Camina con alguna dificultad, pero la cabeza le funciona de maravilla a este periodista madrileño, testigo del final de la dictadura y de la transición a la democracia desde la tribuna de las Cortes (Congreso de los Diputados). Después de muchos años de servicio, Alberto Delgado acepta con naturalidad que se acerca «la última vuelta del camino» y pide disculpas por hacernos partícipes de tantas batallitas.
También presume, y con razón, de sus antepasados. En el callejero de Madrid están grabados los nombres de su bisabuela, Balbina Valverde (actriz); su abuelo, Sinesio Delgado (periodista y dramaturgo), y su padre, Fernando Delgado (actor y director de cine). Alberto decidió ser periodista el día que escuchó decir a Eugenio d’Ors que «los hombres tienen hambre y sed permanente de verdad». Aquella ilusión inicial le ayudó a superar la dura realidad de la censura franquista. Y, como recuerda ahora en Fuera de Micrófono, pronto se dio cuenta de que una cosa es la teoría y otra la práctica.
Alberto Delgado tiene una memoria prodigiosa y no olvida sus crónicas parlamentarias de la Transición para los Telediarios que presentaban Lalo Azcona, Eduardo Sotillos y Pedro Macía. Crónicas directas, transmitidas a una velocidad endiablada, para los usos de la época. Como anécdota, recuerda que, cronómetro en mano, fue capaz de leer en tres minutos y medio cinco folios mecanografiados a doble espacio.
Innovador y pionero en la televisión pública, critica su inevitable dependencia del gobierno de turno. «Tve es un servicio público y debería estar hecha por profesionales objetivos, que pusieran por delante la verdad», asegura, mientras elogia la valentía de Adolfo Suárez y la inteligencia de Rafael Anson, que supo adaptar la televisión de los años 70 a las circunstancias de la nueva etapa política.
Entre las múltiples experiencias vividas –buenas y malas–, subraya la complicada situación que le tocó vivir en Prado del Rey tras la llegada de los socialistas al Gobierno. El nuevo director de Informativos, José Luis Balbín, le propuso dirigir y presentar un Telediario, pero el propio Alberto Delgado le advirtió del peligro: «Si haces eso, tú y yo no duramos aquí 15 días». Al final, cuando ya no sabían dónde colocarlo, pidió la excedencia y se pasó a dirigir la comunicación de la patronal naviera.
PREGUNTA.- Trabajaste en televisión cuando todavía era en blanco y negro, en una España muy distinta a la actual. ¿Cómo recuerdas tus comienzos?
RESPUESTA.- Soy de la promoción de 1959, pero empecé a trabajar tres años antes, gracias a la secretaria de la Escuela de Periodismo, que se llamaba Raquel Sierra, y que era una especie de hada madrina para todos. Primero me buscó una beca en La Vanguardia y luego me proporcionó un trabajo en una revista médica (Yatros). Tenía que hacer seis entrevistas mensuales y seis resúmenes de conferencias para esa revista. Entrevisté, prácticamente, a todos los médicos de Madrid.
P.- También estuviste en la agencia Pyresa y en el diario Arriba, antes de incorporarte a TVE.
R.- Yo no tenía ningún interés en trabajar en televisión, pero nombraron director general de RTVE a Adolfo Suárez y me quiso fichar a través de Rafael Ramos Losada, que era el director de Informativos. Entonces, estaba en Pyresa con Jaime Campmany y no me dejaba irme. Tuve que ponerme serio y decirle: «Televisión me paga el doble de lo que me pagas tú. Soy padre de familia y no puedo rechazarlo». Total, que me llamó un día Ramos Losada a las Cortes para decirme: debutas hoy. ¿Qué se está debatiendo? La Ley de Costas. Pues sueltas un rollo y ya está. Pregunto que dónde tengo que mirar y me dicen que a donde esté el piloto encendido, pero es que había tres encendidos. La prueba fue en directo. Solté un rollo: España es un país eminentemente marítimo, porque tiene 3.144 kilómetros (cuadrados) de costa. Quedó bien y al salir todo el mundo me felicitó, menos el subdirector general de Prensa, Gonzalo Rodríguez del Castillo, que me dijo: «Pero Alberto, nos has colado una buena. Has dicho que España tiene 3.144 cuadrados de costa. Entonces, no sería España, sería Australia». Pero no se enteró nadie, porque iba a toda pastilla hablando. Ahí empecé. Luego, como estaba especializado en Cortes, allí me quedé. Soy el único superviviente de los cinco periodistas a los que dejaron entrar a mediados de los 60 a las Comisiones Legislativas. Uno por cada agencia.
P.- ¿No te llamaron nunca la atención por hablar tan deprisa?
R.- Trataba de decir en el mínimo espacio de tiempo lo máximo posible. Tengo un récord en televisión. Me cronometraron y solté cinco folios mecanografiados a doble espacio en tres minutos y treinta segundos. Me llamó el director de Informativos y me dijo: «Como alarde está bien, pero, por favor, no hables tan deprisa». Yo quería decir muchas cosas en poco tiempo. Además, cuanto más deprisa hablaba, menos me equivocaba. Ese es un don del de arriba.
«Hablaba tan deprisa que los censores no se enteraban de lo que decía»
P.- De aquellas Cortes franquistas a hoy hay casi un abismo.
R.- No tienen nada que ver. En primer lugar, ten en cuenta que aquellas Cortes eran unas Cortes domesticadas. Todos estaban a favor. Empecé a hacer información parlamentaria cuando era presidente de la Cámara don Esteban Bilbao. Se lo cuento a mis hijos y creen que estuve con el general Prim y con Sagasta. Luego, ya con Antonio Iturmendi, Manuel Fraga mete la Ley Orgánica del Estado, que permite incluir tres leyes que fueron fundamentales, aparte de la Ley de Prensa: la Ley de Representación Familiar en Cortes, la Ley de Libertad Religiosa y la ley de Funcionamiento del Consejo Nacional. Esas tres leyes sirvieron para avanzar en una tímida apertura. La ley de Prensa, que ahora parecería de risa, fue un avance tremendo porque suprimió la censura. Y de la censura podríamos estar hablando horas. Porque, además de algunas tonterías, eran un poco estúpidos. No solo te tachaban cosas, sino que te añadían otras para que cuadraran los párrafos. Era una cosa de juzgado de guardia. Eso no podía durar.
«Adolfo Suárez era valiente y lanzado como nadie»
P.- En televisión, como entrabas en directo, sería imposible censurarte.
R.- Ahí no había nada que hacer. No me podían cazar. Además, hablaba tan deprisa que ni los censores se enteraban de lo que decía.
P.- ¿Confiabas en que se consolidara en nuestro país la democracia?
R.- Bueno, yo creo que ni Franco se creía que todo seguiría igual. Franco, en determinadas conversaciones, con determinadas personas, dijo: «Cuando yo muera, esto tiene que cambiar». Yo no estaba muy satisfecho de cómo iba la cosa. Te digo por qué. Los periodistas éramos cuatro gatos y teníamos mucha relación con todos los procuradores en Cortes. En el bar de Chicote, dentro de las Cortes, cambiábamos impresiones. Me hice amigo de muchos tenientes y capitanes generales, y les oía conversaciones. Cuando murió Franco, todos los capitanes generales habían sido tenientes al producirse el Alzamiento Nacional, salvo uno, Ángel Campano, que fue el primer alférez provisional que llegó a general. Entonces, yo dije: estos no van a tragar con los comunistas. Van a tragar, como mucho, con los socialistas, pero con los comunistas no. Ahí demostró Adolfo Suárez una valentía impresionante. De Adolfo Suárez se podrán decir muchas cosas, pero era valiente y lanzado como nadie. Y, aprovechando un Sábado de Gloria, legalizó al Partido Comunista de España.
P.- Hay que destacar también el papel del Rey Juan Carlos en ese proceso.
R.- Fue fundamental en el 23-F, aunque yo creo que había militares que creían que el intento de golpe de Estado venía del Rey. Ahí fue importante Sabino Fernández Campo. Fue poniéndole al teléfono, uno por uno, a todos los capitanes generales y Don Juan Carlos les dijo: esto no es una broma; como jefe de las Fuerzas Armadas, os digo que aquí no se levanta nadie. Salvo Jaime Miláns del Bosch, que estaba iluminado y sacó en Valencia los tanques a la calle, los demás se fueron poco a poco arrugando.
P.- ¿Dónde te pilló a ti el 23-F?
R.- ¿Te cuento la verdad? Me cogió jugando al tenis. En el Trofeo Marlboro de Periodistas, creado por Manolo Santana para agradecerle a la prensa sus servicios. No había jugado en mi vida al tenis, pero me apunté con Andrés Berlanga, un excelente periodista y gran escritor. Gané el primer partido y en el segundo me metieron 6-0, 6-0. Yo gané ese torneo en el año 1975 y 1976, pero al año siguiente lo ganó Alfonso Rojo, que había sido profesor de tenis. En la edición de 1981, además del trofeo, al ganador le invitaban a Puerto Rico para ver la final internacional del Trofeo Marlboro. Entonces, pedí permiso a Iñaki Gabilondo (entonces director de Informativos de TVE) para cogerme siete días libres y poder ir con mi mujer a Puerto Rico y Nueva York. Cubrí la primera votación de investidura, en la que no salió elegido Leopoldo Calvo Sotelo, el jueves, y el viernes me fui a Nueva York y Puerto Rico. En Nueva York, el maletero del Hotel Hilton me dice: balacera en el Congreso de los Diputados. Llamo inmediatamente al corresponsal de TVE en Nueva York, quien me pone con Eduardo Sotillos y me cuenta la película. Así que le dije a mi mujer: se acabaron las vacaciones. A las siete de la mañana, cogí un billete de Iberia y me volví a Madrid. Cuando se reanuda la sesión en el Congreso, ya estoy dando de nuevo la información. La gente se creyó que yo había estado en el ajo del 23-F. No, yo había estado en Nueva York y la culpa la tuvo el tenis.
«TVE deberían hacerla profesionales que pusieran la verdad por delante»
P.- Acabas de citar a Sotillos. Aquellos Telediarios de Eduardo Sotillos, Lalo Azcona y Pedro Macía hicieron historia.
R.- Y con Miguel Ángel Gozalo, que hacía el Telediario de la Segunda Cadena. Yo hice información para los tres Telediarios de la Primera. Hubo un planteamiento muy importante de TVE. Había que elegir bien a las personas que iban a dirigir aquellos Telediarios. El director general de RTVE, Rafael Anson, quería que existiera la mayor objetividad posible. Así que nombró a Lalo Azcona, que era un progre de la época, a Eduardo Sotillos, que era socialista, pero un profesional como la copa de un pino, y a Pedro Macía, profesional de la casa. Se lo ofrecieron antes a Fernando Ónega, pero no andaba muy fino entonces y dijo que no quería salir todos los días dando la cara. Por eso lo hizo Pedro Macía.
P.- La televisión pública siempre ha estado controlada por el Gobierno de turno. ¿Ahora más que nunca?
R.- Es que ahora no debería estar controlada. TVE es un servicio público que debería de estar hecha por profesionales objetivos y poniendo la verdad por delante. Pero eso es muy complicado. Mira, yo me hice periodista porque escuché una frase de Eugenio d’Ors que me impactó: «Los hombres tienen hambre y sed permanente de verdad». ¿Cuál era mi ilusión? Quitarles el hambre y la sed de verdad, porque les contaría la verdad. Con esa ilusión entré yo en la Escuela de Periodismo. Luego, las circunstancias me hicieron ver que una cosa es la teoría y otra la práctica. Pero, siempre he procurado ser lo más objetivo posible. Hablabas de los Telediarios… El que hizo todo eso fue Rafael Anson, más listo que el hambre. Le dijo a Suárez: si quieres ganar las elecciones, déjame actuar con libertad. Actuó con libertad y se ganaron las elecciones. Anson eligió a quienes debían intervenir. Recuerdo que lo tuve a mi lado en las elecciones de 1977 y 1979. Provincia por provincia. Cuando le interesaba, decía: ahora da primero estos datos que son favorables. Sigue siendo amigo mío y es un hombre muy inteligente.
«La televisión de mis comienzos era de cocido y mesa camilla»
P.- ¿Qué te gusta ver en televisión?
R.- Veo los informativos de Antena 3. Me gusta mucho Antena 3 y los compañeros de esa cadena. Pero, en TVE hay muy buenos profesionales. Los ha habido siempre. Si miras, los profesionales que triunfan en otras televisiones proceden de TVE. A mí una de las cosas que me volvía loco es que al principio no teníamos vídeo, teníamos cine. Y había que revelar. Yo empezaba a dar la información mirando a la gente y esperando a que me cubrieran con la cámara, pero resulta que no llegaba el revelado. Y cuando llegaba, ya prácticamente había acabado mi intervención. Era otra cosa. Mi padre, que fue director de cine en los tiempos del NO-DO, decía que en esa época el cine español era de cocido y mesa camilla. La televisión de mis comienzos también era de cocido y mesa camilla.
P.- ¿El cambio más importante en televisión ha sido el tecnológico?
R.- Creo que sí. Los profesionales hacíamos encaje de bolillos para, sin medios técnicos, hacer lo que podíamos. Tengo que elogiar en eso a una persona que ha fallecido recientemente: José Marín Quesada. Fue quien, en el 23-F, quitó los pilotos rojos, como si ya no se estuviera grabando, para seguir grabando en el Congreso. Gracias a él, se pudieron ver las imágenes del intento de golpe de Estado. Me compenetraba tanto con Marín Quesada que mientras estaba hablando de otra cosa oía: ‘Sevilla’, y rápidamente sabía que teníamos una información de la capital andaluza, aunque no supiera de qué iba. Creo que no se le ha hecho justicia.
P.- En la historia del parlamentarismo español ha habido grandes cronistas. ¿A quién destacarías?
R.- A Luis Carandell que fue mi sustituto cuando yo dejé TVE. Pedro Rodríguez era también un fabuloso cronista. El mayor elogio que me han hecho en mi vida, me lo hizo Pedro Rodríguez en un artículo de Tele Radio que titulaba Ancor Alberto. Decía que había cambios en televisión tremendos, pero yo seguía incólume allí. Escribió unas crónicas fabulosas. También destacaría a Víctor Márquez Reviriego.
P.- El periodismo de los últimos años ha cambiado mucho.
R.- Sí, pero la verdad sigue siendo la verdad. Sigue habiendo sujeto, verbo y predicado. Se pueden hacer todas las locuras que quieras, pero el idioma es el idioma y la verdad es la verdad. Mientras sigamos defendiendo la verdad, saldremos adelante, pero, si hacemos juegos malabares, lo pasaremos mal.
P.- No confiabas en el cambio político a la democracia, pero se produjo. ¿Ves ahora un retroceso en los avances democráticos?
R.- Totalmente. Entonces, no me lo creía. Los procuradores en Cortes se hicieron el harakiri porque sabían lo que tenían que hacer. Luego, todo el mundo se puso de acuerdo, cedió y salimos adelante. Hemos tenido 40 años fabulosos y ahora nos los vamos a cargar. ¿Cómo vamos a estar 40 en paz, tranquilos, en convivencia…? Eso en España no puede ser.
P.- ¿Por qué crees que se ha vuelto a despertar el fantasma de las dos Españas?
R.- Por varios factores. En el franquismo un director general era un tío que se las sabía todas. Y un subsecretario o un ministro, no te quiero decir. Ahora, ponen de ministra a una joven brillante que, si rascas un poco, no hay nada. Eso no puede ser. El problema es que, con todos los respetos para los actuales dirigentes políticos, las diferencia entre los años 70 y ahora es abismal. Ahora, ya cuesta mucho encontrar a una persona que hable correctamente. Cuesta mucho. Pero, así es la vida. Hoy hay mucha más tecnología, más libertad, más dinero y todo lo que usted quiera. Pero la inteligencia no es sólo dinero y tecnología.
«Estamos premiando el sectarismo y por encima de los partidos está la nación»
P.- ¿Te interesan las redes sociales?
R.- La verdad es que las redes sociales nunca las he entendido. Me pasa lo mismo que cuando veo los estudios de mercado y las encuestas. Todo eso me suena a chino. Yo no dudo que estén bien hechas las encuestas. El problema es ¿quién decide cómo se dan luego los datos? Al actual director del CIS se le está viendo el plumero en todas las elecciones. En todos los pronósticos aparece en primer lugar el Partido Socialista y muy alejado el Partido Popular. Y, después, resulta que el resultado es al contrario. La primera vez vale, la segunda vale, pero es que llevamos 15 así. Los partidos políticos son necesarios, pero, por encima de los partidos políticos, está la nación, el país. Estamos premiando el sectarismo. Cuanto más sectario eres, más puedes lucirte en tu vida.
P.- Presentaste programas de corte institucional, como Opinión Pública o Las Instituciones, y colaboraste en Parlamento. ¿Te preocupa el deterioro de las instituciones del Estado?
R.- En Opinión Pública estaba José Ignacio Wert colaborando conmigo y hacíamos unas encuestas que no estaban mal. Ahora que no me oye nadie, te diré que no me gustaba nada lo que estaba haciendo entonces. Viví por aquella época una anécdota que hizo que casi se me saltaran las lágrimas. Retribuciones del personal funcionario al servicio de la administración militar. Enmienda: las telefonistas de Burgos. Estaban trabajando, pero no figuraban como funcionarias. Por lo tanto, perdían derechos. Entonces, la Comisión de Defensa, que presidía el general Carlos Asensio Cavanillas, admirable personaje, arregló el problema. El general Asensio les dijo a los procuradores: «vamos a ver; ¿tienen razón o no tienen razón?». «Sí, mi general, tienen razón». Mandó a los ujieres cerrar las puertas y dijo: «De aquí no sale nadie sin que se solucione el problema». A la media hora, salió una disposición adicional transitoria que garantizaba el derecho a una retribución total para aquellas trabajadoras. Esto no es política, pero me encanta.
«Los directores de entonces me decían: ‘¿Qué hago contigo?’. Pues, dejadme en paz»
P.- ¿Por qué dejaste TVE en la etapa de José María Calviño?
R.- Cuando ganaron las elecciones los socialistas, José Luis Balbín, que no se casaba con nadie, me ofreció dos cosas. Una de ellas, dirigir y presentar el Telediario de las nueve de la noche. Le dije: «Si haces eso, tú y yo duramos aquí 15 días». La segunda propuesta era dirigir una secretaría general de Informativos, un departamento de previsiones y seguimiento que me sirvió para rescatar de los pasillos a un montón de compañeros represaliados. Luego me surgió una oferta de los empresarios navieros que doblaba el sueldo que entonces tenía en TVE, para una campaña en defensa de la mar. Pedí una excedencia de tres años y me marché. Volví a los tres años y ahí empecé a baquetear. Me mandaron a los Telediarios de fin de semana, llegan nuevos cambios y los que vienen me ofrecen la dirección de los Centros Regionales, que me obligaba a desplazarme cada semana a varios sitios. Eso no lo podía hacer, así que Julio de Benito me mandó al Teletexto. Allí estuve, más o menos escondido, hasta que me destinaron de redactor de a pie al Fin de Semana. No quiero presumir, pero los directores de entonces me decían: «¿Qué hago contigo?». Pues, dejadme en paz, en lo posible. Al llegar el ERE, pedí la cuenta y me fui.
«TVE es la única empresa en la que puedes pasar de general a cabo furriel cuando cambian a los de arriba»
P.- La televisión pública no ha sido generosa con sus profesionales más veteranos.
R.- TVE es la única empresa en la que puedes pasar de general a cabo furriel, simplemente porque cambian los de arriba. Ese es el problema. Un profesional bueno es bueno con unos y con otros.
P.- Sin importar tampoco la edad…
R.- Otra batallita. Vino a España el director de la BBC y le dije: «Siento una admiración impresionante por Kenneth Kendall, qué gran periodista». Y me dijo: «No es periodista, es locutor. Era buenísimo, pero lo leía todo».
P.- Durante la pandemia escribiste tus memorias, Memorias (apresuradas) de un periodista de la Transición. ¿Te sientes muy identificado con esa etapa política?
R.- Totalmente. He trabajado mucho, pero lo he pasado fenomenal. Cuanto haces una cosa que te gusta y ves el resultado, eres feliz. La mejor profesión, si te dejan, es el periodismo. De mi promoción en la Escuela de Periodismo salimos en toda España 83 periodistas. Ahora salen siete mil y pico. Cuesta muchísimo más trabajar y se paga bastante mal. Como dicen los antiguos, que me quiten lo bailado.
«La España que yo quiero es la de los jóvenes voluntarios de Valencia»
P.- ¿Sigues haciendo deporte?
R.- Ya no. De niño, me tiré a dos campeonatos de Castilla-León de natación en braza. Con 15 años fui campeón de España de balonmano juvenil y a los 16 me puse a trabajar. Con 32 años, empecé a jugar al tenis y era bueno. Manolo Santana escribió en un artículo que, si yo hubiera empezado en el tenis de niño, habría llegado a ser una figura en ese deporte.
P.- La Carrera de San Jerónimo, donde se encuentra el Congreso de los Diputados, debe traerte muchos recuerdos.
R.- Estuve hace relativamente poco y solté un speaker delante de la entonces presidenta del Congreso, Ana Pastor. Como todavía estaba bien de cabeza, les recité los nombres de quienes habían ganado las oposiciones a letrados en Cortes, las primeras mujeres taquígrafas, y acabé diciendo: los jóvenes están llenos de esperanzas y de ilusiones; los mayores estamos llenos de recuerdos. ¿Y por qué no unimos esperanzas, ilusiones y recuerdos, y trabajamos juntos para un país mejor?
«Ahora ya sólo me quedan las batallitas. Voy hacia la última vuelta delcamino»
P.- ¿Nuestros hijos y nietos van a heredar un país peor que el nuestro?
R.- No creo. La tecnología avanza mucho, pero habrá que solucionar los problemas del empleo precario y la vivienda. Luego, a mí me reconforta ver a tantos jóvenes en Valencia ayudando a limpiar las calles con una pala y una escoba. Esa es mi España, la España que yo quiero.
P.- ¿Quién fue en tus comienzos el periodista de referencia, el periodista al que te hubiera gustado parecerte?
R.- Cuando era pequeño, desde el punto de vista profesional, admiraba a don Manuel Aznar, abuelo del expresidente del Gobierno. Era un espectáculo. Listísimo. Con 20 años dirigió El Sol. Y en la Primera Guerra Mundial se sentaba con los jefes del Estado Mayor, porque era un tío respetado. Un fenómeno. Más adelante, Jaime Campmany también fue un gran profesional. Siempre ha habido buenas plumas. Ahora ya sólo me quedan las batallitas.
P.- Batallitas que resumen una vida apasionante dedicada al periodismo.
R.- Sé que voy andando, lenta, fatigosa, pero inexorablemente, hacia la última vuelta del camino. Voy tirando del ronzal del borriquillo de mis recuerdos de toda una vida. Me preparo ya para quitarme equipaje y casi desnudo –como los hijos de la mar, que decía Machado– ponerme delante del sumo hacedor y que me perdone. Porque, si es infinitamente misericordioso, me salvará.
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