Algo vio el cardenal Antonio María Rouco en Nicolás Álvarez de las Asturias (Madrid, 1972) para encomendarle, desde que se ordenó sacerdote en 1999, que siguiera adelante con sus estudios en Teología y en Derecho Canónico. Doctor en esta última disciplina, ha sido profesor … desde 2013 de la Universidad Eclesiástica San Dámaso de Madrid (UESD), de la que es rector desde comienzos de este curso. La UESD no sólo acoge a los seminaristas de las tres diócesis madrileñas, sino a muchos religiosos, religiosas y laicos que también realizan estudios relacionados con las diversas ramas eclesiásticas.
—En medio de esta crisis vocacional, ¿qué aporta una universidad?
—La Iglesia, siempre que ha hablado de la cuestión vocacional, ha privilegiado la calidad respecto al número. De hecho uno de los mensajes que han trasladado todos los Papas es que no debemos bajar la calidad. Por eso, la respuesta de la Iglesia es cuidar cada vez más la formación de los que se sienten llamados. Y a todos los niveles: tanto en el intelectual, que es el que le corresponde a la universidad; como en el espiritual, humano y pastoral.
—¿En qué medida la formación que aquí se ofrece aborda los desafíos del mundo contemporáneo?
—La misión de la Iglesia es evangelizar en el momento concreto en el que vive. En esa misma medida, la universidad es la institución con la que la Iglesia busca afrontar de una manera crítica y serena, desde la luz del Evangelio, todos los desafíos que afectan a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Es uno de los acentos que nos ha puesto el gran canciller, el cardenal de Madrid, que no nos encerremos en cosas del pasado, que seamos capaces de afrontar el futuro y que, por lo tanto, la universidad se convierta en punta de lanza del pensamiento que permita al cristianismo estar en vanguardia en la construcción de la sociedad.
—Los últimos años del pontificado de Francisco tuvo decisiones que parecían avanzar desde el planteamiento pastoral pero que no implicaban cambios en el Catecismo ni en el Código de Derecho Canónico, como la bendición de parejas irregulares, como las de homosexuales o de divorciados vueltos a casar. ¿Qué papel tiene la universidad en este conflicto?
—Como bien dices, ni el Catecismo ni el Código han cambiado porque el Papa no quiso cambiarlos. Él insistió mucho en que la doctrina de la Iglesia se mantiene. Lo que Francisco quería es un acercamiento al caso concreto y, por lo tanto, implica que formemos pastores, que son los que tienen que impartir esas bendiciones. Personas capaces de hacerse cargo de la situación concreta del momento vital en el que se encuentra la sociedad y ver en ese caso qué tipo de ayuda pastoral puede necesitar llegando incluso a ese tipo de bendiciones. Nuestra misión es formarles en eso.
—Otra cuestión, que tiene que ver con el concepto de sinodalidad y ha sido clave en los días previos al cónclave que eligió a León XIV es la del ejercicio de la ‘potestas’, por lo que no han sido consagrados obispos, por ejemplo para participar en un sínodo o en cargos que lo requieren, como algunos prefectos en la Santa Sede.
—Este tipo de problemas son los que explican el interés de las universidades eclesiásticas y el estudio que hacemos en nuestras instituciones. Al Papa Francisco se le consideró una persona que abría procesos y muchas veces era consciente de que, para abrirlos, había que tomar decisiones sobre las que no había un gran consenso o una claridad doctrinal. La cuestión de hasta dónde puede llegar la participación en la potestad de quienes no han recibido el sacramento del orden es una cuestión que acompaña la Iglesia desde siglos. Recibió una luz muy fuerte en el Concilio Vaticano II, pero probablemente no definitiva, y que ha permitido al Papa tomar estas decisiones. Es un debate abierto y necesitamos más tiempo para que haya claridad. Mientras, lo que podemos hacer las universidades es dar serenidad, porque muchas veces este tipo de decisiones se transmiten como auténticos dramas, cuando lo único que necesitan es un estudio sereno. Tenemos a varios alumnos haciendo tesis sobre el tema y a profesores reflexionando. El Papa nos ha provocado y ha tomado una serie de decisiones que efectivamente necesitan encontrar una justificación adecuada.
—¿Qué retos se plantea para los próximos cursos?
—Las decisiones en las universidades son colegiales y tienen que ver con la Junta de Gobierno y también con las indicaciones que nos da el gran canciller. De esa trabajo surge una primera línea y es que la universidad sirva también para capacitar a los laicos a trabajar en la pastoral de la Iglesia. Una segunda línea, también en relación con los laicos, es la transferencia del conocimiento: hacer accesible el contenido como se produce en esta casa para que cualquier persona interesada en el cristianismo tanto si tiene fe como si no . Y la tercera que señalaría es la cuestión de lograr formar una nueva generación de profesores. Porque las universidades tienen un recorrido vital mucho más largo que las personas y hay que ir pensando en la generación siguiente.
—¿Cómo se financian?
—Nuestra universidad no tiene ánimo de lucro sino que desea cumplir una función social, eclesial y social. Se sostiene en parte con los ingresos de las matrículas, pero también necesita a patrocinadores, de alguna subvención pública y, por último, del convencimiento de la diócesis de Madrid de que forma parte de su servicio evangelizador tener esta institución. Eso son los tres grandes causas de ingresos. Es complicado, de ahí que una de las tareas del rector, un poco ingrata, es descubrir personas e instituciones que se hagan cargo del bien que se realiza.