Muerto el papa Francisco algo se ve claro (guste o no el personaje) y es que no era un papa común, pues ya es peculiar que un pontífice y aun en vida, cuente con varias películas sobre su figura. Notable Los dos papas -2019- de Fernando Meirelles, con Anthony Hopkins que hace de Benedicto XVI -ningún parecido físico- y Jonathan Pryce que es un creíble cardenal Bergoglio, que será Francisco. Baste decir, comenzando, que la película es claramente favorable a Francisco, el jesuita argentino, que parece, en el filme, el indirecto detonante de la renuncia de Ratzinger al papado. Francisco (por Francisco de Asís, il poverello) busca renovar la Iglesia, abrirla, y sobre todo dedicarla a los pobres, a los perseguidos, a los marginados, a la pobreza. Comenzó el asunto renunciando al boato papal. Una cruz y un anillo de plata eran bastante. Francisco, asegurando que la Iglesia debía recibir y no rechazar, no condenó la homosexualidad y declaró que los divorciados, por ejemplo, eran también hijos de la Iglesia, que estaban en ella. Casi todo lo que Francisco ha dicho, hablando, entrevistado o predicando, dejaba ver una Iglesia (ese gigantesco San Pedro, lleno de historia y riqueza) distinta, otra, lejana a su inmediata y larga tradición. Pero yo me pregunté a menudo, y lo sigo haciendo, si todas las declaraciones renovadoras o rupturistas de Francisco, quedan como opiniones personales del papa o han cambiado y modificado de iure los cánones y leyes de la Iglesia. Es decir, ¿cualquier católico está obligado a bendecir la homosexualidad, así fuere pecado -que no delito- o el dicho queda como mera opinión de un pontífice? Y así con todo lo demás. ¿La Iglesia es inamovible porque está en la verdad de Dios, como la piedra de Pedro, cual quería Benedicto, o la Iglesia debe moverse porque todo es movimiento en este Universo?
«Francisco dio muestras de no sólo tener escasa simpatía por nuestro país, sino -mucho más grave- de desconocer la historia que une España y la Santa Sede»
Para muchos, Francisco, que al opinar no era inspirado por el Espíritu, sino sólo un humano más, se equivocó muchas veces y en no pequeños detalles, pese a su imagen cercana, desenfadada, nada formal y resueltamente populista. Por ejemplo, él tan viajero, primer papa de América Latina, ¿por qué no fue nunca a su Argentina natal? Decepcionó a muchos antiguos compatriotas, algunos de los cuales recordaban que Francisco, obispo Jorge Bergoglio, guardó silencio durante la dictadura militar, brutal y asesina de Videla. Recordemos que, al acabar esa dictadura (que no podía envanecer al papa que quiso ser) Bergoglio fue enviado unos años, lejos, a la sierra de Córdoba, como una suerte de íntimo destierro. Se dice que, en esos años, en pueblos pobres, empezó el papa.
Francisco no visitó España (eso es lo de menos, hubiese sido una muy polémica visita, muchos no la queríamos) porque Francisco dio muestras de no sólo tener escasa simpatía por nuestro país, sino -mucho más grave- de desconocer la historia que une España y la Santa Sede. Más papistas que el papa, se ha dicho, nuestro país se desangró, económica y humanamente, para defender al Papado contra el mundo de la Reforma luterana. A España le hubiera ido mucho mejor en la política mundial sin esa total defensa de la Catolicidad. Parte de la brutal leyenda negra, torticera, y que aún nos afecta a los españoles, tiene que ver, y mucho, con nuestra defensa excesiva de la Iglesia de Roma, con el haber sido «la espada de Trento». En una palabra, la deuda de la Iglesia católica con España es literalmente inmensa. Eso lo supo muy bien un papa claramente prohispano como Juan Pablo II, que rezó ante la tumba de San Juan de la Cruz en Segovia. ¿Podía Francisco ignorar todo eso? ¿Podía permanecer en silencio como ante la dictadura militar argentina? Pero es que no sólo no habló del débito, sino que lo hizo en contra nuestra, pues en México se puso de lado del necio y populista López Obrador, de nuevo con ignorancia histórica, diciendo que España debía pedir perdón por la conquista. Fuera del populismo gauchiste, hoy muchos historiadores ponen en duda el término «conquista» viendo que la colonización española fue mucho mejor que la inglesa. Más aún, sin la llegada de los españoles a América, ¿existiría el catolicismo en ese continente? Me detengo. Gruesos, feos errores de Francisco. No le tuve ninguna simpatía, aun reconociendo -sesgando mi mirada- que quiso abrir e iniciar una nueva Iglesia renovadora, donde acertó más. ¿Lo consiguió? ¿O todo han sido palabras, gestos y anécdotas mil de un neofranciscanismo, cuya hondura o no desconocemos? Papa mediático a tope, falta dirimir si fue un buen papa nuestro esquivo Francisco.
El inminente cónclave y el nuevo papa, que sopesa el colegio cardenalicio, con o sin santa paloma inspiradora, nos dirá si la Iglesia quiere volver a una tradición, obviamente más abierta, si asume el primer punto de Benedicto XVI de un papa que hace gala de Dios, o si como Francisco dijo, «quiero una Iglesia pobre y para los pobres». La Iglesia anda mal de finanzas, el difunto papa no se ocupó del banco, pero la Iglesia dista mucho de ser pobre, pues Francisco no hablaba sólo de espíritu. Con el brillo de lo nuevo y las buenas intenciones o el hierro negro de no pocos errores, Francisco se mitificará, antes de un muy necesario análisis histórico.