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Gioconda Belli: «¿Qué va a ganar la gente de México si el rey de España dice ‘lo siento’? Si no va a ser cierto, nadie piensa así»

by Marko Florentino
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Gioconda Belli llegó a España por primera vez con 14 años para estudiar en un internado de monjas, cerca de la Estación de Atocha de Madrid. Pasó mucho frío, sintió la tristeza de una ciudad gobernada por una dictadura y lo pasó mal para hacer amigas entre sus compañeras de clase. «Era modosita, no transgredía ninguna norma. Y era buena estudiante, lo hacía todo deprisa y el tiempo que me sobraba lo dedicaba a escribir cartas. Estaba naciendo como escritora sin darme cuenta».

Muchos años después, Belli vuelve a vivir en Madrid, exiliada de la tiranía de Daniel Ortega y Rosario Murillo. «La mejor decisión que pude tomar fue elegir Madrid», cuenta la autora. La nueva novela de Belli, Un silencio lleno de murmullos (Seix Barral), tiene un par de escenarios madrileños en los que habitan dos mujeres nicaragüenses, una madre y una hija, una heroína de la revolución sandinista y una víctima de la dictadura de Ortega y Murillo, que tratan de encontrarse y de aceptarse mutuamente, aunque sea después de la muerte.

Me gustaría preguntarle por España como escenario en esta novela. En algún punto de la narración es un lugar siniestro pero después se convierte en refugio.
Yo quería contar ese valor de España como refugio. La madre de la novela ha vivido una experiencia muy difícil en España cuando era muy joven; vuelve y entiende que España la salva primero de la revolución y después de la pérdida de la revolución. Es España donde ella se encuentra a sí misma.
¿Cómo le suena que haya en América Latina políticas de confrontación hacia España por la Historia?
Yo tuve mi época confrontativa con España y la conquista. Y todavía lamento muchas cosas que pasaron. Pero reclamarle algo a España a estas alturas no tiene sentido. Me parece una posición populista, dirigida a ganarse el favor de gente que tiene una idea cuadriculada del mundo. Es como hablar del imperialismo, como hace Daniel Ortega: todo es imperialismo y el imperialismo lo explica todo. ¿Qué va a ganar la gente de México si el Rey de España dice ‘lo siento’? Además, no será cierto, no lo siente. La gente no tiene esa relación con el pasado, nadie piensa así.
¿Tuvo abuelos españoles?
No. Los de mi papá eran italianos aunque también había alguien de ese lado que venía de Francia. El apellido de mi mamá es gallego pero sus papás eran nicaragüenses.
¿Leía literatura española cuando la Revolución?
Leía, sobre todo, literatura española. Desde niña, porque mi mamá hacía teatro y representaba obras de Lorca, de Calderón, de Jardiel… La literatura latinoamericana la descubrí después. Me acuerdo de que mi hermano se obsesionó con Gironella.

Entonces, ¿es justo explicar el subdesarrollo y la inestabilidad en América Latina a partir de los traumas de la época virreinal?
Es difícil contestar a esa pregunta porque yo misma no logro entender dónde falló todo. ¿Por qué han faltado estructuras que solidificaran? ¿Puede ser por la época colonial? Puede ser una explicación, aunque quizá pese más el papel de Estados Unidos. Y, en cualquier caso, tenemos a Costa Rica, con unas bases muy sólidas como sociedad y con el mismo pasado colonial. Costa Rica decidió no tener Ejército y hacer un esfuerzo enorme en educación, esa es la diferencia. La educación en América no parece un problema de la herencia histórica, ¿no? Yo creo que el subdesarrollo tiene que ver más con la ambición de los latifundistas y de las oligarquías, que ahí está explicación de la enorme diferencia de clases.
Creo que lo importante de su libro es el diálogo entre madre e hija, entre una guerrillera y su niña un poco huérfana.
Creo que es una experiencia más o menos frecuente en mi país. Hay una película que explicaba cómo se reconciliaba la autora con sus padres y superaba la sensación de abandono vinculada a la revolución. Y todo el mundo se pregunta en algún momento cuánto conoce a su madre, cuánto la entiende. Muchas mujeres decidieron no tener hijos. Otras amigas mandaron a sus niños a criarlos con sus mamás. Yo tuve una relación más constante excepto el tiempo que fui al exilio. Ellas estaban en Nicaragua y yo en México y las llamaba por teléfono.
¿Qué edad tenían?
Siete y dos. Las llamaba y la pequeña me preguntaba ‘¿Vos sos mi mamá del avión?’. Era duro.
Y las mujeres de su generación y sus hijos ¿están en paz?
Sí. Eso es importante. Hace falta una sinceridad grande, preguntarse hasta qué punto era necesario estar en primera fila, que parte era de fascinación, qué sentido tenían las renuncias que hicimos… Si se habla con sinceridad, los hijos perdonan. O perdonar no es la palabra, más bien es aceptar, entender… Hay un problema: la revolución por la que luchamos acabó en una dictadura, es un hecho. Pero creo que nuestros hijos han llegado a entender cuál era el mundo en el que tuvimos 20 años sus padres.
¿La revolución sandinista acabó en tiranía porque cayó en las manos equivocadas de Ortega y Murillo? ¿O había algo en su núcleo que ya estaba envilecido?
Las dos cosas. Hacer la revolución fue una tarea colectiva pero en su núcleo había una idea mesiánica, una idea de ‘yo voy a salvar al país’.
¿Llegan sus libros a Nicaragua?
Sé que este no va a llegar. A veces curioseo en las librerías de Managua. Queda algún ejemplar mío en depósito. Alguno quiere decir dos o tres. Un día los venderán y desapareceré. Es lo que quieren.
¿Piensa en la posibilidad de no poder volver a Nicaragua?
Intento no pensarlo pero sé que existe. ¿Qué puedo decir? Que una tiene que aprender a no hacer tragedia de la tragedia, a convivir con la tragedia, a conservar la integridad emocional y mental. Cuando empecé esta novela, pensaba que hablaba de la desilusión. Y me di cuenta al escribirla es que la revolución no sólo dejó en mí desilusión, que dejó muchas más cosas que quiero transmitir. Por eso está la mención al mito de Sísifo al principio.
Una curiosidad más: nombra en el libro el gran terremoto de 1972. ¿Dónde estaba?
En Managua. Fue a medianoche y yo supe que venía porque es como si tuviera un sismógrafo en el cuerpo. Hubo un temblor pequeño antes y cuando acabó yo supe que todavía quedaba lo peor por venir. Y fue horrible. Salía de la casa y veía el cielo rojo por los incendios. Fue una sensación muy animal, fue un instinto de querer correr y no saber para dónde.
¿Pensó que se moría?
No, pensé que tenía que sobrevivir.
Lo pregunto porque aquí le ha salido una novela de fantasmas y supongo que Managua debió de ser una ciudad fantasmagórica entonces.
Lo de los fantasmas tiene más que ver con los años de la guerra y la revolución. Vivías con alguien, lo mataban y tenías que convivir con su ausencia muy íntimamente. Hubo un hombre al que amé mucho. Un día me llamaron y me dijeron que había muerto. Al día siguiente, los periódicos de Somoza publicaron la foto de su cadáver ametrallado.





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