprender casi de memoria las decenas de cartas que la creadora de Celia intercambió con sus amigas y amantes en sus últimos años, ya exiliada en Buenos Aires después de sufrir los estragos de la Guerra Civil, que tan bien describiría a través de una Celia ya adolescente en Celia en la revolución. Cuanto más crecía su protagonista, más volcaba Encarna en ella sus frustraciones, las personales y las políticas.

Su saga de literatura infantil fue un fenómeno editorial, primero en las páginas de Gente menuda, el suplemento para niños del diario Abc que Aragoneses terminó dirigiendo; después, en los libros que propulsaron a la editorial Aguilar a best seller nacional. Y sin embargo, la creadora nunca se reconoció del todo el mérito. Las ganancias de aquel éxito sí le permitieron vivir en el exilio hasta regresar a Madrid, ya enferma, en 1948 tras el suicidio de su marido, al que cuidó, pese a todo, hasta el final. Murió cuatro años después rodeada de sus amigas y se convirtió en un mito silencioso para varias generaciones, revivido en forma de serie de televisión de la mano de José Luis Borau en 1993.

«La buena literatura es la que pervive a lo largo del tiempo y los libros de Celia han envejecido fenomenal», dice Montesinos. «La clave en la literatura de Elena Fortún es que refleja un mundo en el que los niños son realmente niños, con su choque entre la lógica infantil y la de los adultos. Nos conecta con el niño que fuimos en cuanto nos sumergimos en sus páginas. Sí, la relectura es muy placentera también para los mayores».





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